INFORME ESPECIAL: Arabia Saudita protegió a Al Qaeda (Parte 3)

En marzo de 1997, el entonces director del FBI, Louis Freeh, dio lo que en sus memorias calificó de «primer verdadero gran paso» en las investigaciones sobre el atentado contra las Torres Khobar, en Arabia Saudita: el arresto en Canadá del supuesto conductor del automóvil en que huyeron los terroristas.

Hani al-Sayegh, entonces de 28 años, había llegado a Canadá en agosto de 1996 después de dejar Arabia Saudita, según su propia versión, en agosto del año previo y tras pasar por Irán y Siria. El gobierno canadiense lo acusó de terrorismo, basándose en denuncias de las autoridades sauditas.

Para que fuera transferido a Estados Unidos y no deportado a Arabia Saudita, donde se creía podría ser condenado a muerte acusado de integrar la célula saudita del movimiento chiita libanés Hezbolá (Partido de Dios), Al-Sayegh se le ofreció un acuerdo bajo el cual admitía haber recibido la propuesta de realizar un atentado contra personal estadounidense.

Pero en realidad, la única cosa que había admitido, según fuentes del FBI (Buró Federal de Investigaciones), fue haber recibido la propuesta de realizar un ataque a un avión de la Fuerza Aérea saudita, pero que rechazó. Tanto antes como después de haber sido enviado a Washington, Al-Sayegh rechazó firmemente estar en conocimiento del atentado contra las Torres Khobar.

No obstante, un artículo del diario The Washington Post publicado el 14 de abril de 1997 citaba a funcionarios estadounidenses y sauditas señalando que el detenido se había reunido dos años antes con un alto jefe de inteligencia iraní, Ahmad Sherifi, y de que Teherán era la "fuerza organizativa" detrás del atentado a las Torres.
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Esa noticia, filtrada por funcionarios que apoyaban la versión saudita sobre lo ocurrido en Khobar, también citaba escuchas telefónicas canadienses a las conversaciones de Al-Sayegh en Ottawa antes de su detención.

Esto alimentó la creencia general en Washington de que Irán era autor ideológico del atentado, principalmente porque los servicios de inteligencia estadounidenses habían constatado una vigilancia de sus sitios militares y civiles en Arabia Saudita por parte de iraníes y de sus aliados sauditas en 1994 y 1995.

Sin embargo, lo que de hecho dijo Al-Sayegh a los agentes del FBI en una serie de entrevistas en Ottawa y Washington contradijo la noticia filtrada, según fuentes familiares con los interrogatorios.

Al-Sayegh admitió haber vigilado un sitio militar para los iraníes, que no era Khobar, pero insistió en que el objetivo no era preparar un atentado terrorista, sino identificar potenciales objetivos de una represalia en caso de que Estados Unidos atacara a Irán.

Su testimonio fue coherente con lo que había dicho antes el embajador Ron Neumann, director para Irán e Iraq en la Oficina del Departamento de Estado (cancillería) para Asuntos de Medio Oriente entre 1991 y 1994.

Mientras la mayoría de analistas oficiales creían que Teherán preparaba un ataque terrorista contra Estados Unidos, Neumann había descubierto un patrón diferente en el comportamiento iraní: cada vez que crecían las tensiones con Washington, ese país asiático hacía un reconocimiento del poder diplomático y militar estadounidense.

"El patrón podía ser interpretado como hostil, pero igualmente podía ser defensivo", sostuvo Neumann, señalando que lo que Teherán hacía era en realidad identificar objetivos estadounidenses como parte de una estrategia disuasiva.

Al-Sayegh habría sido una elección extraña como conductor del auto en el que escaparon los perpetradores del atentado en Khobar. Este hombre frágil, con frecuentes ataques de asma que varias veces interrumpieron los interrogatorios del FBI, le dijo a los investigadores que había sido entrenado por los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, pero dado de baja por sus constantes problemas de salud.

Michael Wildes, abogado de Al-Sayegh, escribió en su diario sobre el caso que Jack Cloonan, veterano del FBI familiarizado con los interrogatorios, le confesó estar convencido de que su cliente no había participado del atentado.

Hani al-Sayegh siguió negando que él o el gobierno iraní estuvieran relacionados con el ataque en Khobar, y como resultado fue deportado a Arabia Saudita en 1999, a pesar de la propagada idea en el FBI de que sería decapitado a su llegada.

