Carnaval ridiculiza el moralismo regresivo del gobierno en Brasil

La Escuela de Samba Paraiso do Tuiuti, una de las 14 que desfilaron en Río de Janeiro, eligió este año el tema "El Salvador de la Patria", crítico con la elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil. "Se vendió Brasil" en la campaña electoral, repetía la canción que acompaño su desfile en el Sambódromo carioca. Crédito: Tomaz Silva/Agência Brasil

Las fiestas de carnaval, que suelen prolongarse por dos semanas en algunas ciudades de Brasil, han realzado la contradicción de una población que se desnuda en una orgía de alegría pero eligió un gobierno moralista y regresivo.

Dos meses de iniciativas enfrentadas y frecuentes bufonadas hicieron del presidente Jair Bolsonaro, de extrema dercha y en el poder desde el 1 de enero, sus hijos y ministros un manantial de sátiras políticas que suelen animar los “bloques”, las multitudes carnavalescas que cantan y bailan en las grandes ciudades brasileñas.

En el medio de la parranda, aparecieron biberones en forma de pene. Es una crítica a la falsa acusación bolsonarista de que el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), cuando estaba en el poder (2003-2016), distribuía en las escuelas un “kit gay”, con el biberón fálico, para estimular el homosexualismo.

Surgieron muchas “marchinhas”, cantigas sencillas de carnaval, tratando la extrema derecha en el poder con sarcasmo. Ironiza desde el saludo militar usual del presidente, un ex capitán del Ejército, a la obsesión anticomunista, la moral religiosa y los indicios de corrupción en la familia Bolsonaro.

Personas vestidas de color naranja o incluso enmascaradas como la fruta cítrica aparecieron en algunos “bloques”, sea en São Paulo o ciudades de la región del Nordeste, la única región brasileña donde el PT mantuvo la mayoría en las últimas elecciones, en octubre.

“Naranja” es como se conoce en Brasil a algunos testaferros. En este caso era una referencia a mujeres que el gobernante Partido Social Liberal (PSL) lanzó como falsas candidatas para beneficiarse de fondos electorales públicos.

La legislación electoral brasileña determina que cada partido tenga un mínimo de 30 por ciento de candidaturas femeninas a los parlamentos y que los recursos para las campañas electorales se distribuían en la misma proporción.

La norma se eludió recurriendo a las “naranjas”, según varias denuncias y evidencias. Candidatas de escasa votación recibieron abultadas sumas, por ejemplo, o se reconocieron como simples intermediarias financieras.

En las elecciones de 2018 el dinero público ganó importancia, porque el Supremo Tribunal Federal prohibió la financiación empresarial. Para sustituirla los parlamentarios aprobaron un fondo de 1.716 millones de reales (460 millones de dólares), sacado del tesoro y manejado por los jefes partidarios.

Casi todos los partidos al parecer usaron ese artificio ilegal, pero el PSL se hizo blanco de las primeras investigaciones judiciales y su mayor repercusión por arribar al poder con un discurso anticorrupción. Naranja pasó a ser su símbolo entre opositores.

Algo parecido sucedió con el primogénito del presidente, Flavio Bolsonaro. Por lo menos siete de sus asesores cuando era diputado del estado de Río de Janeiro (2003-2018), traspasaban la mayor parte de sus sueldos a un jefe del equipo, Fabricio Queiroz.

Este confesó a la justicia que usaba el dinero para contratar informalmente a otros auxiliares y así ampliar la “base electoral” del diputado. Un delito que puede llevarlo a la cárcel y contaminar el presidente y sus tres hijos dedicados a la política, el ahora senador Flavio, el diputado Eduardo y el concejal Carlos, en esta ciudad de Río.

El presidente brasileño Jair Bolsonaro, segundo a la izquierda, con los tres de sus cuatro hijos varones metidos en la política y una fuente de problemas para el gobernante de extrema derecha de Brasil, en sus dos primeros meses en el poder. Crédito: Instagram
El presidente brasileño Jair Bolsonaro, segundo a la izquierda, con los tres de sus cuatro hijos varones metidos en la política y una fuente de problemas para el gobernante de extrema derecha de Brasil, en sus dos primeros meses en el poder. Crédito: Instagram

Queiroz, un expolicía militar, es sospechoso también de mantener estrechas relaciones con las “milicias”, bandas criminales en general creadas por antiguos policías que dominan decenas de barrios de Río de Janeiro, explotando negocios de transporte, gas doméstico, televisión por cable y seguridad privada.

