México busca mitigar el déficit hídrico en parte de su extenso territorio recurriendo al agua del mar, mediante la ampliación de sus plantas desaladoras, pero se trata de una solución con un costo exorbitante e impactos ambientales nada desdeñables.
Gabriela Muñoz, investigadora del estatal El Colegio de la Frontera Norte, resaltó entre las ventajas de estas potabilizadoras la ampliación de fuentes de agua y la generación del recurso para consumo humano.
Pero en su diálogo con IPS, contrapuso las desventajas de estas plantas, como el alto requerimiento de energía para su operación, que se agrava si proviene de fuentes fósiles; su costo cuantioso, así como la generación de salmuera y de aguas residuales.[pullquote]3[/pullquote]
Un ejemplo de los costos: una de las potabilizadoras de agua salobre que autorizó en 2014 la estatal Comisión Nacional del Agua (Conagua) en el norteño estado de Baja California, costó unos 35 millones de dólares, para procesar 250 litros por segundo (l/s). Otra de igual capacidad, aprobada definitivamente en octubre 2020 en el vecino Baja California Sur requerirá una inversión superior a 55 millones de dólares.
En México “no hay regulación que diga qué hacer con la salmuera. Lo más común es tirarla a la playa. Hay que tener cuidado cómo se maneja esa salmuera por la toxicidad hacia los ecosistemas. Tampoco hay capacidad instalada para tratar la totalidad del agua residual. Para zonas específicas, la desalación no es la primera opción”, dijo Muñoz desde la norteña ciudad de Tijuana, fronteriza con Estados Unidos.
Entre 2012 y 2020, las autoridades ambientales autorizaron al menos 120 instalaciones desaladoras, rechazaron seis solicitudes y otras cinco están en evaluación, según datos obtenidos por IPS mediante solicitudes de información pública. La mayoría de los nuevos proyectos se localiza en tres estados con aguda escasez del recurso: los noroccidentales Baja California y Baja California Sur, y el suroriental Quintana Roo.
Empero, en México, donde funcionan más de 400 plantas de este tipo, no hay investigaciones sobre sus efectos ecológicos, como lo corroboró IPS, a excepción del estudio “Desalinización del agua”, publicado en 2000 por el estatal Instituto Mexicano del Agua.
Las técnicas básicas de desalinizar consisten en la destilación térmica, en la cual el agua de mar se calienta hasta su evaporación, el vapor se condensa para formar agua dulce y el líquido sobrante se desecha como salmuera concentrada.
En una ósmosis inversa, el agua es filtrada y luego bombeada a muy alta presión a través de membranas muy finas que solo dejan pasar el líquido y retienen la sal.
Contexto mundial
En 2019, el estudio “El estado de la desalinización y la producción de salmuera: una perspectiva global”, elaborado por el Instituto para el Agua, Medio Ambiente y Salud de la Universidad de las Naciones Unidas, con base en Canadá, alertó de la creciente generación de salmuera y sus serios efectos sobre el ambiente. Su extracción, calculó, acumuló en ese año a nivel mundial un total de 142 millones de metros cúbicos (m3) del residuo.
En el mundo hay 18 214 plantas de desalinización, que poseen una capacidad instalada de 89 millones de m3 diarios y atienden a más de 300 millones de personas, según los últimos datos de la Asociación Internacional de Desalación. Por cada litro de agua purificado, se obtiene otro de salmuera.
Esas obras pertenecen a una tendencia de introducción de esa tecnología en zonas que enfrentan la amenaza de estrés hídrico o escasez del líquido.
Situación hídrica mexicana
México, la segunda economía latinoamericana, tiene una superficie de 1,96 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales 67 por ciento es árido y semiárido y 33 por ciento húmedo.
El país, con 129 millones de habitantes, enfrenta una situación hídrica dispar, según define Conagua, pues el recurso escasea en el norte y abunda en el sur.
De cada 100 litros de lluvia, 72 retornan a la atmósfera por evotranspiración, 22 escurren por ríos y arroyos, y seis alimentan 653 acuíferos, de los cuales 108 estaban sobreexplotados, 32 tenían suelos salinos o agua salobre y 18, infiltración de agua salada marina, por la subida del nivel del mar y su invasión de los mantos freáticos.
