La salud mental, otra víctima del cambio climático

«La ciudad parecía bombardeada. Camino a mi oficina, me crucé con personas que llevaban en sus rostros el mismo -diría que dramático- asombro mío. Nos mirábamos y, sin conocernos, nos preguntábamos: ¿cómo te fue?, ¿le pasó algo a tu casa? Fue una solidaridad afectiva muy importante para mí».

Este testimonio brindado a IPS por una periodista de Santiago de Cuba pone en la balanza uno de los lados buenos de la reacción colectiva tras un desastre como el sufrido por esta ciudad en la madrugada del 25 de octubre, cuando el huracán Sandy, pese al alerta meteorológica y a las advertencias oficiales, sorprendió a buena parte de sus habitantes.

La cuantía de los daños económicos aún se desconocía a mediados de este mes, cuando la porción más oriental del país restañaba sus heridas, a todas luces graves. Pero está también el impacto psicológico, del que se habla menos y se deja ver en los ojos de la gente cuando cuenta: "perdimos nuestra casa con sus muebles, equipos electrodomésticos, hasta los recuerdos".

"Tuve mucho miedo, me metí en el armario cuando el viento se llevó el techo de mi habitación… Mis vecinos me sacaron de la casa y me ayudaron a cruzar la calle hasta donde se habían refugiado otras familias cuyas viviendas estaban en muy mal estado", narró a IPS la vecina Isabel de la Cruz, de 70 años, residente de Guantánamo, otra de las áreas afectadas.

Depresión, tristeza, angustia, desesperación, incertidumbre y agresividad son todas manifestaciones que acompañan a las personas después de un desastre en cualquier parte del mundo. "Imagínate, nos acostamos con la bella y despertamos con la bestia", parodió un trabajador del sector turístico cuyo hotel en el que trabajaba fue totalmente destruido.
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"La gente está deprimida y desorientada. En no pocas personas he notado el desequilibrio psíquico por las pérdidas sufridas ", comentó a IPS el sacerdote católico Eugenio Castellanos, rector del Santuario de de la Caridad del Cobre, virgen patrona de Cuba.

Castellanos estimó que 90 por ciento de las viviendas del Cobre, localidad aledaña a esta urbe, sufrieron el impacto de Sandy.

A su vez, Juan González Pérez dijo a IPS que en días posteriores al huracán hubo conatos de violencia en algunos lugares, especialmente a la hora de comprar artículos deficitarios.

"Llevábamos muchos días sin energía eléctrica y comenzaron a vender ‘luz brillante’ (queroseno) para cocinar. Aunque había suficiente para que nadie se quedara sin comprar, hubo discusiones y peleas en la cola (fila). Cuando la gente se desespera suele ponerse agresiva", dijo Pérez, más conocido por Madelaine, líder espiritista cruzado muertero, una expresión de religiosidad popular en ese poblado.

Según contó, a sus seguidores les aconseja "unirse, llevarse bien, darle al que no tiene y no desesperarse".

En Mar Verde, la playa por donde tocó tierra cubana el huracán Sandy, situada a unos 15 kilómetros de Santiago, la médica Elizabeth Martínez atiende a más de 100 damnificados, albergados en las cabañas de veraneo que por estar más alejadas del mar se salvaron del desastre.

"El impacto psicológico es grande, pero no hubo muertes, ni tenemos personas enfermas", apuntó.

Poco más de una semana después del paso del huracán, los esfuerzos en materia de salud se concentraban fundamentalmente en contener brotes epidémicos. "Estamos dando audiencias sanitarias entre el vecindario, enseñamos como cuidarse de enfermedades trasmisibles, de la importancia de descontaminar el agua antes de beberla", aseguró la profesional.

Según medios especializados, se estima que entre un tercio y la mitad de una población expuesta a desastres sufre algún tipo de problema psicológico, aunque en la mayoría de los casos debe entenderse como reacciones normales ante eventos extremos, que bajo el impacto del cambio climático amenazan con aumentar en intensidad.

"Cuando encontré a mis vecinos en los bajos estábamos en shock. Pero alguien dijo: ‘Vamos a despejar la entrada que está bloqueada por esos árboles caídos’, y nos pusimos a trabajar, aunque al principio nadie hablaba", contó una mujer del sector turístico. En los primeros días se podía ver a muchas personas recogiendo escombros y barriendo las calles de sus barrios.

Ante la frecuencia y mayor intensidad de los ciclones tropicales, las autoridades de salud, desde los años 90, comenzaron a preocuparse por el impacto psicológico de los desastres causados por esos y otros fenómenos naturales. En 2008, cuando el país sufrió tres huracanes, una indicación ministerial fortaleció la inclusión del tema en los planes sanitarios.

En un artículo sobre el asunto, el médico cubano Alexis Lorenzo Ruiz explica que los aspectos psicosociales de los desastres son tenidos en cuenta tanto en la capacitación del personal como en la organización de los programas que llegan a todo el país y ponen énfasis en la atención de sectores más vulnerables, como menores de edad, adolescentes y adultos de la tercera edad.

Desde el punto de vista de la salud mental, en los desastres toda la población "sufre tensiones y angustias en mayor o menor medida, directa o indirectamente", señalaron, a su vez, Katia Villamil y Orlando Fleitas, quienes recomendaron no olvidar que el impacto en tales circunstancias resulta más marcado en poblaciones de escasos recursos.

Estos profesionales aseguraron que las reacciones más frecuentes van desde las consideradas normales, ansiedad controlable, depresión leve o cuadros "histeriformes", hasta estrés "peritraumático", embotamiento, disminución del nivel de vigila, descompensación de trastornos siquiátricos preexistentes, así como "reacción colectiva de agitación".

El huracán Sandy causó estragos no solo en Santiago de Cuba sino también en las orientales provincias de Guantánamo y Holguín, con un saldo de 11 personas fallecidas. El gobierno de Raúl Castro aún no ha hecho público el costo de las pérdidas económicas, aunque datos preliminares e incompletos de los primeros días indicaban un estimado equivalente a 88 millones de dólares.

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