Cada gota de lluvia cuenta

Brasil se considera un país rico en agua, por la abundancia de acuíferos y caudalosos ríos. Pero el reconocimiento de que la riqueza fundamental es la lluvia empieza donde esta es más escasa: el interior semiárido del Nordeste.

Antonio da Costa junto a sus papayas gigantes, cultivadas gracias a la presa subterránea. Crédito: Mario Osava/IPS
Antonio da Costa junto a sus papayas gigantes, cultivadas gracias a la presa subterránea. Crédito: Mario Osava/IPS
"Mi padre dormía poco, cargaba agua de noche, y de día trabajaba en la labranza. Aun así vivió 84 años", recuerda Francinete Gomes Viana. El agua más cercana estaba a tres kilómetros, en un azud que también se secaba, y obligaba a ir a "buscarla más lejos, a 13 kilómetros", explica a Tierramérica.

Desde niña "salía a las cuatro de la mañana para lavar ropa, y volvía bajo el sol caliente". Se eximió de esa labor algunos años para estudiar en Ouricurí, ciudad de 33.000 habitantes a 52 kilómetros de su poblado, Laginha, en el oeste de Pernambuco, uno de los nueve estados del Nordeste brasileño.

Hace nueve años, Viana obtuvo la cisterna que almacena 16.000 litros de agua de lluvia para beber y cocinar, y se liberó del "agua mala, contaminada" y de las presas lejanas. Además, mejoró la salud de todos, sostiene.

"Los niños ya no tienen diarreas, los viejos se enferman menos", corrobora su vecina Francisca da Silva, que vivió sus 49 años en Laginha y también se benefició con el Programa Un Millón de Cisternas (P1MC), impulsado desde 2001 por la Articulación del Semiárido Brasileño (ASA), una red de más de 700 organizaciones y movimientos sociales del Nordeste.
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Viana, de 37 años, secretaria de la Asociación de Pequeños Agricultores local y madre de tres hijos, ya no sufre los "problema de estómago" que la llevaban "al hospital cada 15 días".

Ese cambio lo atribuye a las verduras y frutas que cultiva gracias a la "cisterna-calçadão" (calzada), otra tecnología social que promueve la ASA, en este caso para la producción hortícola familiar.

El "calçadão" es una terraza inclinada de 200 metros cuadrados, hecha de hormigón sobre el suelo, que hace escurrir la lluvia hacia una cisterna con capacidad para 52.000 litros.

La ASA defiende el acceso al agua como un derecho humano básico y, por ende, la diseminación de pequeñas infraestructuras para captación y almacenaje de lluvia para consumo humano y actividades productivas.

Su área de actuación, el bioma semiárido del Nordeste brasileño, suma 970.000 kilómetros cuadrados, más que Alemania y Francia juntas, y cerca de 21 millones de habitantes, 11 por ciento de la población brasileña.

Esta es la región semiárida que recibe más lluvia del mundo, un promedio de 750 milímetros al año. Aunque las sequías más graves reduzcan ese índice a 200 milímetros en algunas partes, y las lluvias se concentren en pocos meses, es posible vivir y producir alimentos aquí, arguye la ASA.

La solución es almacenar el agua para los casi ocho meses de estiaje, dándole el mejor uso posible y evitando la evaporación, con técnicas ya desarrolladas, agroecología y buena gestión hídrica.

La idea es convivir con el clima semiárido, lo que implica oponerse a las grandes obras de "combate a la sequía", la política oficial de construcción de presas que llegó al extremo con la transposición de aguas del río São Francisco para abastecer 30 embalses y fortalecer cuencas de la parte norte del semiárido, a centenares de kilómetros del cauce original.

El megaproyecto, compuesto de dos canales en construcción desde 2007, costará 6.850 millones de reales (más de 4.000 millones de dólares) y beneficiará a 12 millones de habitantes en ciudades grandes, medianas y pequeñas, según el Ministerio de Integración Nacional, que prevé para 2015 el fin de las obras.

Con menos de un tercio de esa suma se podría alcanzar la meta de distribuir un millón de cisternas, que ASA había fijado para 2008.

El apoyo que el gobierno prestó a esta iniciativa no fue suficiente, aunque representó la mayor parte del aporte financiero para construir las 351.140 cisternas y los 8.799 sistemas de acopio de agua pluvial para la producción logrados hasta el mes de julio.

Además, las cisternas se destinan a una población rural "difusa", que comprende las familias más pobres y vulnerables a la falta de agua, no alcanzadas por las "obras contra la sequía" que amplían las desigualdades de acceso hídrico, sostiene la ASA.

Pero con el nuevo gobierno investido en enero se abre una fase "interesante", destacó Jean Carlos Medeiros, coordinador del P1MC. La presidenta Dilma Rousseff, que pretende erradicar la miseria en Brasil, adoptó las tecnologías de la ASA en su programa Agua para Todos.

Su meta es implantar 750.000 cisternas para consumo humano y 150.000 para producción, además de otros 23.000 sistemas de acopio de agua pluvial para irrigación en el semiárido.

Un objetivo es "universalizar" la primera cisterna entre la población rural necesitada de agua para beber, "entre 1,2 y 1,4 millones de familias", estimó Medeiros. La ASA propuso en cambio instalar "210.000 cisternas en dos años", reveló a Tierramérica.

El ritmo mucho más lento se basa en reconocer las trabas burocráticas del gobierno y la capacidad de movilización y principios de la ASA. "La meta no debe atropellar nuestra metodología", observó Alba Cavalcanti, coordinadora adjunta del Programa Una Tierra y Dos Aguas, que destina el recurso a la producción agrícola.

Una comisión municipal, con representantes de distintos sectores, selecciona a los beneficiados, que deben prestar una contrapartida en trabajo y capacitarse en la gestión del agua. Para ASA, las cisternas son también "un catalizador" de organización y participación comunitaria, de conciencia de derechos y formación, destacó Medeiros.

La "segunda agua" para producción comprende varios sistemas, además de la "cisterna calçadão".

Una presa subterránea le permite a Antonio da Costa, presidente de la Asociación de Laginha, donde viven 40 familias, cultivar mangos, guayabas, mandioca, frijoles, maíz y especialmente árboles de papaya, cargados de frutas en cantidad y tamaño increíbles en una tierra que se supone poco fértil.

Un trozo largo de plástico enterrado bajo el cauce de riachuelos o cañadas que se forman en la temporada de lluvia, y una barrera de ladrillos retienen el agua pluvial para empapar un buen pedazo de tierra y llenar pozos cercanos, asegurando un suelo húmedo por varios meses, explica el campesino de 56 años, padre de cuatro hijas, dos de ellas profesoras, y de un varón.

"Mejoró mi gastritis, porque como lo que produzco, sin agrotóxicos", dice mostrando la mezcla de estiércol y vegetales con que abona sus cultivos.

Los estanques de piedra aprovechan honduras en pisos rocosos que captan naturalmente la lluvia, a las que se agregan muros para acumular más agua. Esta se emplea para dar de beber a los animales, riego y lavado de ropa. Es de uso colectivo, como la bomba de agua popular, un pozo tubular con un equipo manual para sacar agua subterránea.

Los campesinos se adueñan de esas tecnologías, señala Edesio Medeiros, coordinador de "segunda agua" en el Centro de Habilitación y Apoyo al Pequeño Agricultor del Araripe, que asiste a las familias de Laginha y actúa en todo el oeste de Pernambuco.

"Y nosotros promovemos el intercambio, llevándolos a otras comunidades" para compartir conocimientos.

* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 17 de septiembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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