Tras siglos de acumulación de pobreza, marginación en las políticas nacionales de desarrollo y también de buenas experiencias locales, las regiones semiáridas de América Latina se aprestan a dibujar sus propios caminos agrícolas compartiendo conocimientos, en una nueva e inédita iniciativa.
El Semiárido del Nordeste brasileño, el Gran Chaco Americano, que comparten Argentina, Bolivia y Paraguay, y el Corredor Seco Centroamericano (CSC) tendrán sus prácticas exitosas identificadas, evaluadas y documentadas para apoyar la generación de políticas que impulsen una agricultura resiliente al cambio climático en las tres ecorregiones.
Ese es el objetivo de DAKI-Semiárido Vivo, una iniciativa financiada por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (Fida), de las Naciones Unidas, y ejecutada por la Articulación Semiárido Brasileño (ASA), la argentina Fundación para el Desarrollo en Justicia y Paz (Fundapaz) y la salvadoreña Fundación Nacional para el Desarrollo (Funde).
DAKI es la sigla en inglés de Iniciativa de Conocimiento sobre Adaptación de las Tierras Secas.
Lanzado el 18 de agosto en un webinario especial con algunos de sus formuladores como ponentes, el proyecto se prolongará por cuatro años e involucrará a 2000 personas, entre gestores públicos, agentes de extensión rural, investigadores y los pequeños agricultores. Indirectamente se beneficiarán a 6000 personas en la capacitación.
“La buena apuesta es incorporar los gestores, la intención es influir en las acciones del gobierno”, destacó Antonio Barbosa, coordinador de DAKI-Semiárido Vivo como uno de los dirigentes de la brasileña ASA.
Se trata de impulsar programas que podrían beneficiar las tres regiones semiáridas, donde viven por lo menos 37 millones de personas, que superan los habitantes de Chile, Ecuador y Perú juntos.
Esa población, especialmente la rural, tiende a tener sus dificultades hídricas agravadas por el cambio climático, que afecta su seguridad alimentaria y calidad de vida.
Zulema Burneo, coordinadora para América Latina y el Caribe de la Coalición Internacional por la Tierra y moderadora del seminario en línea del lanzamiento, subrayó que la iniciativa “viene a amplificar y fortalecer” esfuerzos aislados y algunos colectivos de muchos años para convivir con las tierras secas.
Ahora, las experiencias que representarán el mejor conocimiento de las realidades semiáridas serán seleccionadas no tanto por sus aspectos técnicos, sino por sus resultados para el desarrollo territorial, en lo económico, ecológico y social, explicó después Barbosa a IPS, en una entrevista por teléfono desde la ciudad nordestina de Recife, sede de ASA.
Tras la sistematización de las mejores prácticas en cada región, “calificando el conocimiento tradicional”, con intercambio de técnicos y agricultores, se tratará de “construir una metodología y el contenido pedagógico para la capacitación”, acotó.
Un resultado será una plataforma para la enseñanza a distancia. En eso ayudará la Universidad Federal Rural de Pernambuco, también en Recife.
La infraestructura hídrica descentralizada, de dimensiones familiares o comunitarias, desarrollada e diseminada por ASA, una red de 3000 organizaciones sociales dispersas por todo el Semiárido brasileño, es una experiencia importante.
En los 1,03 millones de kilómetros cuadrados de la extensión en que viven 22 millones de brasileños, siendo 38 por ciento rurales según el censo de 2010, ya se construyeron 1,1 millones de cisternas de acopio de agua de lluvia para consumo humano.
Faltan 350 000 para su universalización entre los necesitados del mundo rural del Semiárido, estimó Barbosa.
Pero lo más importante para el desarrollo agrícola son las ocho “tecnologías” para obtener y almacenar “agua de producción”, destinada a la siembra o cría de animales. ASA, creada en 1999, ya promovió la construcción de 205 000 unidades esa “segunda agua” y cree que sobran 800 familias campesinas en condiciones de acogerlas.
Hay propiedades con limitaciones para instalar esos equipos, como el área demasiado pequeña, aclaró Barbosa, quien coordina el programa “Una tierra y dos aguas” y el de semillas criollas de ASA.
Las cisternas “calçadão” (una gran terraza o rampla de hormigón para recoger el agua de lluvia) o de torrentera (que escurre el agua por un terreno en declive, incluso una carretera), con capacidad en general de 52 000 litros son los depósitos más usados para el riego de huertas.
