Sus siete hijos crecieron, pero ahora cuida a un pequeño nieto que la sigue mientras trabaja una huerta orgánica en el El Pato, al sur del Gran Buenos Aires. Olga Campos quiere para ellos lo que ella no alcanzó: educarse para labrarse otro destino.
“Tengo 40 años y estoy yendo recién al colegio, cosa que nunca imaginé que haría. Como no pude ir a la escuela, para mí lo más importante como madre era que mis hijos sí fueran”, contó Campos a IPS, en la localidad de unos 7.000 habitantes del municipio de Berazategui, a 44 kilómetros de la capital argentina.
Su nieto Jhonny de tres años, uno de los cinco que tiene, juega a cosechar cebollines (Allium schoenoprasum), pero para su abuela esa tarea nunca fue una diversión.[pullquote]3[/pullquote]
“Me levantaba, los llevaba a la escuela (a los hijos), iba a trabajar un rato al campo. A las 11 iba a buscarlos a la escuela. La comida la hacía como a las 12:30 y a la una volvía a trabajar. Ahora me ayudan mis hijos pero antes estaba sola porque me había dejado mi pareja. Me costó muchísimo sacar a los chicos adelante pero gracias a la huerta y al trabajo de limpieza en casas, lo conseguí”, contó Campos.
“Es cansador porque en el verano aunque haga calor tenés que trabajar igual; llueve y tenés que trabajar igual; hace frío y tenés que trabajar igual”, explicó.
Campos cultiva tres hectáreas arrendadas, junto a su cuñada Limbania Limache.
“Uno ve que allá (en la ciudad) tienen más facilidad de transporte. Pero acá una tiene que salir cuando llueve caminando o en bicicleta, recuerda Limache, de 30 años, que tiene dos hijos, uno de ellos con discapacidad.
“Es complicado porque las calles son imposibles cuando llueve. Los chicos a veces no quieren ir a la escuela porque llegan todos embarrados y como son más grandes les da vergüenza”, relató.
Según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres rurales, de las que el sábado 15 se celebra el día internacional, representan una cuarta parte de la población mundial, producen más de la mitad de los alimentos y viven una mayor desigualdad económica, social y de género.
Así sucede en Argentina, como en el resto de América Latina y el Caribe.
“Las mujeres rurales no tienen el mismo acceso que los hombres a la tenencia de la tierra, a los créditos, a las capacitaciones. Muchas veces las políticas públicas están pensadas por y para hombres rurales y la mujer queda en un segundo plano”, subrayó a IPS la responsable de género de la FAO en Argentina, Cecilia Jobe.
“Acá lo que nos mata son los alquileres de tierra. Además tenemos que pagar para arar y nos cobran muy caro el tractor. Me gustaría mucho conseguir mi propia tierra. Pedimos que nos den la posibilidad de pagar nuestra propia tierra, no que la regalen” aclaró Campos.
Los créditos también son difíciles. “Te dan un montón de vueltas, y al final te cansan”, agregó Limache, cuyo esposo también se dedica a la agricultura en otra parcela.
Según el censo del 2010 en Argentina, con 40.117.096 habitantes entonces, 20.593.330 eran mujeres, de las cuales, 651.597 estaban en áreas rurales agrupadas y 1.070.510, en áreas rurales dispersas, sumando un 1.722.107.
“Muchas de ellas, elaboran la mayor parte de los alimentos domésticos, hecho que garantiza una dieta variada, minimiza las pérdidas y aporta productos comercializables. Asimismo dedican sus ingresos a la compra de alimentos y a las necesidades de sus hijos”, destacó Patricio Quinos, subsecretario de Ejecución de Programas para la Agricultura Familiar.
El funcionario del Ministerio de Agroindustria detalló a IPS que “algunos estudios realizados por la FAO demuestran que las posibilidades de supervivencia de un niño se incrementan en 20 por ciento cuando la madre controla el presupuesto doméstico”.
“Por ello, la mujer desempeña una rol determinante en la seguridad y diversidad alimentaria así como en la preservación de la salud infantil”, recordó Quino cuya dependencia abrirá una oficina de “género” para atender las especificidades de este sector femenino.
Justamente, la campaña de la FAO en Argentina “Mujeres Rurales, motores del desarrollo”, busca comprometer a los distintos poderes del Estado a elaborar políticas públicas y legislación para ese sector, en las que la cuestión de género esté presente.[related_articles]
“La mujer rural está absolutamente invisibilizada. Las dificultades que tienen las mujeres urbanas se exacerban en el mundo rural. Hablamos de una tarea reproductiva y productiva en la que actividad no es remunerada”, resumió Jobe.
El concepto de “mujeres rurales” comprende a las que viven en el campo y a quienes habitan en centros urbanos pero se dedican a la producción agropecuaria.
No es un colectivo “homogéneo”, puntualizó Quinos.
“Sin embargo, entendemos que las mujeres rurales menos favorecidas en términos económicos son las que más dificultades tienen en relación a las brechas producidas por la desigualdad de género. En muchos sentidos, son invisibilizadas como sujetos productivos, económicos y sociales”, analizó.
Graciela Rincón, emigró de la cabecera municipal de Berazategui con su marido, para instalar en El Pato una pequeña granja productora de huevos.
Su trabajo, contó a IPS, es “de lunes a lunes” porque “las gallinas necesitan que se prenda la bomba cada dos horas para tomar agua; mirar si no está desconectado algún cable o que no entren los perros y te hagan un desastre como ya nos ha sucedido”.
El acceso a la salud también se dificulta. “Hay un hospital en Berazategui que queda bastante lejos o sino una salita más cerca de primeros auxilios pero a veces te puede atender un pediatra y una es una señora”, lamentó Rincón.
“Me gustaría que mis hijos estudien y trabajen de otra cosa porque el campo es duro”, confió Limache, por su parte.
Según la FAO si se garantizaran esos derechos, se produciría entre 20 y 30 por ciento más de alimentos, lo que significaría 150 millones de personas menos con hambre en el planeta.
Consciente de ese papel, la ingeniera agrónoma María Lara Tapia, asesora a sus vecinas de El Pato en el cultivo de hortalizas orgánicas, con una demanda urbana creciente, y a distribuirlas comercialmente.
“Les muestro que hay salidas diferentes. Lo que pasa a veces en la agricultura familiar es que los agricultores no salen del campo para ver otras alternativas, entonces quedan sujetos a que venga un camión del mercado a imponerles un precio y llevarse la mercadería”, explicó a IPS.
Para aumentar sus ingresos les enseña por ejemplo como elaborar sus propios plantines, agregando un “eslabón más” a la “cadena de valor”.
“Ser mujer en el medio rural es difícil. Creo que es un sector muy conservador”, reflexionó Tapia, para quien tampoco fue fácil como ingeniera asesorar a productores hombres.
Para las campesinas la situación es peor, reconoce.
“No se considera que están trabajando, sino ayudando. El marido, el padre o el hermano les dicen: ‘vení a ayudar en el campo’, cuando en realidad están trabajando a la par de ellos”, enfatizó.
¿Ayudar al hombre en el campo?: “Nosotras somos parte del trabajo igual que ellos. Hacemos lo mismo y aparte todos los quehaceres de la casa. Somos parte”, replicó Limache.
Editado por Estrella Gutiérrez