Freeh no podía presentar un caso contra los iraníes ni contra sus aliados sauditas a menos que pudiera acceder a los combatientes chiitas sauditas detenidos por Riyadh. En sus memorias "My FBI" ("Mi FBI"), Freeh acusó al presidente Bill Clinton (1993-2001) de haberse negado a presionar al heredero a la corona saudita, príncipe Abdalá, para acceder a esos prisioneros en una reunión celebrada en septiembre de 1998.

Pero esa versión es cuestionada por varios ex funcionarios de Clinton. Freeh, que no estaba presente, sólo citó a "fuentes propias" para esas afirmaciones.

Gracias a la intercesión del ex presidente George Bush (1989-1993), el entonces director del FBI pudo reunirse con el príncipe saudita en la propiedad que tenía éste en Estados Unidos.

En el encuentro, Abdalá ofreció permitirle a agentes del FBI enviar preguntas a los detenidos y observar los interrogatorios, pero no participar directamente de ellos.

Pero lo que Freeh dejó fuera de sus memorias es que la oferta de Abdalá llegó en un momento en que los sauditas tenían una gran necesidad de calmar a Washington en relación a las investigaciones del atentado en Khobar.

En mayo de 1998, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) se enteró de que los servicios sauditas habían desarticulado un complot de la red extremista Al Qaeda para contrabandear misiles antitanques Sagger desde Yemen a Arabia Saudita una semana antes de una visita prevista a Riyadh por el vicepresidente estadounidense Al Gore, y que no había informado a Washington del incidente.

El 7 de agosto de 1998, las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania fueron víctimas de sendos atentados terroristas con 10 minutos de diferencia. La CIA rápidamente responsabilizó a Al Qaeda, por lo que comenzó a concentrarse más en las operaciones en Arabia Saudita de la red liderada por Osama bin Laden.

Gore se había reunido con Abdalá el 24 de septiembre, y lo había presionado para acceder a Madani al Tayyib, importante jefe financiero de Al Qaeda, quien había sido detenido por Riyadh el año anterior pero al que se mantenía lejos de la inteligencia estadounidense.

El régimen saudita se esforzaba por mantener a Estados Unidos lejos de la huella de Bin Laden. Durante la Guerra Afgano-Soviética en los años 70 y 80, altos funcionarios sauditas, incluyendo al propio ministro del Interior, príncipe Nayef, habían trabajado estrechamente con el luego líder de Al Qaeda.

Y esos vínculos aparentemente continuaron aun después de que el gobierno saudita le revocara a Bin Laden su ciudadanía, congelara sus cuentas bancarias y lanzara una campaña contra extremistas islámicos en 1994.

Pronto surgió evidencia de que Riyadh permitió a partidarios sauditas de Bin Laden financiar operaciones de Al Qaeda a través de organizaciones benéficas, a la vez de estimular a ese grupo radical a concentrarse más en objetivos estadounidenses y no en sauditas.

La comisión estadounidense que investigó los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington pronto descubrió que, luego del traslado de Bin Laden de Sudán a Afganistán en mayo de 1996, una delegación oficial saudita le había pedido a altos líderes del movimiento islamista afgano Talibán que le dijeran al jefe de Al Qaeda que, si no atacaba los intereses de Riyadh, "habría un reconocimiento" oficial para protegerlo.

Mientras, Nayef resistía los pedidos de la CIA para obtener el certificado de nacimiento de Bin Laden, así como sus pasaporte y registros bancarios.

La CIA había compartido su propia información de inteligencia sobre Bin Laden con la Mabahith, policía secreta saudita, incluyendo copias de las escuchas hechas por la Agencia de Seguridad Nacional a las conversaciones con teléfonos celulares entre supuestos líderes de Al Qaeda.

De pronto, los miembros de la red radical islámica dejaron de usar sus teléfonos celulares, posiblemente tras haber sido alertados por la Mabahith.

En 1997, la unidad de la CIA dedicada a investigar a Bin Laden le alertó en un memorando al entonces director de la agencia, George Tenet, quien se disponía a viajar a Arabia Saudita, que la inteligencia de ese país era un "servicio hostil".

Para fines de septiembre de 1998, el régimen saudita ya sentía la fuerte presión de la administración de Clinton por su falta de cooperación. La propuesta de Abdalá fue una forma de demostrar disposición mientras se ayudaba a Freeh para que promoviera otra línea de investigación sobre las Torres Khobar.

(*Este es el tercer artículo de una serie de cinco titulada "Las Torres Khobar investigadas: Cómo un engaño saudita protegió a Osama bin Laden". La serie es respaldada por el Fondo para el Periodismo de Investigación)

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