Agricultora aspira a multiplicar oportunidades de la permacultura en Cuba

La agricultora cubana Ivonne Moreno entre árboles de ciruela en su finca La Luisa, en La Habana, donde emplea técnicas de permacultura. La conformación de un bosque de alimentos provee frutas, semillas, flores, raíces, hojas, condimentos, productos medicinales y leña, entre otros insumos. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

LA HABANA – La agricultora Ivonne Moreno ve en la permacultura, además de una filosofía de vida, un modelo sostenible para producir alimentos, reducir la huella ambiental y proyectar comunidades sustentables en ámbitos urbanos o rurales de Cuba.

Estos y otros principios han guiado la siembra de decenas de especies de frutales, hortalizas, tubérculos, plantas aromáticas y medicinales, además de arbustos y árboles maderables en su finca La Luisa, ubicada en el Cotorro, uno de los 15 municipios que conforman la capital cubana.

Su bosque alimenticio, como lo define, provee frutas, semillas, flores, raíces, hojas, condimentos, productos medicinales y leña, entre otros insumos, además de servir de hábitat a aves, insectos y otras especies animales que enriquecen el terreno y potencian la biodiversidad.

“Cuando escucho sobre una fruta en peligro de extinción, busco su semilla y la siembro. No quito la hojarasca para preservar los microorganismos del suelo. También uso abonos orgánicos, a partir del estiércol que botan en una vaquería cercana, junto con cáscaras y otros desperdicios”, explicó Moreno a IPS durante una visita a su finca.

No obstante, el bosque alimenticio “no lo hemos logrado implementar totalmente, porque también lleva animales que deben tenerse sueltos y cuya alimentación no puede competir con la de las personas. Hay que diseñarlo adecuadamente”, acotó la agricultora de 51 años, casada y madre de dos hijas.

La conexión de Moreno con La Luisa comenzó desde la infancia cuando pasaba las vacaciones en la finca de 0,7 hectáreas adquirida por su tatarabuelo en 1878.

“Asumí la permacultura como una ideología de vida, con una conciencia de cuidar el medio ambiente y generar la menor cantidad de desechos posibles”: Ivonne Moreno.

Tras residir en una populosa zona capitalina, en 2010 decidió asentarse definitivamente en esos terrenos donde “la conexión con la naturaleza es directa”.

Y sin saberlo “comencé a hacer permacultura. La asumí como una ideología de vida, con una conciencia de cuidar el medio ambiente y generar la menor cantidad de desechos posibles”.

Se trata, añadió, de “una forma de vivir donde uno esté, en una parcela en el campo o en un apartamento en la ciudad”.

Ivonne Moreno devuelve a su sitio una colmena de abejas meliponas después de la castración en su finca La Luisa, en La Habana. Estos insectos favorecen la polinización y aportan miel, pan de abeja –polen concentrado-, y cera, productos que por la ausencia de químicos refuerzan su valor nutricional, medicinal y cosmético. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Soluciones a problemas globales

La permacultura es un concepto que ha ido evolucionado, de “agricultura permanente” en sus inicios, a uno más contemporáneo relacionado con “cultura permanente”.

Como herramienta de diseño, con principios, prácticas y actitudes, concibe asentamientos humanos sostenibles en los cuales las personas conviven de manera armónica con otras especies animales y vegetales, y se mitiga el impacto ambiental.

Contempla desde una agricultura sostenible, la construcción de viviendas ecológicas, así como un mayor aprovechamiento de los recursos naturales y las fuentes energéticas limpias. Posee connotaciones políticas, económicas y sociales.

De acuerdo con expertos, la permacultura es una respuesta creativa a la crisis ambiental, en un mundo donde la disponibilidad de energía y recursos devienen problemas globales.

La permacultura llegó a Cuba a principios de los años 90 del pasado siglo. La crisis económica en la isla condicionó el desarrollo de sistemas agroproductivos sobre bases más sostenibles, más por la falta de recursos para adquirir combustible, maquinarias y agroquímicos que de manera consciente.

Una red de desarrollo y grupos de permacultores se extienden a lo largo de este país insular del Caribe articulados en torno a la no gubernamental Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre (FANJ), promotora principal de esta práctica en Cuba.

Un chayote (Sechium edule) cultivado en la finca La Luisa, en La Habana, perteneciente a la agricultora Ivonne Moreno. Ella destaca que un contexto problemático como la pandemia de covid, en Cuba se evidenció las oportunidades de la permacultura, pues con ella se dispone de variedad de alimentos y no se depende de uno o dos cultivos, un factor de vulnerabilidad ante fenómenos como los huracanes. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Constituida en 1994, la FANJ es una institución cultural y científica de carácter civil dedicada a la investigación y promoción de programas y proyectos educativos, comunitarios y de investigación, en particular los que se relacionan con la cultura, la sociedad y el ambiente.

“Pasé un primer taller de acercamiento en la FANJ. Luego vino el taller de diseño. Mi esposo Juan Carlos Martínez y yo somos facilitadores de estos conocimientos y la finca es la sede del grupo de permacultura en el municipio del Cotorro, que reúne a unas 10 personas”, expuso Moreno.

Precisó que a partir de los aprendizajes dispone de un “plano base” y un “plano contextual”. El primero refleja lo que existe y el otro, lo proyectado para conformar un sistema lo más eficiente posible.

En el caso de La Luisa, “lo soñado” por Moreno incluye la construcción de un biodigestor, así como la instalación de molinos de viento, paneles solares, estanques para peces y aljibes para almacenar el agua de las lluvias.

