El gobierno de Argentina afianza un matrimonio de conveniencia con China, para unos disparejo y para otros una alianza indispensable para una nueva inserción global, en lo que supone un cambio radical respecto a una diplomacia que años atrás definía como “relaciones carnales” los vínculos con Estados Unidos.
La presidenta Cristina Fernández calificó como una “alianza estratégica integral” la nueva relación con China, después de suscribir en Beijing el 4 de febrero un paquete de 22 acuerdos con su homólogo Xi Jinping.
Los convenios incluyen los sectores espacial, minero, energético, financiero, ganadero y cultural, y entre ellos destaca la construcción de dos centrales nucleares y dos hidroeléctricas, consideradas claves para el autoabastecimiento energético de este país sudamericano.
Con ser muy importantes, los nuevos acuerdos y los que ya se habían suscrito previamente son insuficientes para definir la dimensión del compromiso bilateral, según Jorge Castro, experto en China y director del Instituto de Planeamiento Estratégico.
“La relación con China tiene para Argentina elementos fundamentales de inserción en el sistema internacional del siglo XXI, junto a otros países del Sur, encabezados por Brasil”, subrayó a IPS.
Es un vínculo “entre el nuevo eje de la economía mundial, China-Asia, y Argentina como nación y como unidad regional”, calificó.
Castro recordó que Beijing es actualmente el principal socio comercial de América del Sur, debido a su compra de materias primas, lo que implicaría una interdependencia, dado que “China ha colocado la seguridad alimentaria de su población en manos de países sudamericanos”.
En el caso argentino, China es el segundo socio comercial, después de Brasil, desplazando a otros históricos como Estados Unidos y países europeos.
En 2014, las exportaciones a China alcanzaron 5.006 millones de dólares y las importaciones sumaron 10.795 millones de dólares, lo que representó un récord bilateral y supuso 11,5 por ciento de la balanza comercial del país, según la Cámara Argentina de Comercio.
Anteriores acuerdos que cimentaron la alianza
Antes de la visita de Fernández a China, ya existían acuerdos de inversión en sectores estratégicos, como el de la china Sinopec y la argentina YPF, dos empresas petroleras estatales, para la explotación de uno de los campos del megayacimiento de hidrocarburos no convencionales de Vaca Muerta, en el sur del país.
También se había concretado el financiamiento chino, por cerca de 2.500 millones de dólares, para la reconstrucción de la red ferroviaria de la empresa Belgrano Cargas y Logística, que posteriormente transportará productos agroalimentarios argentinos y brasileños hasta puertos chilenos del océano Pacífico.
“Los acuerdos de inversión con China son importantes en la medida que facilitan las condiciones para seguir generando, por ejemplo, la infraestructura para el desarrollo que la Argentina requiere, en un escenario de restricción externa (escasez de divisas)”, sintetizó a IPS la economista Fernanda Vallejos.
En julio del 2014, Argentina alcanzó un acuerdo con China de canje de monedas (swap) por el equivalente a 11.000 millones de dólares, destinado a apuntalar las debilitadas reservas monetarias del país, y de las que en diciembre recibió un tramo de 1.000 millones.
El canje “ha sido un instrumento muy poderoso”, que se suma a medidas del gobierno y el Banco Central para promover la estabilidad cambiaria y ayudar a la desaceleración de la inflación, explicó Vallejos, integrante de un grupo que asesora al Ministerio de Economía y Finanzas Públicas.
Voces críticas
Las voces contrarias a la alianza con Beijing provienen de sectores empresarios, como la Unión Industrial Argentina (UIA) o la Cámara de Exportaciones de la República Argentina, que alertan sobre las asimetrías de la relación.
Las exportaciones a China son la mitad de las importaciones y se concentran en productos primarios o agroindustriales, 75 por ciento del total soja o derivados.
En las Importaciones, en cambio, predominan insumos para maquinarias y electrónicos, computadoras, teléfonos, químicos, motocicletas o partes para electrodomésticos, entre otros.
Para la UIA, el Convenio Marco de Cooperación en Materia Económica y de Inversiones, suscrito en julio del año pasado y pendiente de la aprobación definitiva del parlamento, “contiene cláusulas de enorme riesgo para el desarrollo argentino”.
“Durante la última década, la estrategia de China ha perseguido dos objetivos centrales: consolidar sus empresas transnacionales en cadenas globales de valor, y obtener materias primas e insumos de baja elaboración, para sus crecientes necesidades productivas y de empleo”, puntualizó la UIA en un comunicado.
“En los acuerdos de libre comercio en esta época del proceso de globalización, lo fundamental no es el comercio sino las inversiones”, rebatió el sinólogo Castro al cuestionar el concepto de “asimetría” y respaldar el convenio con China.
Para el experto se debe analizar la relación en un contexto mayor. Por ejemplo recordando que en los próximos 10 años, se calcula que la inversión directa china en el exterior, ascendería a 1,1 billones (millones de millones) de dólares.
“La cuestión es cómo se logra ser parte de corriente de inversiones chinas en materia industrial en los próximos 10 a 20 años”, planteó Castro.
La UIA, está de acuerdo en ser parte de esa corriente, pero con adjudicaciones que no perjudiquen a los sectores de bienes y servicios locales, que no tienen posibilidad, asegura el gremio empresarial, de financiamiento chino.
La unión industrial y algunos sindicatos temen también que la contratación de mano de obra china, incluida en varios proyectos, desplace a los trabajadores locales.
«Quédense tranquilos, seguimos defendiendo el trabajo argentino y la participación del empresariado», rebatió la presidenta, de centroizquierda, que convocó a esos sectores para discutir técnicamente los acuerdos.
¿El nuevo imperio?
Algunos en Argentina ven a la China del siglo XXI, como una nueva Inglaterra del siglo XIX o un Estados Unidos del siglo XX, en términos de dominio hegemónico económico y territorial.
Con esa percepción, cuestionan también la construcción ya en marcha de una base espacial china en la sureña provincia de Neuquén, para realizar, según el gobierno, “tareas de monitoreo, control y bajada de datos en el marco del programa chino de misiones para la exploración de la luna y el espacio».
El diputado opositor de esa provincia, Raúl Dobrusin, explicó a IPS que el acuerdo, que cede a China 200 hectáreas por 50 años y al que se oponen grupos de izquierda y organizaciones sociales, no pasó por el parlamento neuquino, que desconoce sus alcances.
Por ahora no hay presencia militar china en las obras, precisó Dobrusin, pero a su juicio la base conlleva “riesgos geopolíticos mayores”.
“Si hay confrontación entre potencias pasamos a ser un lugar a tener en cuenta por los enemigos de China… En pocas palabras, nos metemos en un campo donde la posibilidad de decidir participar en los conflictos ya no pasa por decisiones soberanas, no nos preguntarán”, advirtió.
La alianza “trasciende lo económico para inscribirse en la búsqueda de un destino de independencia, tanto en lo económico como en lo político, que nos permita alcanzar las metas de desarrollo económico y social, rompiendo el yugo del neoliberalismo y la lógica imperio-dependencia”, rebatió Vallejos.
China, a su juicio, “está muy alejada de la voracidad de las potencias de Occidente”. Es parte “de un nuevo ordenamiento mundial que puja por nacer, donde el rol de los países emergentes deja de ser el del coloniaje para pasar a asumirnos como artífices de nuestro propio destino”, aseguró la economista.
“Esto no significa que China no obtenga beneficios de la relación con nuestras naciones, pero es posible construir una relación donde todas las partes ganen”, aclaró.
Editado por Estrella Gutiérrez