HAITÍ: Un Estado perdido en la basura

Oficiales uruguayos de la fuerza de paz de la ONU en Haití no podían creer que el agua extraída de una profundidad de 70 metros estuviera contaminada con colibacilos. Pero así era, y debieron apelar otra vez a su potabilizadora portátil.

El intento resultó especialmente frustrante porque la base militar donde ocurrió eso no está en una populosa ciudad sino en Port Salut, una pequeña localidad del sudoeste recostada al mar Caribe y rodeada de producción agrícola abundante para los parámetros haitianos.

Esta suerte de paraíso natural, donde incluso la violencia que acosa al país se adormece en las alturas cercanas, luce ahora algo más limpio tras la recolección de resaca y residuos y la plantación de árboles que los cascos azules realizan junto con la población local, para limar asperezas y en prenda de paz, según explicó uno de esos militares a Tierramérica.

Pero las purificadoras de agua sólo alcanzan para abastecer a los casi 800 soldados que viajaron 5.000 kilómetros para sumarse a la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah), y ésta no puede suplir al municipio ausente. Montañas de basura invaden las calles y las aguas color turquesa del Caribe.

La carencia de Estado muestra su cara más patética apenas el visitante sale del aeropuerto de Puerto Príncipe y, rodeado de aguas servidas y olores nauseabundos, transita por esa caótica ciudad que, a diferencia de otras latinoamericanas como Río de Janeiro o Caracas, se hace más limpia y amurallada a medida que se trepa a las montañas.
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El precio del agua embotellada aumenta en forma proporcional a la altitud sobre el nivel del mar, a medida que aparecen las mansiones donde se guarecen de la miseria y la mugre los dueños del poder de este país de 8,5 millones de habitantes, la mitad de ellos hacinados en mínimas viviendas derruidas de la capital, muchas a la espera de puertas y ventanas.

En los últimos 20 años, la apertura comercial llevó al colapso de la agricultura y a un éxodo desde zonas rurales que duplicó la población capitalina y llenó de tugurios otras ciudades.

La construcción desordenada de casuchas inundó zonas de drenaje, lechos fluviales y áreas de aprovechamiento de recursos hídricos, además de amontonar a Puerto Príncipe sobre la bahía, en especial en los barrios Bel-Air, Cité Soleil y Carrefour, que forman el área más violenta hoy junto con la norteña ciudad de Gonaives.

Ninguna ciudad tiene sistema de alcantarillado en buenas condiciones, y sólo hay plantas aisladas de tratamiento de aguas servidas. La deficiente evacuación de excretas contaminó casi todas las fuentes de abastecimiento de la capital, según organismos internacionales (las estadísticas locales brillan por su ausencia).

Faltan números y sobra basura. A cada corto trecho en Puerto Príncipe, el caminante debe bajar a la peligrosa calzada para sortear enormes montículos con desperdicios de todo tipo donde los cerdos se alimentan.

”Pueden pasar semanas hasta que venga un camión del municipio”, comentó a Tierramérica un ya acostumbrado oficial del centro logístico uruguayo, ubicado entre casonas y embajadas.

Para colmo, cada vez más vehículos desechados en Estados Unidos e ingresados sin arancel se suman a viejos carromatos para aumentar la contaminación de esta ciudad sin control de tránsito y con contados semáforos (apagados).

”El agua de la canilla (grifo) sólo se puede usar para ducharse”, fue la primera alerta que recibió apenas arribó a Haití el grupo de periodistas de Uruguay, entre ellos Tierramérica, invitados por las fuerzas de paz de ese país. ”Tampoco se puede consumir ningún alimento que se venda en las calles”.

A esa agua no recomendada sólo accede 50 por ciento de la población, a través de la insuficiente red de conexión domiciliaria o por grifos públicos.

Es habitual ver en las ciudades a adultos y niños bañándose y lavando ropa en derredor de esos grifos, y en zonas rurales se hace lo mismo con los hilos de agua que bajan de las montañas fuera de la época de lluvias, que va de abril a junio, aunque este año viene con atraso. Cuando llueve, todo se inunda.

En ese marco, y con 80 por ciento de los haitianos en la pobreza, no extraña que la mortalidad infantil alcance a 69 por mil, como indicó a los periodistas uruguayos la danesa Anne Poulsen, del Programa Mundial de Alimentación.

Las principales causas son las enfermedades diarreicas, las infecciones respiratorias agudas y la malnutrición, que afecta a 47 por ciento de la población infantil. La expectativa de vida al nacer es poco más de 50 años.

También la desnutrición reconoce causas ambientales. Hubo ”una depredación de la naturaleza, al punto que sólo queda dos por ciento de la forestación original”, recalca Poulsen. Cada año la erosión pluvial arrastra unas 20.000 toneladas de tierra cultivable hacia el mar.

”Por eso es muy difícil llegar a que se produzca aquí el alimento necesario para la población (sólo se cubre la mitad), pues no hay infraestructura para una producción estable”, explicó la experta.

Haití, el país más pobre de América, es por su suma de males muy vulnerable a las tormentas tropicales. Para este año se pronostican 14, y alguna de ellas puede volverse un huracán similar al Jeanne, que en septiembre mató a 2.000 personas.

* El autor es subeditor regional para América Latina y El Caribe de IPS. Publicado originalmente el sábado 18 de junio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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