Venezuela, matriz de sueños y tragedias en América Latina

El fallecido presidente venezolano Hugo Chávez (1999-2013) y su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y detrás, a la derecha, Nicolás Maduro, en uno de sus frecuentes encuentros en Caracas. Chávez y Lula, actualmente preso por una condena de corrupción, representaron dos modelos de la izquierda que triunfó en América Latina la primera década del siglo, y que ahora está en neto reflujo en la región. Crédito: AVN
El fallecido presidente venezolano Hugo Chávez (1999-2013) y su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y detrás, a la derecha, Nicolás Maduro, en uno de sus frecuentes encuentros en Caracas. Chávez y Lula, actualmente preso por una condena de corrupción, representaron dos modelos de la izquierda que triunfó en América Latina la primera década del siglo, y que ahora está en neto reflujo en la región. Crédito: AVN

Las dos primeras décadas del siglo XXI en América Latina quedarán marcadas por la Venezuela chavista, con el auge de sus propuestas “bolivarianas” que sedujeron la izquierda de varios países en la primera década y su ruina en los últimos años.

Ahora su crisis tiende a agravarse y prolongarse, y según algunos analistas pudiera  degenerar en una guerra civil, en que por primera vez América Latina sería el epicentro de un conflicto global, oponiendo Estados Unidos a Rusia y China.

Ese es el temor de Elimar Nascimento, sociólogo y profesor de la Universidad de Brasilia, con experiencia en política internacional.

Una confrontación armada en Venezuela supone la intervención de fuerzas extranjeras, ya que la oposición al gobierno del presidente Nicolás Maduro no dispone de bases militares, hasta ahora y que se sepa.

“Es una alternativa que le interesa al presidente Nicolás Maduro porque le permitiría mantener la cohesión de las Fuerzas Armadas y el apoyo de la población en un movimiento patriótico”, especuló Nascimento a IPS.

La Fuerza Armada Bolivariana declaró su lealtad a Maduro, después que el presidente de la legislativa Asamblea Nacional, Juan Guaidó, juró como “presidente encargado” de Venezuela el 23 de enero ante una multitud de seguidores, con el reconocimiento inmediato de Estados Unidos y otros 15 países americanos.

Salvo Canadá, casi todos hacen parte del Grupo de Lima, de concertación política, que había decidido en diciembre considerar ilegítimas las elecciones venezolanas de mayo de 2018 que mantuvieron a Maduro en el poder, pese a denuncias de fraudes, compras de votos y la imposición de reglas excluyendo opositores, algunos presos, otros exiliados.

El heredero de Hugo Chávez, presidente venezolano de 1999 hasta su muerte en 2013 y creador del movimiento bolivariano, trata de sobrevivir en medio de la brutal depresión económica, la hiperinflación y la fuga de millones de ciudadanos al exterior.

Las protestas masivas se repiten y crece el aislamiento internacional del régimen chavista por sus acciones antidemocráticas y represivas, aun apoyadas por sectores de la izquierda latinoamericana que identifican complicidad “imperialista” en cualquier crítica a los bolivarianos.

La insólita situación venezolana comporta no solo dos presidentes, sino también dos parlamentos y dos tribunales supremos, producto de una sucesión de maniobras oficialistas para frenar la oposición.

Esas duplicaciones empezaron en 2017, cuando Maduro llamó a elecciones para una Asamblea Constituyente, que quitó poderes a la Asamblea Nacional, donde la oposición conquistó mayoría de 112 escaños, contra 55 del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), fundado por Chávez en 2006.

Fue la gota que desató el rechazo de la comunidad internacional a las manipulaciones chavistas e impulsa la nueva táctica opositora, de constituir una presidencia alternativa para promover elecciones legítimas, una vez que el 10 de enero comenzó el mandato  emanado de los polémicos comicios de 2018.

Las reacciones son también disparatadas. Se violan normas tradicionales de la diplomacia, como la no injerencia externa, y se reconoce un presidente sin poder, “un gobierno no instalado que nada controla en el territorio nacional”, destacó a IPS Thiago Gehre, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Brasilia.

El deterioro del régimen que construiría el “socialismo del siglo XXI” se agrava por una oleada de gobiernos de derecha en las Américas, incluso extremistas como en Brasil, y contribuye al derrumbe de la izquierda.

