Cultivo en terrazas, un modelo indígena de seguridad alimentaria

Algunas terrazas construidas por los indígenas atacameños en la aldea de Caspana, en el Alto Loa, en la región de Antofagasta, en el norte de Chile. Esta técnica milenaria de cultivo representa una adaptación al clima y garantiza el derecho a la alimentación de estos pueblos del altiplano andino. Crédito: Marianela Jarroud/IPS

Los cultivos en terrazas de los pueblos originarios andinos representan un aporte a la seguridad alimentaria por aportar una estrategia de adaptación a un medio de difícil características y complejidades geográficas para la producción de alimentos nutritivos.

Esta ancestral técnica prehispánica de cultivo, que aún se practica en vastos territorios del altiplano andino y en particular en el chileno, “es de gran relevancia desde el punto de vista de adaptación al clima y al ecosistema”, aseguró a IPS la especialista Fabiola Aránguiz.

“Al utilizar las terrazas, se hace un uso más eficiente del recurso agua, cada vez más escaso en la zona norte”, explicó la oficial junior en Agricultura Familiar de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) desde la sede regional del organismo en Santiago, a unos 1.400 kilómetros al sur del pueblo atacameño de Caspana.

En Chile, esa forma de cultivo en las laderas andinas, también llamada de andenes, la desarrollaron principalmente los pueblos atacameño y quechua, que habitan el desierto de Atacama, en el norte del país, desde hace unos 9.000 años.

Asentados principalmente en oasis, valles y quebradas de Alto Loa, en la región de Antofagasta, estos pueblos aprendieron la técnica de las terrazas artificiales de los incas, que les enseñaron cómo aprovechar el agua y poder cultivar los escasos terrenos fértiles existentes en sus elevadas altitudes.

Se trata de “verdaderos maceteros que han ido haciendo por años, donde tienen que remover la tierra existente y traer tierra fértil de otro lado para poder habilitarlos”, explicó a IPS el secretario ministerial de Agricultura en Antofagasta, Jaime Pinto.

“Esto les ha permitido mantener la agricultura porque en estas quebradas donde se desarrollan se crean microclimas que permiten el desarrollo de otros cultivos”, añadió el máximo representante gubernamental de Agricultura en la región, desde su capital, también llamada Antofagasta.

Pinto precisó que si bien en la zona el recurso hídrico es escaso, “es de buena calidad, lo que permite, en el caso del pueblo de Caspana, por citar un ejemplo, producciones grandes de ajo, de árboles frutales como damascos (Prunus armeniaca) o manzanas, que no se ven en otros lados”.

Según datos oficiales, se estima que solo en la región de Antofagasta existen unos 14 pueblos altiplánicos que aún conservan esta tradicional forma de cultivo, que contribuye tanto a la seguridad alimentaria de las comunidades, como a la generación de ingresos que permiten mejorar la calidad de vida.

Comunidades como Caspana, de 400 habitantes,  y el cercano Río Grande, de apenas un centenar de personas, viven de la agricultura y gracias al cultivo en terrazas desarrollan una producción comercial que se suma a la de autoconsumo y sustenta las economías familiares.

En cambio, otros pueblos y aldeas de Alto Loa, como Toconce, de unos 100 habitantes, poseen una producción que va casi exclusivamente al autoconsumo, pese a sus grandes extensiones cultivables. Ello porque la migración hacia la ciudad ha derivado en el desaprovechamiento de la tierra, explicó Pinto.

