Brasil ganó, con Rafaela Silva, la primera medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y una nueva heroína con múltiples funciones. La hazaña de vencer a adversarias favoritas en judo olímpico, la tornó una potente voz contra el racismo y la homofobia. Además de negra y pobre, asume su homosexualidad.
Su primera declaración como campeona olímpica, el 8 de agosto, fue una descarga contra los que la llamaron “mona que debería estar en la jaula”, cuando ella fue descalificada por una infracción en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. La medalla es su venganza contra el racismo.
Es también un ejemplo de triunfo contra la pobreza y la criminalidad que arrastra muchos jóvenes en la “favela” de Ciudad de Dios, el barrio pobre y hacinado donde vivió y que sirvió de tema y título a una famosa película sobre la violencia del tráfico de drogas, en la zona oeste de Río de Janeiro.
Personajes de ese tipo y deportistas imbatibles, como el corredor jamaiquino Usain Bolt o el nadador estadounidenses Michael Phelps, son claves en los Juegos Olímpicos que se han convertido en un negocio mediático global, más que una gran justa mundial de competiciones deportivas.
La sobredosis también cumple un rol vital en el espectáculo audiovisual. En los Juegos de Río, inaugurados el 5 de agosto y que se clausuran el domingo 21, las disciplinas deportivas se elevaron a 42, multiplicadas en 306 modalidades de competición entre 11.552 atletas, ocho por ciento más que en Londres 2012.
Pero los periodistas aumentaron mucho más, cerca de 20 por ciento. Se acreditaron más de 25.000 para cubrir Río 2016. Eso se traduce en que hay 2,2 profesionales de medios de prensa, televisión, radio e Internet por cada atleta compitiendo durante los 19 días olímpicos.
La capacidad de conexiones para transmisión internacional de datos en los primeros Juegos Olímpicos que acoge América del Sur se cuadruplicó en relación a la de Londres hace cuatro años. Son los Juegos “más conectados” de la historia, subraya su publicidad.
La desproporción en materia de audiencia es más llamativa aún.
Las entradas vendidas para asistir a los estadios suman seis millones, según los organizadores de los Juegos Río 2016, mientras que las ganancias por los espectadores que siguen las competiciones por televisión o Internet se cuentan en miles de millones en todo el mundo.
Solo la ceremonia inaugural captó 3.000 millones de telespectadores, estiman especialistas. El espectáculo de muchos colores y efectos especiales, dirigido por premiados cineastas, despejó las dudas sobre el éxito de Río 2016, hasta entonces amenazado por obras con retraso, la epidemia del virus del zika y la crisis política y económica de Brasil.
La mirada tamizada por decenas de cámaras de televisión no sustituye al ambiente del estadio, pero permite observar detalles desde varios ángulos, incluso aéreos, no siempre posibles para los espectadores directos. Los avances tecnológicos perfeccionan día a día la experiencia del disfrute a distancia.
La estética es otra dimensión que matiza la competición. Cumplió su papel en la inauguración de los Juegos y su fuerte presencia en algunas disciplinas, como la gimnasia en sus variadas modalidades y los saltos ornamentales, suaviza el origen bélico de muchos deportes olímpicos, como los de lucha o tiro.
Pero la dramaturgia que involucra las contiendas es quizás el elemento central del espectáculo mediático de las Olimpiadas.
Es notorio que más gente recuerda el esfuerzo de la corredora suiza Gabrielle Andersen para concluir la carrera en el 37 lugar, tambaleándose en los 200 metros finales, que a la vencedora del maratón en los Juegos de Los Ángeles 1984.
Para el honor de encender la antorcha olímpica en la inauguración de Rio 2016 se eligió al corredor brasileño Vanderlei de Lima,que en Atenas 2004, comandaba el maratón con una ventaja de centenares de metros cuando un excura católico irlandés lo agarró, lo sacó de la carrera y lo tumbó entre los espectadores.
Ayudado por un samaritano griego, Lima logró reanudar la carrera, pero perdió tiempo, ritmo y la medalla de oro que parecía segura. Por el espíritu deportivo con que aceptó la de bronce, el Comité Olímpico Internacional le concedió la Medalla Pierre de Coubertin, que lleva el nombre del creador de los Juegos Olímpicos modernos.
El incidente, filmado y exhibido repetidamente en todo el mundo, convirtió a Lima en uno de los íconos olímpicos.
El espectáculo necesita héroes. Los nacionales son abundantes, a veces basta una medalla para que aparezcan. En lo transcurrido de Río 2016, sobran los ejemplos.[related_articles]
La judoca Majlinda Kelmendi seguramente contribuirá mucho a la consolidación de Kosovo como país independiente desde hace solo ocho años, al conquistar la primera medalla, de oro, para su patria. En 2012 ella compitió bajo la bandera de Albania.
Fiji ganó asimismo su primera medalla, también de oro, en el torneo de Rugbi de Siete, modalidad deportiva ahora incorporada a los Juegos Olímpicos, después que su versión de 15 jugadores estuvo incluida de 1900 a 1924.
Puerto Rico, un estado asociado de Estados Unidos, con representación propia en las Olimpiadas, también obtuvo en Río de Janeiro su primera medalla de oro, en el torneo de tenis, por medio de Monica Puig.
El Comité Olímpico Internacional reconoce a 208 comités nacionales, superando los 193 miembros de la Organización de las Naciones Unidas. Algunos participantes olímpicos no son Estados independientes, como es el caso del mismo Puerto Rico, Hong-Kong, Islas Vírgenes o Samoa Americana.
Hechos dramáticos como el de Vanderlei de Lima también construyen héroes olímpicos que ayudan al espectáculo.
Etenesh Diro, de Etiopia, terminó una carrera de 3.000 metros obstáculos bajo aplausos, aunque lo hizo en el puesto 21. Otras dos competidoras cayeron y en el incidente le arrancaron el zapato del pie derecho. Diro no logró reponérselo y siguió descalza hasta la meta.
Las autoridades de atletismo le reconocieron el derecho de disputar la final en que quedó en el puesto 15.
Los héroes son usualmente individuales. Por ello quizás los Juegos Olímpicos no quedaron ofuscados por el fútbol, un temor que estaría detrás de algunas restricciones a la participación de ese deporte de popularidad monopolizadora, como el límite de edad de 23 años para los jugadores que disputan el torneo olímpico, con tres excepciones.
De todos modos, la audiencia olímpica está asegurada por la diversidad de deportes, de culturas y dramas personales o nacionales.
Un exceso de materia prima para el periodismo, el espectáculo televisivo y digital, cuyo gigantismo parece ilimitado y que va a hacer muy difícil que otro país del Sur en desarrollo sea sede en un futuro cercano de unos Juegos.
En esa decisión, además de razones vinculadas a las necesidades y presiones de lo que es más que todo un gran espectáculo planetario, también influirían los problemas ocurridos en los Juegos de Río, como obras retrasadas, violencia delictiva urbana, contaminación de las aguas, poca afluencia a los estadios y abucheos ajenos al espíritu olímpico a algunos deportistas extranjeros.
Editado por Estrella Gutiérrez