Flavio Bolsonaro hizo aprobar en la Asamblea Legislativa estadal de Río de Janeiro varios homenajes a expolicías acusados de comandar milicias. Esas bandas parapoliciales contaron con alabanzas de Jair Bolsonaro cuando era diputado nacional (1990-2018) y las consideraba válidas para combatir la delincuencia.

El mismo presidente enfrenta sospechas de haber empleado “fantasmas”, dos mujeres que supuestamente trabajaban en su gabinete de diputado en Brasilia, cuando en realidad una era educadora física en Río de Janeiro y otra vendía jugos de frutas en una playa cercana, según comprobó el diario Folha de São Paulo.

Pero la precocidad con que se deteriora la imagen del nuevo gobierno se limita al parecer a una parte de la población bien informada. Su aprobación alcanzaba 38,9 por ciento en una encuesta hecha por el Instituto MDA entre el 21 y 23 de febrero, considerada baja para el segundo mes de un gobierno.

Los juicios negativos se limitaron a 19 por ciento y regular a 29 por ciento. En la evaluación personal el presidente fue aprobado por 57,5 por ciento de los entrevistados.

Las acciones desastrosas del gobierno, sin embargo, tuvieron una frecuencia sin precedentes.

El ministro de Educación, Ricardo Vélez, emitió el 25 de febrero una orientación a todas las escuelas para alinear los alumnos y hacerlos cantar el himno nacional, registrándolo en video a ser enviado al ministerio.[related_articles]

Además deberían oír la lectura de una carta del ministro saludando “el Brasil de los nuevos tiempos” y terminando con la consigna bolsonarista: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”.

Protestas contra la ilegalidad de las “recomendaciones” forzaron a Vélez a echar atrás. Pero quedan en pie su intención de restablecer la “educación moral y cívica”, que era obligatoria durante la dictadura militar de 1964-1985, y de promover la “Escuela sin partido”, un proyecto en trámite parlamentario.

El objetivo es combatir el marxismo cultural que los gobernantes actuales suponen prevalecer en la enseñanza brasileña y los organismos internacionales.

Una semana antes, Bolsonaro cesó al secretario general de la presidencia con rango de ministro, Gustavo Bebianno, quien había sido su mano derecha en la campaña electoral.

El desenlace se produjo tras una pelea de Carlos Bolsonaro con Bebiano, a quien acusó de “mentiroso”, por sostener que tenía un diálogo frecuente con el presidente, pese al escándalo de las candidatas “naranjas” del PSL en que está involucrado, ya que presidia el partido en 2018.

El presidente tomó el partido del hijo. Bebbiano fue la primera baja en el gobierno, pese al intento de otros ministros, incluso militares, de salvarlo. Tras su cese, hizo trascender sus conversaciones con Bolsonaro por la aplicación de WhatsApp, con lo que demostró que tenía razón.

Lo hijos se meten demasiado en cuestiones del gobierno y no deberían hacerlo, según una amplia mayoría en los encuestados por MDA.

Motivo de las burlas más frecuentes es la ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, quien se ha declarado “terriblemente cristiana” y asegura que desistió de suicidarse cuando tenía 10 años, al ver Jesucristo, trepada en una mata de guayaba.

Tampoco se escapa el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, quien está bajo tutela de los militares, según analistas.

Sus seguidas declaraciones de alineamiento total con Estados Unidos habrían provocado una intervención de los generales del gobierno. Uno de ellos, el vicepresidente Hamilton Mourão, asumió los temas relacionados con la crisis de Venezuela.

No hubo tiempo para incorporar tantas necedades gubernamentales en el carnaval. Pero la sola ocurrencia de esa fiesta callejera se opone al gobierno conservador, que según Bolsonaro busca regresar a “un Brasil de 40 u 50 años atrás”.

“El espíritu del carnaval es la antítesis de este gobierno”, resumió a IPS una socióloga que prefirió ocultar su nombre.

La libertad y los grupos oprimidos de la población de este país de 209 millones de habitantes, como los negros, los indígenas y los pobres son los temas y protagonistas de la fiesta de este primer carnaval con Bolsonaro y la extrema derecha en el gobierno del país.

Edición: Estrella Gutiérrez 

 

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