AMBIENTE: Uruguayos de barro y paja

Son cada vez más los uruguayos que eligen construir sus viviendas de forma ecológica. El problema es que no existe mercado ni mano de obra especializada para la llamada bioconstrucción.

Vista del barrio Guyunusa. Crédito: Cortesía Silvana Delfino
Vista del barrio Guyunusa. Crédito: Cortesía Silvana Delfino
Las viviendas hechas con tierra permiten ahorrar energía y constituyen un aporte a la mitigación al cambio climático, ya que su construcción emite menos gases de efecto invernadero que las técnicas tradicionales.

También es posible generar dentro de ellas un ambiente agradable, aislado de temperaturas extremas y de la humedad. Pero, sobre todo, permite la autoconstrucción y autoproducción de sus componentes, lo que las vuelve más económicas.

Incluyendo mano de obra, asesoramiento de arquitectos y otros rubros, una casa de tierra cuesta en Uruguay entre 500 y 600 dólares el metro cuadrado, mientras que una casa de hormigón y ladrillos de arcilla cocidos sale aproximadamente el doble, entre 900 y 1.000.

En el medio rural de este pequeño país sudamericano era común que las casas se construyeran con los materiales que ofrecía la naturaleza: tierra, madera, paja. Esas técnicas, que ahora se llaman bioconstrucción, se transmitieron de generación en generación y aún hay quienes sostienen la tradición, aunque sus experiencias permanecen casi invisibles.
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El auge de la bioconstrucción llegó en la década de 1990, cuando un grupo de arquitectos comenzaron a investigar sobre el uso de la tierra, al tiempo que se incorporaba el tema a los programas de la Facultad de Arquitectura de la estatal Universidad de la República (Udelar).

Eso permitió replicar la técnica en distintos lugares del país, pero a través de experiencias aisladas y con poco interés del gobierno.

Se calcula que en los últimos 15 años se construyeron unas 100 casas con participación de arquitectos, y que otras 100 fueron levantadas por sus propios dueños, sin la intervención de técnicos.

La demanda de técnicas sustentables está en ascenso, pero no hay una normativa adecuada, tampoco un mercado de venta y producción de materiales ecológicos ni mano de obra especializada.

Esos son los elementos para promover una construcción alternativa, explicó a Tierramérica la arquitecta Rosario Etchebarne, especialista en bioconstrucción y profesora e investigadora de la Udelar.

"Hay mucha demanda por parte de la población y mucha gente que se ha animado a experimentar, pero las autoridades todavía tienen un poco de recelo, porque aún faltan normas técnicas para los procesos de construcción y tienen miedo a lo experimental", señaló la arquitecta.

Según Etchebarne, las técnicas más utilizadas son tres: el adobe, que es un ladrillo sin cocer; el bloque de tierra comprimida (BTC), que se elabora con una maquinaria especial; y la fajina, un panel de madera que lleva tierra estabilizada con paja y otros componentes.

"La bioconstrucción incorpora muchos conceptos de sustentabilidad. La base de todo está en que hay un ahorro de energía", describió.

"Permite un diseño bioclimático, y cada uno puede construir y producir los materiales, por eso es interesante que las políticas públicas promuevan centros de producción del componente, donde la persona, a través de un pequeño acuerdo, pueda hacer sus bloques y así construirse una casa con materiales naturales", dijo Etchebarne.

"Estaríamos haciendo un aporte a la mitigación del cambio climático, porque no estaríamos emitiendo nada de dióxido de carbono al ambiente, ya que el cemento utilizado es mínimo", explicó.

Una de las experiencias más interesantes y recientes de construcción en tierra es Guyunusa, una cooperativa de viviendas por ayuda mutua ubicada en Ciudad de la Costa, en el sureño departamento de Canelones, sobre el Río de la Plata. Sus 10 casas fueron construidas en barro, mediante un préstamo del Ministerio de Vivienda.

"Elegimos la construcción porque queríamos tener viviendas más baratas y saludables. Se hizo una investigación buscando diferentes técnicas y llegamos a la conclusión de que la vivienda en barro era más sana y más térmica, más económica y al alcance de todo el mundo", dijo a Tierramérica Silvana Delfino, integrante de la cooperativa.

"No es nada nuevo: el ser humano ha vivido en casas de tierra aquí y en otras partes del mundo", añadió.

El proyecto del complejo habitacional Guyunusa incluye además un sistema de saneamiento ecológico, pues está ubicado en una zona no conectada a la red, que fue financiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Según explicó Delfino, la idea de la cooperativa es "mostrar que, con poco dinero, se puede tener viviendas dignas y respetuosas del ambiente".

En las afueras de Montevideo, en las experiencias autogestionarias Comunidad del Sur y La Wayra, varias familias construyeron sus viviendas ecológicas con la ayuda del arquitecto alemán Heiner Peters, que visitó Uruguay y transmitió sus conocimientos.

También se han construido algunas casas de verano cerca del mar o de fincas rurales, de gran porte.

"Este tipo de construcción no tiene ningún misterio. Antiguamente la gente se instalaba en un lugar y construía sus viviendas con lo que tenía a su alrededor. El problema es que quizás hemos desaprendido algunas cosas", dijo a Tierramérica Hugo Costa, integrante de La Wayra.

* Este artículo fue publicado originalmente el 20 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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