“La crisis venezolana fue un hecho esencial, sino determinante”, para el triunfo electoral del presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro en Brasil y, reconoció Marcelo Suano, analista político y fundador del Centro de Estrategia, Inteligencia y Relaciones Internacionales (CEIRI), que preside el Consejo Editorial de su portal asociado, CEIRI News.

“Los electores brasileños rechazaron un modelo político de poder concentrado, que ignora la sociedad y representa el fracaso económico, encarado como similar al modelo pretendido por el PT (Partido de los Trabajadores)”, explicó a IPS.

El arribo de decenas de miles de venezolanos por la frontera del estado brasileño de Roraima, con amplia difusión por televisión y prensa sobre el colapso del abastecimiento y de servicios que motivaron sus fugas, operó como un espantajo perfecto del “socialismo” que representaría Fernando Haddad, el candidato presidencial derrotado del PT en las elecciones de octubre.

Brasil se convertiría en otra Venezuela, si el PT volviese al poder, arguyó reiteradamente Bolsonaro durante la campaña electoral.

No era así en la década pasada. Fundada por Cuba y Venezuela en 2004, la Asociación Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), ganó la adhesión de Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua y varios países caribeños en los años siguientes. Luego perdió miembros que cayeron en manos de la derecha, como Honduras, o por distanciamiento con el bolivarianismo, como Ecuador.

Un elemento común de algunos de estos gobiernos fue la búsqueda de perpetuarse en el poder, mediante cambios en sus constituciones y leyes, con los exitosos casos de Bolivia, Nicaragua y la misma Venezuela.

Además tenían como aliados gobiernos cercanos, aunque no bolivarianos, como el Brasil presidido por Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011) y Dilma Rousseff (2011-2016), ambos del PT, y el de Argentina bajo la presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007) y de su esposa Cristina Fernández (2007-2015).

“El ascenso del chavismo se debió al alza de los precios del petróleo, que rindió gigantescos ingresos al gobierno. Con eso Chávez pudo impulsar políticas de inclusión social, con sus ‘misiones bolivarianas’, y por otro lado usó los recursos para diversificar la producción venezolana, muy limitada al petróleo”, recordó Suano.

“Invirtió mucho dinero en la región para consolidar aliados e insertar Venezuela en cadenas de producción, pero eso no resultó en la industrialización ni la integración económica”, acotó.[related_articles]

Es de esa época, por ejemplo, la idea de construir el Gasoducto del Sur, un megaproyecto que cruzaría Venezuela, Brasil y Argentina con el gas venezolano, acordado por Chávez, Lula y Kirchner en enero de 2006, que podría alcanzar hasta 15.000 kilómetros de largo e inversiones de más de 20.000 millones de dólares. Se abortó un año y medio después.

“Fue relevante y estuvo en marcha un tiempo el Petrocaribe, que suministró petróleo a precios preferenciales y pago a largo plazo, no solo por una cuestión energética, sino de desarrollo, industrialización e integración”, recordó Beatriz Bissio, periodista uruguaya de temas internacionales, ahora profesora de Política en la Universidad Federal de Río de Janeiro.

En su opinión, “Estados Unidos buscó debilitar ese liderazgo venezolano en el Caribe y Centroamérica, recuperar influencia y trabar el proceso de integración latinoamericano en general”. El derrumbe de gobiernos progresistas y del chavismo, representará “una década de retroceso”, lamentó en su visión antiimperialista.

“Con el fin del chavismo, la izquierda tiene que reinventarse en América Latina”, sostuvo Gehre, con una mirada más histórica. La región sufre cierta “ciclotimia”, determinadas tendencias políticas coinciden en varios países por un período.

“Después del ciclo de regímenes militares en los años 1970 y 1980, predominaron los progresistas en procesos de redemocratización que, con sus beneficios, ampliaron la clase media que ahora vota por la derecha”, dijo.

“Un maniqueísmo infantil se hace presente en política internacional también”, señaló, para opinar que la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) debe permanecer y a la larga recuperar su importancia, aunque haya sido creada por gobiernos dichos de izquierda, porque está estructurada con sede y grupos de trabajo,

De la misma forma países como Colombia, Ecuador y Venezuela, tenderán a acercarse también con gobiernos conservadores, “tienen raíces históricas comunes desde el siglo XIX, fueron todos marcados por Simón Bolívar en su lucha por la independencia”, acotó.

“Venezuela es un laboratorio interesante, ya vivió muchos conflictos y las peleas callejeras hacen parte de DNA de los venezolanos”, concluyó.

Edición: Estrella Gutiérrez

Archivado en:

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe