BRASIL: Juan Pablo dejó un clero más subordinado a Roma

El largo pontificado de Juan Pablo II dejó en Brasil un episcopado ”menos independiente, menos capaz de pensar con su propia cabeza”, según el sacerdote Óscar Beozzo, teólogo dedicado a la historia de la Iglesia Católica.

El Papa que condujo al catolicismo desde 1978 hasta el sábado nombró a ”más de 300 obispos en Brasil”, cerca de tres cuartos del total, dijo Beozzo a IPS. Se estima que en todo el mundo, tocó a Juan Pablo II sustituir a dos tercios de los cerca de 4.500 obispos actualmente activos.

La generación que vivió la experiencia del Concilio Vaticano II prácticamente desapareció, ”ya no hay ningún obispo” en actividad en Brasil que haya participado personalmente en aquella ”gran revolución de la Iglesia Católica”, lamentó Beozzo.

Aquella fue una ”experiencia que cuestionó todo, estimuló a repensar, buscar nuevos rumbos”, promoviendo una nueva generación de ”obispos independientes”, una ”experiencia que ya no hace parte de la Iglesia actual”, resumió.

El Concilio, convocado en 1962 por Juan XXIII (1958-1963) y clausurado en 1965 por Paulo VI (1963-1978), es considerado el proceso más importante de la Iglesia en el siglo XX.
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En los 16 documentos que produjo, el Concilio pretendió una puesta al día que incluyó una renovación del fondo y la forma de las actividades eclesiales y una apertura al mundo actual y sus problemáticas.

Hubo siempre una lucha ”entre Roma y el Concilio”. La curia intentó imponer su disciplina, si bien minoritaria en el Concilio. Con el pontificado de Juan Pablo II, ganó fuerza ”la línea del grupo perdedor, que minó gradualmente las posiciones de la mayoría”, señaló el historiador.

Esto se reflejó en el cambio de generación de los obispos brasileños, en la medida en que los más independientes, que promovían una ”pastoral de rostro local”, se fueron jubilando al alcanzar 75 años de edad, y fueron reemplazados por sucesores ”más alineados” al Vaticano.

La ”primera pregunta” sobre la actuación episcopal ya no fue ”qué es necesario hacer para responder a los problemas locales”, sino ”qué pretende Roma, qué dice el Vaticano”, explicó Beozzo.

Esa transición adoptó un carácter dramático de confrontación abierta en algunos casos. El más ejemplar ocurrió con el arzobispado de Recife y Olinda, en el nordeste brasileño, que había alcanzado proyección internacional bajo la dirección de Dom Helder Cámara, un símbolo del clero progresista.

El primer golpe a Cámara, arzobispo local de 1964 a 1985, fue la imposibilidad de que se ordenara cardenal, lo que se interpretó como un castigo a su actuación independiente, incluso internacional, en la opción preferencial por los pobres y marginados.

Después vinieron imposiciones como el cierre de un seminario cuya orientación era rechazada por el Vaticano y el nombramiento de un sucesor contrariando la preferencia de Cámara. ”Fue traumático”, dijo Beozzo.

Esos enfrentamientos tomaron a veces aires de mezquindad, como el intento de imponer a Pedro Casaldáliga, ex obispo de Sao Felix do Araguaia (en el interior profundo del centro-occidente brasileño) que se mudara del municipio al jubilarse para no constreñir con su presencia a su sucesor. La población creyente rechazó semejante orden.

Pero el clima en la opinión pública brasileña discrepa de los análisis sobre la transición conservadora de la Iglesia en este país.

La imagen popular de ”Juan de Dios”, como se conoce al fallecido papa polaco Karol Wojtyla, deriva de su primera visita a este país, en julio de 1980, cuando atrajo a millones de fieles en su gira por 13 capitales en 12 días.

En aquella primera gira, el Papa había ”escuchado mucho” al clero brasileño, inclusive a los adeptos de la Teología de la Liberación, la corriente progresista latinoamericana que ganó fuerza en los años 60 y 70, según Beozzo.

Los brasileños se sienten ”huérfanos” con la muerte del Papa, según los cardenales Claudio Hummes, arzobispo de Sao Paulo, y Geraldo Majella, de Salvador, una expresión que sintetiza la conmoción de católicos e inclusive de fieles de otras religiones que saludaron el ecumenismo de Juan Pablo II.

Por primera vez los brasileños, que se consideran un pueblo muy católico, se sintieron allegados a un Papa misionero, que volvió al país en 1991 y 1997. Fue ”un símbolo de la paz” que conquistó el afecto de la población brasileña, dijo el presidente Luiz Inácio Lula da Silva.

Pero los discursos que dio en su visita de 1991, en una gira por siete ciudades, fueron muy distintos de los de 1980. El proyecto romano se consolidaba. La tercera visita, en 1997, se limitó a Río de Janeiro.

Ahora, llama la atención el escaso número de cardenales brasileños, solo cuatro, que tienen derecho a voto en el cónclave que elegirá al nuevo Papa. Otros cuatro tienen más de 80 años, por tanto pueden participar, pero no votar.

El desequilibrio es evidente en el Colegio Cardenalicio, destacó Beozzo. América Latina, que tiene 44 por ciento de los católicos del mundo, participa con solo 18 por ciento de los cardenales votantes, cuya mayoría absoluta es europea. Pero esto ”fue peor” en el pasado, los cardenales italianos eran la mitad del total en el papado de Pío XII (1939-1958), y hoy constituyen 18 por ciento, ”aún un peso enorme” para un solo país, opinó.

En las dos últimas décadas marcadas por el pontificado de ”Juan de Dios”, la Iglesia también perdió terreno en Brasil. Los católicos constituían 89 por ciento de la población en 1980, mientras ahora suman 73 por ciento de los 182 millones de habitantes.

En contrapartida, creció mucho la población de fe evangélica. Pero el aumento ”más espectacular” corresponde a los que se definen como ”sin religión”, siete por ciento de los brasileños, concluyó Beozzo.

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