La vida de Ermelinda Lobos mejoró sustancialmente desde que ella y el resto de habitantes de su caserío, escondido entre las montañas del noreste de El Salvador, trabajaron arduamente para montar una minicentral hidroeléctrica y autoabastecerse de energía.
Ahora ella, dedicada a la costura, cose en una máquina eléctrica y se ilumina con bombillos, en lugar de candiles, como sucedía antes de 2006, cuando se carecía de electricidad en el caserío de Potrerillos, en el área rural de Carolina, un municipio de unos 6000 habitantes en el departamento de San Miguel.
“Antes costuraba con máquina de pedal, y me alumbraba con candil, planchaba con plancha de carbón, y eso me afectaba mis manos por el excesivo calor. Ahora costuro con máquina eléctrica y me ilumino con focos”, contó Ermelinda a IPS, orgullosa.
La minicentral, de una potencia de 34 kilovatios (kW), aprovecha las aguas del río Carolina para mover una turbina que activa un generador para producir electricidad suficiente para las 40 familias beneficiadas, no solo de Potrerillos, sino también de otra comunidad cercana: Los Lobos, en el vecino municipio de San Antonio del Mosco.
Los trabajos en Potrerillos arrancaron en 2005, con la asistencia de la asociación Saneamiento Básico, Educación Sanitaria y Energías Alternativas (Sabes), que ha impulsado otros proyectos similares en el país, como la minicentral El Calambre, en el caserío de Joya de Talchiga, del municipio de Perquín, también en el noreste.
Los fondos para la obra en Potrerillos los aportó el gobierno de la española comunidad autónoma (región) de Navarra, y para el equipo electromecánico la Alianza en Energía y Ambiente con Centroamérica, que promueve el desarrollo sostenible en el área con financiamiento de países europeos.
El costo total del proyecto alcanzó los 120 000 dólares.
“Estoy muy orgullosa de la plantita (hidroeléctrica)”, añadió Ermelinda, mientras terminaba de coser una blusa, porque “sin ella aún estaría usando la vieja máquina movida con mis pies, y alumbrándome con candiles”.
Los habitantes del caserío, rememoraron sus integrantes a IPS durante su jornada que compartió en el lugar, proveyeron la mano de obra para las tareas más arduas, cuando todo comenzó en 2005. Aquí viven unas 100 personas distribuidas en 21 familias.
Llevar los materiales de construcción hasta el sitio del dique y excavar en el río para desviarlo y poder comenzar los cimientos, entre varias otras tareas, fue parte de las actividades diarias de la comunidad mientras el proyecto tomaba forma.
“Nos tocaba jalar (transportar) piedra, escarbar, batir la mezcla y muchas cosas más”, explicó Benilda Membreño a IPS, una de las personas que más se entusiasmó cuando en 2005 oyó de la posibilidad de edificar una minicentral comunitaria en Potrerillos.
Incluso Benilda se dio a la tarea de convencer a los incrédulos de que se podía montar una pequeña presa hidroeléctrica movida por las aguas del río Carolina, y obtener electricidad de buena calidad.
“Cuando se empezó el trabajo de construcción y se tiraron los cables, aún había gente incrédula que no pensaba que se podía generar electricidad del pequeño río, yo al contrario trabajé en todo el proceso. Costó trabajar dentro del agua, viera qué duro”, agregó Benilda, sin dejar de dar de comer a un mancuerna de venados en su corral.
Además de los venados, en su pequeña explotación tiene vacas, cerdos y gallinas, que proveen de alimento e ingresos al grupo familiar.
La agricultura de subsistencia, y en menor medida la ganadería a pequeña escala, son las principales actividades económicas en Potrerillos, como lo es en casi toda la zona rural de El Salvador, un país de 6,8 millones de habitantes.
Cada familia que participó en los trabajos se ganó el derecho de que su hogar tuviera el servicio eléctrico, cuando por fin la planta comenzó a producir energía, en 2006.
“El día que conectaron la luz hasta lloré, de tan emocionada que estaba”, recordó Benilda.
Según datos oficiales, en este país centroamericano 99,0% de los hogares cuenta con el servicio eléctrico en las zonas urbanas, pero en el campo la cifra baja a 95,2% y además aún hay un 2% que utiliza velas o candiles para iluminación.
Minigeneración transformadora
La minicentral hidroeléctrica está compuesta por un dique de concreto de baja altura que embalsa parte del agua del río, que a través de un canal se transporta hacia una cámara de carga, varios metros abajo, y desde ahí el agua baja hasta la turbina, en la casa de máquinas.