Las cisternas de agua de beber, de 16 000 litros, ya están presente y se multiplican en el Chaco argentino.
Pero las de producción, diseñadas para siembra intensiva y pequeña, no se adecuan al Chaco Seco donde predomina la ganadería en grandes predios, de centenares de hectáreas, observó Gabriel Seghezzo, director ejecutivo de Fundapaz, en entrevista telefónica con IPS desde la ciudad de Salta, capital de la provincia homónima, una de las que integran el Gran Chaco argentino.
“Acá se requiere represas en los bajos naturales y pozos muy profundos, el problema hídrico es grave”, señaló. “El agua subterránea es en general de mala calidad, muy salobre o muy profunda”, acotó.
Primero los campesinos e indígenas tienen el problema de la propiedad de sus tierras, por falta de titularidad, pero luego viene el desafío del acceso al agua, tanto para el consumo hogareños como la producción.
“En algunos casos hay la posibilidad de manejar las cañadas de los ríos. El Bermejo desborda hasta 60 kilómetros desde su cauce”, ejemplificó.
Actualmente ocurre una fuerte sequía local, que parece indicar un deterioro climático que urge respuestas de adaptación y mitigación.
La reforestación y el modelo silvopastoril son buenas alternativas, en un territorio donde la deforestación refleja “el principal conflicto, por presión del avance del monocultivo de soja y maíz y de la ganadería empresarial”, diagnosticó.
Mas bosques serían benéficos para el agua, reduciendo la evaporación que es intensa por el calor y por el viento caliente, concluyó.
De las “tecnologías” desarrolladas en Brasil, una de las más útiles en otras regiones semiáridas es probablemente la llamada “presa subterránea”, evaluó para IPS desde Brasilia por teléfono Claus Reiner, gerente de programas del Fida en Brasil.
Se trata de un dique bajo tierra para retener el agua que humedece el suelo alrededor. Exige un cierto trabajo para excavar una trinchera, es decir una zanja profunda y larga, en el camino de las aguas pluviales, en la cual se pone verticalmente un plástico que impide pasar el agua que se acumula subterraneamente. Se elige un local donde la capa natural impermeabiliza la represa por debajo.[related_articles]
Ese principio parece importante para el Corredor Seco Centroamericano, donde “el gran desafío es como infiltrar el agua de lluvia en el suelo, además de acopiarla para riego y consumo humano”, adelantó el salvadoreño Ismael Merlos, fundador de Funde y director de su Área de Desarrollo Territorial.
El CSC, que conforman principalmente Guatemala, Honduras y El Salvador, de norte a sur, es definido no como semiárido, sino como región subhúmeda, porque allí llueve un poco más, aunque de forma cada día más irregular.
Algunas soluciones no son viables porque “75 por ciento de las áreas de cultivo en el Corredor son tierras inclinadas, desprotegidas de material orgánico, lo que hace el agua escurrir más rápido a los ríos”, matizó Merlos por teléfono a IPS, desde San Salvador.
“Además los sistemas de riego que conocemos, grandes, no son accesibles a la gente pobre, por su alto costo y la energía cara para la extracción y bombeo del agua, desde fuentes en deterioro”, sentenció.
De esa forma, queda como alternativas viables aprovechar mejor el agua de lluvia, con las cisternas, acciones para mantener la humedad en la tierra, como la reforestación y dejar sobre el suelo la paja y otros desechos de la siembra, en lugar de quemarlos como siguen haciendo los campesinos, resumió.
“Los eventos climáticos dañosos, que hace cuatro décadas ocurrían una o tres veces al año, ahora son 10 o más y sus efectos son más graves en la Zona Seca”, advirtió.
Funde es un centro salvadoreño de investigación y formulación de políticas para el desarrollo que junto con Fundapaz, cuatro entes brasileños de la red ASA y otras siete organizaciones latinoamericanas ya venían desarrollando una cooperación desde 2013, al crear la Plataforma Semiáridos de América Latina.
La Plataforma abrió camino al DAKI-Semiárido Vivo que, con el aporte de 78 por ciento de sus dos millones de dólares de presupuesto, abrió nuevos horizontes a la sinergia entre las ecorregiones semiáridas de la región. Para ello, a juicio de la moderadora Burneo debe dar una alianza virtuosa de «buenas prácticas» y «políticas públicas de los gobiernos».
ED: EG