Oportuna rebelión del catolicismo argentino

El actual papa Francisco fotografiado en 2008 en Buenos Aires Crédito: 3.0 CC BY-SA
El actual papa Francisco fotografiado en 2008 en Buenos Aires Crédito: 3.0 CC BY-SA

El cardenal argentino Jorge Bergoglio fue elegido Papa en momentos en que la Iglesia Católica de su país afronta una rebelión de laicos y religiosos que rechazan el papel de la jerarquía eclesiástica en la última dictadura (1976-1983) y la falta de gestos que reparen omisiones y complicidades pasadas.

Las acusaciones contra Bergoglio por su presunta vinculación con el régimen, que dieron la vuelta al mundo al conocerse su designación como pontífice en el Vaticano, el miércoles 13, son apenas la punta del iceberg de una discusión que lleva décadas sin saldar y que está saliendo a la luz a raíz de procesos judiciales contra represores.

Grupos como Curas en la Opción por los Pobres, Cristianos para el Tercer Milenio o Colectivo Teología de la Liberación, hacen oír juicios cada vez más airados contra la insuficiente autocrítica de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), que hace pocos meses lanzó un pedido de perdón y prometió investigar a fondo.

"Es bueno que se abra el debate, que nos metamos a esclarecer lo que pasó para que la verdad salga a la luz. Sería muy saludable", dijo a IPS la investigadora Claudia Touris, de la Universidad de Buenos Aires y coordinadora de Relig-Ar – Grupo de Trabajo en Religión y Sociedad en la Argentina Contemporánea.

La discusión que divide a los católicos detonó a raíz de un documento emitido en noviembre por la CEA en el que los prelados pedían perdón "a quienes hayamos defraudado o no acompañado como debíamos" durante la dictadura. También prometían "un estudio más completo" para conocer la verdad.
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El texto, difundido como Carta al Pueblo de Dios y titulado "La fe en Jesucristo nos mueve a la verdad, la justicia y la paz", condena los crímenes del "terrorismo de Estado", pero los equipara con "la violencia guerrillera", una interpretación rechazada por los opositores al régimen dictatorial.

Cristianos para el Tercer Milenio consideró el texto "insatisfactorio", pues niega la connivencia que existió entre algunos prelados y la dictadura. Según los firmantes, todos laicos (católicos que no son miembros del clero) se debería "exigir" información a quienes fueron capellanes militares y "hacer cesar situaciones escandalosas que confunden y debilitan al Pueblo Peregrino".

Por su parte, los Curas en Opción por los Pobres se dijeron "escandalizados por tantas actitudes contrarias al Evangelio" y porque el sacerdote Christian Von Wernich, condenado en la justicia por violaciones a los derechos humanos, "no fue expulsado del magisterio" y el exdictador Jorge Rafael Videla, culpable de múltiples delitos de lesa humanidad y sin manifestar arrepentimiento, sigue recibiendo la comunión.

En vísperas de la designación de Bergoglio como el papa Francisco, este grupo de sacerdotes que viven y trabajan en barrios precarios, protestó también porque a raíz de sus cuestionamientos al documento de la CEA, la curia episcopal tomó represalias contra uno de los religiosos disconformes.

El obispo Francisco Polti, de la norteña provincia de Santiago del Estero, separó de su parroquia al sacerdote Roberto Burell, uno de los firmantes.

"No vamos a decirles a ustedes ‘estimados’ porque no estimamos a los cobardes", arranca la carta que este grupo de sacerdotes enviaron al obispado, en la que vierten críticas furibundas y advierten a los prelados que cuando dejen de ser obispos "solo lo lamentarán los poderosos porque los pobres, campesinos, e indígenas lo celebrarán".

Ese era el ambiente que se vivía entre los católicos de Argentina cuando el cónclave vaticano eligió al cardenal Bergoglio como nuevo pontífice.

Según Touris, el documento de la CEA fue tibio para muchos católicos, aunque constituyó un llamado bastante novedoso a quienes tuvieran información sobre desapariciones forzosas o apropiaciones de niños, dos crímenes habituales perpetrados por la dictadura contra opositores.

"Habrá que ver si esto tiene continuidad y se profundiza", añadió.

En su opinión, no existió una posición unánime de la Iglesia frente a aquel régimen, y por eso hubo coincidencia ideológica de algunos obispos con los militares, que contribuían a "barrer una presunta infiltración comunista", y también religiosos y laicos comprometidos con los perseguidos.

En el primer grupo, Touris mencionó a prelados ya fallecidos, como el cardenal Raúl Primatesta, el vicario castrense Victorio Bonamín y los arzobispos Adolfo Tortolo y Antonio Plaza, señalados y en algunos casos denunciados por haber sido vistos en centros clandestinos de detención.

Pero, recordó Touris, hubo obispos junto a los perseguidos, como Jaime de Nevares, Jorge Novak o Miguel Hesayne, y también decenas de sacerdotes, monjas, seminaristas y laicos que fueron secuestrados, asesinados, se exiliaron o permanecen desaparecidos.

Dos obispos son considerados mártires por oponerse a la dictadura.

El primero es Enrique Angelelli, de la diócesis de la norteña provincia de La Rioja, muerto en 1976 en un presunto accidente automovilístico que se sospecha fue un asesinato. El otro es Carlos Ponce de León, obispo de la localidad bonaerense de San Nicolás, también muerto en un sospechoso accidente en 1977.

Bergoglio era entonces provincial de la Compañía de Jesús. Dos sacerdotes de esa orden, que trabajaban en barrios pobres, fueron secuestrados. El papa Francisco es señalado por algunos como responsable de entregarlos, pero otros aseguran que, al contrario, su influencia los rescató.

Según recordó Touris, el superior de la orden de los jesuitas era el español Pedro Arrupe, que exhortaba a los sacerdotes a asumir un compromiso político y social, y a raíz de ese mandato fue la orden con más perseguidos, torturados y desaparecidos en América Latina y el Caribe en la década de 1970.

En Argentina, bajo el liderazgo de Bergoglio, la orden tuvo una posición más tradicional, recordó la estudiosa. El ahora papa exhortaba a los sacerdotes más comprometidos a abandonar su tarea social como forma de eludir la represión, según é mismo declaró en su descargo.

El activista por los derechos humanos, Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de La Paz 1980 y un activo católico, sostuvo tras la elección del Papa que "la Iglesia Católica no tuvo actitudes homogéneas" frente al régimen y que hubo "indiscutibles complicidades de buena parte de la jerarquía eclesiástica". Pero aseguró que Bergoglio "no fue cómplice de la dictadura".

"Creo que le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles", declaró el dirigente humanitario en un comunicado de su organización, el Servicio de Paz y Justicia en Argentina.

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