Energía solar alumbra a pequeños poblados en Suriname

Dos mujeres realizan mantenimiento en la granja de paneles solares de Pokigron, un poblado de agricultores y pescadores surinameses cuya vida ha mejorado sustancialmente desde que acceden a electricidad basada en energía solar. Foto: Luis Pérez/BID
Dos mujeres realizan mantenimiento en la granja de paneles solares de Pokigron, un poblado de agricultores y pescadores surinameses cuya vida ha mejorado sustancialmente desde que acceden a electricidad basada en energía solar. Foto: Luis Pérez/BID

Granjas de paneles solares, instaladas con financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), comenzaron a funcionar y a transformar la vida en pequeños poblados y comunidades rurales del boscoso interior de Suriname.

“Ahora que tengo electricidad, puedo usar una batidora. Esto ha incrementado los pedidos, así como mis ingresos”, narró a enviados del BID Bionda Joop, quien prepara y vende galletas cuya masa antes amasaba valiéndose solo de sus manos.

Joop vive en Pokigron, una comunidad de 600 habitantes, en su mayoría maroons (descendientes de africanos, mezclados con indígenas), a unas tres horas en automóvil al sur de esta capital, junto al río Suriname y vecina de la represa de Brokopondo.

Hasta el año pasado, Pokigron, como los vecinos poblados Atjoni y Powakka, contaban con electricidad durante un máximo de seis horas diarias y cuya fuente eran pequeños generadores alimentados con combustible diésel, con un servicio intermitente, de baja calidad y contaminante.

Aún carecen de electricidad unos 130 poblados y comunidades rurales en este pequeño país sudamericano, que fue colonia holandesa y en el que viven unos 570 000 habitantes, en su mayoría en Paramaribo y otros lugares de la costa atlántica de este país del norte de Suramérica.

Padecen falta de electricidad aproximadamente 10 por ciento de los surinameses, y los afectados son en su mayoría maroons e integrantes de seis etnias indígenas.

Las principales fuentes de electricidad en el país son la planta hidroeléctrica de Afobaka, que se alimenta desde la represa de Brokopondo y tiene una capacidad instalada de 189 Mwh, y dos plantas térmicas que agregan otros 169 Mwh.

Desde 2018 el BID ha respaldado programas para llevar electricidad al interior de Surinam, como también se denomina al país, y el año pasado dio luz verde a un préstamo por 30 millones de dólares, pagadero en 25 años y con cinco de gracia, para fortalecer la red eléctrica y suministrar sistemas de energía renovable.

Junto a nuevas redes de transmisión y distribución, el proyecto comprende pequeñas granjas con energía solar, para posibilitar días enteros con energía limpia, y el BID reivindica que las mujeres, hasta ahora entre las más afectadas por el atraso energético, resultan las mayores beneficiarias de las nuevas redes.

Ello porque, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 62 por ciento de las mujeres que trabajan en Suriname lo hacen en las zonas rurales y solo 38 por ciento en actividades urbanas como manufactura, comercio y servicios.

En esas comunidades rurales, los hombres son responsables de erigir las viviendas, de fabricar y operar los botes, de la pesca y ocasionalmente de la cacería, mientras que a las mujeres corresponden las artesanías, la agricultura, procesar los productos del campo, la crianza de los niños y el cuidado de la familia.

Esas cargas se hacen más pesadas sin electricidad para conservar y procesar alimentos, y reducen las posibilidades de la educación, lo que acentúa la brecha de género y reduce las opciones de obtener mejores empleos e ingresos.

“Cuando no existen fuentes de energía moderna, las mujeres y los niños sufren las peores consecuencias, porque son quienes, en la mayoría de los países, deben invertir gran cantidad de horas al día para buscar leña, ya que cocinan con fogón abierto”, comentó Virginia Snyder, especialista de Energía del BID

Nancy Jonathan, de la Fundación Akata, una organización de mujeres de Pokigron, dijo a los enviados del BID que el mayor beneficio que su comunidad reconoce al contar con electricidad 24 horas diarias es la posibilidad de conservar los alimentos.

“Ahora gente en la comunidad usa refrigeradores, congeladores, televisores, licuadoras, ollas arroceras y lavadoras, reduciendo el tiempo para realizar esas tareas para todas las mujeres de la comunidad”, dijo Jonathan, cuya factura de luz tiene un mínimo de 3,70 dólares mensuales y usualmente paga siete dólares.

Habitantes de Pokigron también tienen ya teléfonos móviles, algunas computadoras portátiles y pueden acceder a un servicio wifi de internet por 20 dólares mensuales.

El nuevo ambiente es producto de la planta con 1680 paneles solares, construida a un costo de 2,5 millones de dólares, para abastecer a Pokigron y la vecina Atjoni.

“Proveer servicio eléctrico a zonas aisladas es reducir la vulnerabilidad económica de las familias de menores ingresos. Estos proyectos no solo alumbran una comunidad, desarrollan su identidad y resiliencia con cada familia que mejora sus oportunidades de ingreso”, comentó el jefe de la División de Energía del BID, Ariel Yépez.

A-E/HM

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