A diferencia de los megaproyectos hidroeléctricos, que suelen embalsar completamente el caudal fluvial, la minicentral en Potrerillos está diseñada para que el agua desviada para mover la turbina regrese al cauce del río, con lo cual se asegura un uso sostenible del recurso hídrico.
Además de la comodidad de tener buena iluminación en la noche, y de poder ver televisión, entre otras amenidades, en el caserío han surgido también pequeños emprendimientos que generan nuevos ingresos para algunas familias, aprovechando la electricidad.
Además de costurera, Ermelinda posee una tienda cuyos productos estrella son las bebidas frías, salidas de una refrigeradora, mientras que en la casa de Benilda funciona un pequeño taller de soldadura.
“Hay una persona de otra comunidad que se dedica a la carpintería, y viene aquí para usar sus herramientas eléctricas. Eso quiere decir que es bueno el voltaje que tenemos, para que levante aparatos eléctricos, incluso de soldadura”, comentó Jaime Márquez, que estaba visitando a su madre, Ermelinda, pero que vive en Carolina.
Otra de las ventajas de contar con energía de un proyecto comunitario, y no de una compañía privada, es el costo de la electricidad.
Jaime dijo que en Carolina él paga más de 20 dólares al mes por el servicio y conoce a personas que gastan hasta 35 dólares, mientras que en Potrerillos la factura mensual no sobrepasa los cinco dólares.
En medio de la pandemia del coronavirus, el generador se descompuso y los residentes del caserío volvieron a vivir días en que oían las noticias de la noche en pequeñas radios de baterías, iluminados por la luz trémula de una vela.
“Había un ruidito en el generador, se le habían movido los baleros (rodamientos) que van dentro, y dije: hay una falla aquí. La destapó un mecánico y dijo que sí, eran los baleros”, detalló Neftalí Membreño, encargado de la casa de máquinas y sin relación familiar con Benilda.
Se tomó la decisión de no reparar el generador sino de comprar otro completamente nuevo, en Estados Unidos, pero debido a la emergencia sanitaria por la pandemia de covid-19 todo se retrasó y la comunidad pasó dos meses sin electricidad, un retroceso que costó a las familias, aun sabiendo que era temporal.
Además, la falla ocasionó un incremento de gastos a las familias, porque en cada hogar hubo que comprar velas, kerosene para los candiles o mandar a recargar sus teléfonos celulares a Carolina.
“Esos dos meses que no hubo corriente, gasté 30 dólares extra, por esa causa”, acotó Benilda. “A mí no me gusta ver telenovelas, lo que sí me gusta es ver el Facebook en el teléfono”, contó.
Finalmente, luego de la espera, llegó el nuevo generador en septiembre, poco antes de la visita de IPS, cuyo costo total, incluido el transporte y la aduana, fue de 3217 dólares, que las familias de Potrerillo ya tenían recolectada comunitariamente, cuando la alcaldía de Carolina decidió aportarle los fondos.
“Hoy está listo y perfecto para seguir trabajando”, afirmó Neftalí, tras mostrar la turbina y el generador y confirmar que todo funciona bien tras la instalación.
Si comunitaria, mejor
En esos dos meses, empleados de la compañía privada que distribuye la energía en la zona oriental salvadoreña, la Empresa Eléctrica de Oriente (EEO), llegaron al pequeño caserío a tratar de convencer a sus habitantes de que abandonaran el esfuerzo energético comunitario y pasaran a ser sus clientes, contaron a IPS los pobladores.
Esa empresa es la filial local del estadounidense consorcio transnacional AES, presente en 14 países, con más de 300 000 clientes en el este de El Salvador. El grupo posee además otras tres filiales que proveen del servicio en otras regiones del país.
La distribución y comercialización de la electricidad se privatizó en el país a finales de los años 90.
“Vinieron a ofrecernos el servicio, pero yo no quiero pactar con la empresa. Yo prefiero nuestra miniplanta porque el beneficio es grande”, señaló Ermelinda, e insistió en el bajo costo de la energía que les ofrece la pequeña central, mientras sacaba unas bebidas gaseosas de la refrigeradora y las vendía a un par de clientes.
“Además, no es lo mismo pagarle a una empresa internacional que pagar menos dinero por un esfuerzo comunitario que nos ha costado a todos aquí, que es el fruto de nuestro esfuerzo”, sentenció convencida.
ED: EG