La aldea de Caspana, a 3.300 metros sobre el nivel del mar, en el desierto de Atacama, en el norte de Chile. Sus 400 habitantes viven de la pequeña agricultura, como indican orgullosos en una piedra a la entrada del lugar, gracias al uso del milenario cultivo de terrazas en las laderas del altiplano andino. Crédito: Marianela Jarroud/IPS
La aldea de Caspana, a 3.300 metros sobre el nivel del mar, en el desierto de Atacama, en el norte de Chile. Sus 400 habitantes viven de la pequeña agricultura, como indican orgullosos en una piedra a la entrada del lugar, gracias al uso del milenario cultivo de terrazas en las laderas del altiplano andino. Crédito: Marianela Jarroud/IPS

 

“La nuestra es tierra fértil”, confirmó a IPS la atacameña Liliana Terán, de 45 años, con cuatro hijos y cuatro nietos, dedicada, en parte, a la pequeña agricultura familiar en la terraza de cultivo que heredó su madre en Caspana.

“Aquí lo que se siembra, se da”, agregó orgullosa la pobladora de esta aldea indígena que  en la lengua kunza, extinguida a fines del siglo XIX, significa “hijos de la hondada” y que se ubica a  3.300 metros sobre el nivel del mar, en una zona profunda del valle.

Caspana es una “aldea de agricultores y pastores”, reza un cartel tallado en piedra a la entrada de la comunidad del pueblo atacameño, también conocido como atacama, kunza o apatama, y que actualmente subsiste en el noroeste de Argentina y el norte de Chile.

Aquí cada familia posee su terraza, que cultiva y cuida. Los más ancianos van heredando esas tierras a sus hijos y estos, a su vez, a los suyos.

Poseen un “juez del agua”, responsable de dar o cortar el recurso a los diferentes sectores de la aldea, para que todos lo reciban en forma equitativa.

“A través de los espacios entre terrazas se forman canales de tipo vertical donde llega el agua desde el punto más alto del río, agua que es dirigida de manera controlada”, explicó Aránguiz.

“Esto permite un mejor aprovechamiento del recurso tanto de riego como de lluvia, una mayor retención de agua y por tanto de la humedad del suelo, lo que ayuda aminorar periodos de escasez de agua; se favorece un adecuado drenaje del agua y evita la erosión hidráulica protegiendo a los suelos”, añadió.[related_articles]

Todas estas cualidades, dijo la representante de la FAO, hacen que el cultivo en terrazas sea un eficiente modelo de ayuda para combatir los efectos del cambio climático.

“Terrazas bien construidas y mantenidas pueden mejorar la estabilidad de las laderas, evitando remoción de masas durante eventos extremos de lluvia”, aseguró y destacó que “la importancia cultural de esta ancestral técnica, junto con que fortalece las dinámicas económicas y sociales de la agricultura familiar”.

Aránguiz recordó que hasta hoy los pueblos altiplánicos han mantenido esta tradición para el mantenimiento de la seguridad alimentaria, destacando países como Bolivia y Perú, este último con más de 500.000 hectáreas de cultivo en terrazas.

Luisa Terán, de 43 años, con una hija de crianza y prima de Liliana, trabaja la tierra en la terraza de su madre.

Cuando IPS estuvo en el lugar en la víspera de la ceremonia ancestral de limpieza de canales, Luisa se esmeraba en la preparación de empanadas (masa rellena) para aportar a la celebración.

“Es una ceremonia muy importante para nosotros”, explicó, y marca que la tierra ha quedado preparada para ser sembrada de nuevo.

Pinto subrayó que “es una responsabilidad que tenemos como gobierno el mantener estos sistemas de cultivo”.

Precisó que, a través del gubernamental Instituto de Desarrollo Agropecuario, se espera llevar adelante un programa de recuperación y mantención de las terrazas que fueron dañadas por los últimos temporales del norte de Chile.

Junto a esto, se están generando proyectos “para que los jóvenes vean como una alternativa económica el desarrollo agrícola”.

Esto va de la mano con el combate a la desigualdad, afirmó Pinto.

“Estamos trabajando en generar las condiciones para la autonomía alimentaria y son este tipo de cultivos los que pueden generar aportes a la producción agrícola para la alimentación regional”, concluyó.

Editado por Estrella Gutiérrez

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