Una represa construida en forma comunal a casi 3500 metros sobre el nivel del mar abastece de agua a Cristina Azpur y a sus dos hijas. Las tres viven de su trabajo en el campo, en las altiplanicies andinas de Perú, y venían enfrentando el estrés hídrico provocado por las alteraciones del clima.
“Hemos hecho los muros de la reserva con piedra y tierra y hemos sembrado los queñuales el año pasado, en febrero, para que capturen el agua”, cuenta a IPS vía telefónica desde Chungui, su pueblo, con unos 4500 habitantes, que se ubica en la provincia de La Mar, una de las más castigadas por la violencia del grupo maoísta Sendero Luminoso, que provocó un conflicto armado interno de 20 años en el país, entre 1980 y 2000.
La queñua (Polilepis racemosa), o qiwiña, en lengua quechua, es un árbol nativo del altiplano de los Andes, con un tronco grueso que lo protege de las bajas temperaturas y son consideradas como grandes captadoras del agua de lluvia, además de tener un valor sagrado para los quechuas.
En Chungui y otros municipios altoandinos del suroccidental departamento de Ayacucho, ha sido el insumo principal para recuperar y preservar las fuentes hídricas, en una zona cuya población es toda quechua.
Así le indica Eutropia Medina, presidenta del Consejo Directivo de Huñuc Mayu (encuentro de ríos, en quechua), una oenegé que desde hace 15 años trabaja en la promoción de los derechos de la población de las comunidades campesinas de la región, una de las más pobres en el país.
“Las mujeres y hombres han plantado más de 10 000 árboles de queñua en las diferentes comunidades como parte de sus planes de siembra y cosecha de agua, que son técnicas que conocen de sus antepasados que hemos contribuido a recuperar para que desarrollen en mejores condiciones sus actividades agrícolas y crianza de sus animales, que son sus principales medios de vida”, sostiene en diálogo con IPS en Ayacucho, la capital regional.
Explica Medina, quien antes fue directora de la oenegé, que la aceleración del cambio climático de los últimos años, por la irracional explotación de los recursos naturales, ha generado el desequilibrio de los ecosistemas de alta montaña, incrementado los gases de efecto invernadero y provocando la desglaciación y la desertificación.
Como consecuencia, detalla, se ha generado una escasez de agua que perjudica a las familias, y más a las mujeres porque por sus roles de género cargan con las responsabilidades domésticas, participan en las labores agrícolas y atienden la provisión hídrica.
Huñuc Mayu, con el apoyo de la oficina nacional de la organización de cooperación Diakonia, con su base en Suecia, ha realizado capacitaciones y asistencia técnica para garantizar la seguridad hídrica en esas comunidades campesinas altoandinas, que subsisten con la pequeña actividad agropecuaria.
Se trata de un área que tiene una reciente historia de repoblamiento y articulación tras dos décadas en que las familias tuvieron que migrar para salvarse de la guerra interna, en que Ayacucho concentró 40 por ciento del total de víctimas.
“Con el trabajo de Huñuc Mayu se organizó a los retornantes y a quienes se quedaron en las comunidades, se promovió la siembra de frutales y la articulación a mercados”, informa a IPS la responsable de Género de Diakonia en Perú, Denisse Chávez.
Explica que “en ese proceso se necesitaba más agua y formas tecnificadas de riego, por lo que mediante un fondo de cascada las comunidades lograron proyectos para la conservación de cuencas y microcuencas en la zona”.
El impacto es muy significativo, remarca, porque antes las familias dependían de las lluvias para abastecerse de agua y en tiempos de secano padecían mucho pues no podían regar sus cultivos ni dar de beber a sus animales.
Ahora, esa situación ha cambiado.
Churia, un poblado de apenas 25 familias a más de 3100 metros sobre el nivel del mar, en el distrito (municipio) de Vinchos, es otra de las comunidades que ha impulsado soluciones para enfrentar el problema de la falta de agua.
Oliver Cconislla, de 23 años, vive allí con su esposa Maximiliana Llacta y un hijo de cuatro años. La familia depende de la pequeña agricultura y de sus animales.[pullquote]1[/pullquote]
“Aquí vivimos de la alpaca, con su carne nos alimentamos y nutrimos a los niños, hacemos charqui (carne deshidratada, charki en quechua) para guardar y cuando tenemos suficiente alimento vendemos al mercado. La lana la hilamos, tejemos y vendemos también”, relata a IPS a través del teléfono.