“Hubiéramos querido avanzar más rápido y tener en funcionamiento todos esos sistemas. Pero la situación económica del país hace muy difícil la compra de materiales e insumos”, lamentó la agricultora, quien se ocupa de la finca junto con su esposo y el apoyo ocasional de su padre.

Destacó “la reparación de varias partes de la casa con materiales naturales, sin usar cemento, para favorecer la climatización. También separamos las aguas negras de las grises y colocamos filtros. Parece funcionar bien, porque en el lugar donde desembocan estas últimas la hierba se mantiene verdecita”.

En más de un centenar de colmenas, abejas meliponas -una especie sin aguijones-, favorecen la polinización; aportan miel, pan de abeja –polen concentrado-, y cera, productos que ante la ausencia de químicos refuerzan su valor nutricional, medicinal y cosmético.

“Mi sueño es tener al menos 200 colmenas, pero hay que crear las condiciones. Por ahora, como parte del proyecto, promovemos la capacitación sobre el manejo y cuidado de los panales, porque son factibles de tenerlos en cualquier lugar donde a las abejas se les pueda garantizar una floración adecuada”, subrayó Moreno.

Comentó que un contexto problemático como la pandemia de covid evidenció las oportunidades de la permacultura, “pues aun encerrada disponía de variedad de alimentos, en vez de depender de uno o dos cultivos, que es un factor de vulnerabilidad ante fenómenos como huracanes”.

La producción de La luisa es principalmente para el autoconsumo, pero también se venden excedentes de fruta y miel y se hacen donaciones a  menores de edad con padecimientos oncológicos, así como a casas de niñas y niños sin amparo familiar.

Además, como parte de un proyecto de desarrollo local, pendiente de aprobación, Moreno aspira a que la estancia en la finca sirva como experiencia para aprender sobre los modos de hacer permacultura en un espacio concreto, lo cual además reportaría ingresos para hacer sostenible la explotación.

Especialistas coinciden en que estimular la permacultura en este país caribeño coadyuvaría a la búsqueda de la seguridad alimentaria, al saneamiento ambiental, a rescatar y preservar la cultura agrícola, generar empleos y diseñar espacios urbanos o rurales más acordes con necesidades y tradiciones autóctonas.

Sería asimismo un estímulo a la diversificación de las fuentes de energía limpia, potenciar el reciclaje, mejorar el tratamiento de los suelos y usar el agua de manera más racional.

Ivonne Moreno posa entre varias especies vegetales del bosque de alimentos en su finca La Luisa, en La Habana. Según especialistas cubanos, estimular la permacultura coadyuvaría a la búsqueda de la seguridad alimentaria, al saneamiento ambiental, a rescatar y preservar la cultura agrícola, generar empleos y diseñar espacios urbanos o rurales más acordes con necesidades y tradiciones autóctonas. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Desafíos

Expertos en el tema apuntan que el espacio familiar ha sido la escala de la introducción de la permacultura en Cuba.

Estadísticas precisan que la agricultura familiar y de productores privados aporta 70 % de los alimentos producidos a nivel nacional, por lo general mediante usos más eficientes de la tierra y una mejor conservación de los suelos con respecto a los sistemas agrícolas convencionales.

Sin embargo, resulta un tema problemático en un país con una deficitaria producción agropecuaria que mantiene elevados precios y obliga a importar alrededor de 80 % de los alimentos del consumo interno.

La mayoría de las familias cubanas dedica más de 70 % de sus gastos mensuales a la alimentación.

Si bien en los últimos años se desarrollan múltiples acciones para transitar hacia una agricultura con enfoque de sostenibilidad, todavía muestra su hegemonía el paradigma del productivismo de la agricultura convencional en Cuba.

Desde espacios académicos y pequeños productores se insiste en vencer este enfoque que prioriza la obtención de grandes volúmenes de producción pese a los elevados costos económicos, energéticos y ambientales.

Además de degradar recursos naturales, y aumentar la vulnerabilidad ante el cambio climático, se considera una solución parcial e insostenible que además limita la transición hacia la soberanía alimentaria.


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Según Moreno, la permacultura en Cuba se enfrenta a “un problema de mentalidad, de querer hacer las cosas de la misma forma, al “siempre se ha hecho así”; si haces algo distinto, aunque tenga resultados, te tildan de loca”.

El otro gran problema, a su juicio, se relaciona con los obstáculos en el acceso a tecnologías amigables con el medio ambiente “como paneles solares para producir electricidad o sistemas para reciclar el agua e incluso, hacerla potable”.

Llamó la atención sobre la importancia de utilizar la técnica adecuada, aquella que la persona se pueda permitir en el lugar donde esté.

“El compost que elaboro aquí no es algo que pueda hacer quien vive en un apartamento en el centro de la ciudad. Pero ambos sí podemos producir energía limpia, reciclar agua, obtener condimentos y verduras en macetas fabricadas con pomos plásticos”, dijo.

En su caso parece cumplirse la máxima de que nadie es profeta en su tierra, a juzgar por “las muchas resistencias en su entorno”, aseguró, si bien ha logrado con el tiempo que algunas personas de la comunidad apliquen abonos orgánicos y empiecen a mostrar interés en el tema.

A Moreno le gustaría ver multiplicarse el número de permacultores y permacultoras, así como fomentar alianzas “con otros proyectos o personas que amen la naturaleza como nosotros y que trabajemos en consonancia”.

ED: EG

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