Calor perturba polinización de plantas alimenticias

El agrónomo Sergio Rodríguez muestra ejemplares de plátano de bajo porte, que resisten mejor los vientos huracanados. Crédito: Jorge Luis Baños/IPS.

El aumento de la temperatura media altera la fisiología de algunas plantas, un cambio menos perceptible que un huracán, pero igual de dañino para la producción de alimentos.

En especies tropicales de la familia Cucurbitaceae, «como la calabaza y el pepino», la polinización se interrumpe si hay más calor que el acostumbrado en el momento de la floración, explicó a Tierramérica el ingeniero agrónomo cubano Sergio Rodríguez.

Cuando la flor femenina de la calabaza está apta para ser fecundada, tiene una sustancia azucarada y húmeda a la que se adhiere el polen de la flor masculina, trasladado por la abeja. El mayor calor seca esa sustancia, impidiendo que el grano de polen se pegue y, por tanto, que se desarrolle el fruto.

“Cuando la fecundación no es efectiva y merman los rendimientos, en muchas ocasiones no nos damos cuenta de las razones. Y es que las temperaturas más altas o una sequía son consecuencias más sutiles del cambio climático”, dijo Rodríguez, director del Instituto de Investigaciones de Viandas Tropicales (Inivit).

En los últimos años, los veranos se han prolongado y los inviernos son más cortos y poco intensos en esta isla tropical, según coinciden los científicos. Las temperaturas tienden a aumentar, lo que obliga a trazar estrategias de adaptación para la agricultura.

La temperatura puede elevarse entre 1,6 y 2,5 grados hacia fines de este siglo en Cuba, indican varios estudios. Y la merma en los rendimientos agrícolas sería uno de sus efectos graves.

Para Rafael González, campesino del municipio de Manicaragua, en Villa Clara, “tener de todo un poco” es lo ideal para soportar más grados en los termómetros, precipitaciones cambiantes y ciclones tropicales más intensos.

“Si viene sequía, tenemos viandas (tubérculos y frutos ricos en carbohidratos) y frutas que se adaptan mejor a esas condiciones y otras que resisten más los temporales. Nada mejor que la variedad”, dijo a Tierramérica este agricultor de la Cooperativa de Créditos y Servicios Ignacio Pérez Rivas, en la que trabajan 130 personas, 30 de ellas mujeres.

Si se siembra yuca –tubérculo muy cotizado en la mesa de muchos países caribeños—en un invierno frío también se afectará, ejemplificó González. “Hay que seguir buscando variedades con mayor adaptabilidad».

La institución que dirige Rodríguez, en la central provincia de Villa Clara, tiene la estratégica tarea de realizar esa búsqueda, considerando calores intensos, sequías severas, huracanes y nuevas plagas.

El Inivit dispone de un banco de germoplasma (en forma de semillas, esquejes o tubérculos) con 650 variedades de boniato (Ipomoea batatas Lam), 512 de yuca (Manihot esculenta Crantz), 327 de plátano vianda y fruta (Musa paradisiaca y Musa sapientum), 120 de ñame (Dioscorea spp) y 152 de malanga de los géneros Colocasia y Xanthosoma.

Esos recursos genéticos son «una fortaleza del país» para afrontar adversidades, dijo Rodríguez.

La yuca y el plátano burro soportan la sequía, mientras la malanga, el boniato, la calabaza y el ñame, aunque pase un huracán producen alimentos porque son de bajo porte y resisten mejor los vientos extremos, ejemplificó.

Pero hay «necesidad de seguir buscando nuevos clones que tengan mayor espectro de adaptabilidad, variedades que produzcan en condiciones óptimas del clima y también en condiciones desfavorables. En este último caso, puede ser que el rendimiento sea menor, pero amortiguan el impacto adverso”, afirmó.

Para eso, hay que conjugar el estudio de las variedades en correspondencia con las condiciones climáticas, así como sus capacidades de adaptación a determinado clima, a los diferentes tipos de suelo, regímenes de lluvias y temperaturas mínimas y máximas, explicó.

La simiente es clave. “Si usted tiene una semilla de calidad, el impacto de los cambios climáticos es menos significativo. A los productores les decimos siempre que en una buena semilla no se gasta. Es una inversión que luego se recupera», sostuvo Rodríguez.

Más de 70 por ciento de los tubérculos, raíces, plátanos y bananos que se siembran en Cuba son obtenidos o recomendados por el Inivit. “El otro 30 por ciento proviene de la tradición campesina. Hay variedades locales que se adaptan muy bien a determinados suelos y climas”, dijo Rodríguez.

En 2012, todo parecía ir bien en la siembra de fríjol de Rubén Torres, cuyos predios están cerca de Santa Clara, capital de Villa Clara. Pero, por el calor excesivo, la cosecha arrojó menos de lo esperado.

En cambio, «el arroz necesita altas temperaturas en el momento de su floración», dijo Torres a Tierramérica. De momento, él está cosechando este grano indispensable en la cocina cubana, y la productividad, de ocho toneladas por hectárea, le parece buena.

Rodrigo Morales vive Mayabeque, provincia aledaña a La Habana. Él y otros campesinos con fincas vecinas han notado que los veranos largos y calientes se hacen sentir en sus cultivos de ajo, cebolla y frijol, y en frutas como la guayaba.

Bajo presión de estos fenómenos climáticos, la agricultura cubana está obligada a aumentar su productividad para disminuir costosas importaciones de alimentos, que este año ascienden a 2.000 millones de dólares, según estimó este mes el vicepresidente del Consejo de Ministros, Marino Murillo.

El gobernante consideró “preocupante” que la agricultura aporte solo tres por ciento del producto interno bruto, con una plantilla de unos 960.000 trabajadores, de los que unos 300.000 no están vinculados directamente a la producción.

Sin considerar la caña de azúcar, la producción agrícola cayó 7,8 por ciento en los tres primeros meses de este año respecto del primer trimestre de 2012, según los últimos datos de la Oficina Nacional de Estadística e Información.

 

Este artículo fue publicado originalmente el 21 de septiembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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