“¿Has visto? ¡Qué mal se conserva esa para su edad!” En no pocas ocasiones hemos escuchado proferir expresiones denigrantes y vejatorias dirigidas a las mujeres: “Estará con la regla”, “anda con la menopausia”, “mira qué buena está”, “¿dónde se cree que va vestida así?”
El lenguaje se convierte en un arma de acoso sexual. Y no solo se trata de hostigamiento marcado por la jerarquía del “acosador” hacia la víctima, sino que se da este tipo de situaciones entre iguales, sin distinción de rango, en una situación simétrica profesionalmente pero asincrónica en cuanto al trato y tratamiento en ámbitos públicos y privados.
Todo ello supone una regresión y una vuelta al primitivo, al modo carpetovetónico de tantos referentes que conocemos. Quienes ejercen el acoso verbal.
El lenguaje identifica a cada uno y habla de su propia personalidad, de su comportamiento individual. Estos acosadores actúan así porque lo han hecho de niños, lo han visto en el núcleo familiar y en su ambiente más próximo.
Está relacionado con galanteo de otras épocas, el protocolo para cortejar a la fémina con el poder de la palabra, revestido de un donjuanismo atávico y en no pocas situaciones con la intención de molestar e intimidar (“¡Pero, mujer, si solo es un piropo!”).
Posición de poder y autoridad
La persona que piropea siempre está en una posición de poder y autoridad.
En este tipo de acoso, el acosador se siente con el derecho de interpelar a las víctimas en la calle, en el trabajo, sin haber recibido previamente su consentimiento y entendiendo que sus comentarios hacia las víctimas están justificados, son halagos o son socialmente aceptados.
La palabra lanzada supone que la persona que recibe esa “lanza” nos pertenece, la hacemos nuestra sin pedir permiso, así, porque sí.
Las mujeres no pedimos la opinión que los hombres tienen de nuestro físico; si quisiéramos conocerla, la preguntaríamos. Pero siempre hay quien se tira a la piscina y piensa que el cuerpo de la mujer es patrimonio del patriarcado y se arroga el derecho de invadirlo con sus miradas, actitudes y comentarios: una intromisión en la libertad de las mujeres convertidas en objeto, cosificadas.
Delito de acoso ocasional
De momento, hay muchos países que tienen una legislación en contra del acoso callejero como Portugal, Bélgica y Holanda en Europa, y Perú (pionero en Latinoamérica), Chile o Costa Rica.
En España no hay aún legislación específica, aunque desde el Ministerio de Igualdad se está depurando el borrador de La ley de libertad sexual que incluirá en el Código Penal el delito de “acoso ocasional” el conocido como “acoso callejero”, es decir, aquellas “expresiones, comportamientos o proposiciones sexuales o sexistas” que pongan a la víctima en una situación “objetivamente humillante, hostil o intimidatoria”.
Se trata de proteger de forma integral el derecho a la libertad sexual mediante la prevención y la erradicación de todas las violencias sexuales, que afectan a las mujeres de manera desproporcionada, como manifestación de la discriminación, situaciones de desigualdad y las relaciones de poder de género.
Hasta ahora solo estaban penadas estas situaciones en el ámbito de la violencia doméstica, esto es, entre familiares, pareja o expareja. En este tipo de circunstancias, la palabra clave es “consentimiento”: si la víctima que recibe la expresión ofensiva no la ha deseado, se considerará delito.
Ante la falta de denuncia hay que atender este problema con actos preventivos más que reactivos, tales como campañas de concienciación sobre qué es el acoso y cómo se puede determinar, y destinar recursos para facilitar y favorecer una educación igualitaria.
Toca volver a aprender: desaprender y reeducar atendiendo siempre a los derechos individuales; recuperar el valor de la palabra conciliadora para evitar comportamientos abusivos.
Lance sexual indeseado
El acoso verbal consiste en un lance sexual indeseado, una intrusión no solicitada de los acosadores en los sentimientos, pensamientos, actitudes, espacio, tiempo, energías y cuerpos de las víctimas; muchos de ellos tienen su origen en el desdén y provocan “la descalificación y la anulación”. Suponen una bofetada, un ninguneo, incluso todo un chantaje.
Algunos estudios realizados sobre el acoso verbal a una amplia muestra de mujeres demuestran que 72 % no consideraba apropiado silbar a una mujer por la calle, mientras que 20 % afirmaba que es aceptable en ocasiones; 55 % calificó esta práctica de “acoso” y solo el 20 % afirmaba que era “cortés”.
En las últimas décadas han surgido grupos como Stop Street Harassment (Parad el Acoso Callejero) o Hollaback (Responder al Grito), la campaña Stop Telling Women to Smile_ (Dejad de Decir a las Mujeres que Sonrían) e iniciativas muy secundadas como Cards Against Harassment (Cartas Contra el Acoso), todas ellas con la pretensión de visibilizar y denunciar situaciones de acoso verbal.
Recuperemos el halago familiar cálido y afectuoso, un reconocimiento y premio que nos llega de la voz del otro como una mano tendida al corazón; una palabra amable sin intención perversa, sin jerarquía ni preminencia hacia el próximo, sin deseo de someter y subyugar.
Nuestras palabras hablan de nosotros. La palabra es producto de nuestros pensamientos, que pasan a ser emociones y estas se verbalizan y se muestran en actos concretos.
Nuestro objetivo será desterrar palabras agresivas, insolentes, procaces y subversivas, desconsideradas, faltas de urbanidad y respeto que se cuelan de malos modos en las relaciones humanas, sociales y profesionales contraviniendo las reglas del juego y del trato.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.