Si bien México registraba en 2017 un grado de presión nacional hídrico bajo –19,5 por ciento–, su riesgo de estrés hídrico es alto, según la plataforma Aqueduct, elaborada por la Alianza Aqueduct, formada por gobiernos, empresas y fundaciones.
De hecho, México es el segundo país de América en estrés hídrico, detrás de Chile. Desde el centro al norte del país se puede padecer ese fenómeno en 2040.
Mientras, la esquina noroccidental presenta riesgo medio-alto de empobrecimiento de acuíferos y prácticamente todo el golfo de México y el mar Caribe, riesgo medio-alto de sequía, precisamente las sedes de la mayoría de plantas desaladoras.
Aqueduct incluye 13 indicadores de estrés hídrico, como la disponibilidad de agua subterránea y su agotamiento.
En los últimos cinco meses, la sequía se agudizó en México –el tercer peor registro del siglo–, una muestra de las consecuencias de la crisis climática sobre esta nación, según datos del Sistema Meteorológico Nacional, dependiente de Conagua.
México registra un uso intenso de agua, reflejado en su huella hídrica –el impacto de las actividades humanas sobre el recurso– de 1978 m3/persona al año cuando el promedio mundial se ubica en 1385.
Todo ello ha conducido a que las autoridades nacionales y regionales del país pongan la mirada en sus aguas salobres, dado que cuenta con límites a los océanos Pácifico, en el oeste, y Atlántico, en el este, y hay un total de 150 municipios con costa, de un total de 2466, según la “Política Nacional de Mares y Costas de México”.
Modelo escalable
Este año, Héctor Aviña, académico del Instituto de Investigaciones en Ingeniería de la estatal Universidad Nacional Autónoma de México, planea escalar su prototipo de desaladora alimentada con energía geotérmica en la ciudad de Los Cabos, ubicada en Baja California Sur, a unos 1650 kilómetros al noroeste de Ciudad de México.
“No sé si es la mejor opción por la generación de salmuera y la explotación de pozos, pero es una buena alternativa. Ya hay muchas áreas con estrés hídrico. En esos lugares, la desalación y los pozos playeros pueden ayudar a la recuperación de los acuíferos”, dijo Aviña a IPS desde Ciudad de México.[related_articles]
El plan, dotado con unos 500 000 dólares, consiste en el mejoramiento de una planta piloto con capacidad de cuatro m3 diarios, para incrementarla a 40 m3 y, de ser posible, a 400 m3, en una iniciativa a desarrollar con el estatal Centro Mexicano de Innovación en Energía Geotérmica.
El emprendimiento aprovechará pozos con agua caliente cercanos para obtener el líquido y la energía geotérmica.
Mediante esta tecnología, el costo del m3 de agua oscila entre 0,8 y 1,3 dólares, en comparación con 0,6 y un dólar de la ósmosis inversa.
El Acuerdo Nacional de Inversión en Infraestructura, rubricado entre el gobierno federal y los empresarios en noviembre último, incluye la cimentación de cuatro desaladoras en Baja California, Baja California Sur y Sonora, con una inversión de unos 643 millones de dólares y una capacidad de 650 l/s.
Antes que recurrir a la desalación, la especialista Muñoz sugirió atender malas prácticas de riego, fugas y infraestructura envejecida.
“Deben ser la prioridad antes de pensar en desalación, medidas como ahorro de agua, inversión para infraestructura verde, captación de agua de lluvia y reúso de agua tratada. También hay que comparar el costo de construir desaladoras frente a las alternativas”, planteó.
Aviña diseñó en 2014 un modelo de ósmosis inversa dotado con paneles solares y baterías y cuyos costos serían competitivos.
“En otras zonas, hay que revisar la fuente de la energía. México va a tener problemas hídricos, es una situación que nos va a tocar vivir. Si la estudiamos bien, si la manejamos bien, la desalación es una buena alternativa”, concluyó.
ED: EG