Para su familia es vital contar con pasto y bebederos para sus “50 alpaquitas y 15 ovejitas” y es una necesidad que han podido atender en base a un trabajo organizado.
“Trabajamos hace tres años en la cosecha de agua”, recuerda. “Hemos hecho diques, hemos estado cerrando las lagunas y plantando queñuales en las faldas del cerro. Yo he sido autoridad el año pasado y mano a mano hemos trabajado con Huñuc Mayu”, detalla.
Cconislla refiere que hicieron diques en seis lagunas utilizando materiales locales como pasto, tierra, arcilla, “solo con material del suelo”. También acordonaron con mallas ganaderas (de alambre galvanizado) las plantaciones de queñuas.
“Ahora cuando falta la lluvia ya no estamos tristes o preocupados porque tenemos las lagunas, el dique conserva el agua para que no se salga y cuando se llena filtra por los bordes haciendo riachuelos que bajan donde lo animales beben y tienen pasto permanente, incluso en sequía se conserva húmedo”, afirma.
Además de estos servicios ecosistémicos, en una de las lagunas han sembrado truchas que sirven de alimento para las familias, en especial de niñas y niños. “Como comunidad administramos estos recursos para que se mantengan en el tiempo en beneficio de nosotros y de los hijos que vendrán”, subraya.
Cristina Azpur, de 46 años, no tiene animales, pero sí cultivos que necesitan riego. Ella se hace cargo de las labores del hogar y de la faena agrícola, ayudada por sus dos hijas de 11 y 13 años cuando no están en la escuela, porque no tiene esposo, “ya que mejor sola que mal acompañada”, asegura entre risas.
Para ella y las demás familias de casas desperdigadas en la comunidad de Chungui, lexplica, a represa les asegura poder contar con agua y sostener la vida.
“Ya voy a sembrar la papa, olluco (Ullucus tuberosus, ulluku en quechua, un tubérculo del que se comen también sus hojas), oca, este mes de junio vamos a tener campaña chica (siembra especial de algunos cultivos entre mayo y julio), y de la represa sacaremos el agua y así aseguramos nuestro alimento que es lo más importante para estar sanas”, dice orgullosa.
Luego cuenta amablemente que no puede seguir conversando porque debe apoyar a sus hijas que estudian en modo remoto a través de programas emitidos por la televisión pública, debido a la cuarentena obligatoria por la emergencia de la covid-19.
En la localidad vecina de Oronccoy, de unas 60 familias y establecida apenas en 2016, Natividad Ccoicca, de 53 años, también está impulsando su huerto de hortalizas con el agua del reservorio construido en comunidad.
A más de 3300 metros de altura, ella y su familia han sido parte de una experiencia que ha mejorado sustancialmente su calidad de vida.
“Antes sufríamos para juntar agua, caminábamos lejos y hasta llevábamos los caballos para traer los recipientes que llenábamos en los manantiales. Ahora con el reservorio tenemos facilidades para la chacra (granja), para los animales y para nuestro consumo”, detalla a IPS.
Además explica que debido a las medidas de prevención del contagio de la covid-19 hay más demanda de agua en los hogares. “¿Se imagina cómo estaríamos sin el reservorio? Con mayor riesgo de enfermarnos, eso seguro”, puntualiza.
Estas experiencias de siembra y cosecha de agua forman parte de la propuesta integral de Huñuc Mayu para la gestión de cuencas hidrográficas vinculadas al afianzamiento hídrico con técnicas andinas en sinergia con tecnología convencional a bajo costo.
Medina destaca el involucramiento de las comunidades y la participación activa de las mujeres, quienes desde la cosmovisión andina son las que tiene el vínculo innato con el agua.
“Vemos logros importantes que las propias comunidades y su gente impulsan, por ejemplo se ha ampliado la oferta de agua frente a las demandas para la producción agropecuaria y el consumo humano”, explica.
Agrega que “las mujeres han sido participantes activas en la protección de las cabeceras de la cuenca y se ha reducido su carga laboral del pastoreo de ganado en beneficio de su salud. Son contribuciones destacables para mejorar la calidad de vida de las familias” de esta zona secularmente desatendida en Perú.
Ed: EG