Antes de iniciarse en la agricultura, los costarricenses Luis Diego Murillo y Xinia Solano pagaban sus cuentas y compraban la comida con el salario de él como capataz en la construcción, un empleo inestable.
Ahora, el hombre de 33 años recorre las eras donde crecen verdísimas hileras de cilantro, lechugas y tallos que presagian un puñado de rábanos enterrados bajo tierra. La pareja comparte con otra familia su terreno, pero son sus propios empleadores.
Sobre la cabeza de Murillo se extiende una enorme malla negra que resulta crucial para su nueva vida, porque protege sus cultivos en la comunidad de Los Reyes, en el municipio rural de Coto Brus, en la provincia de Puntarenas, en las faldas de la cordillera de Talamanca.[pullquote]3[/pullquote]
“Estamos juntos, ya no estamos lejos de la familia. Uno no quiere estar trabajando en otro lado, lejos de los hijos y la esposa. Uno quiere estar con la familia, ¿no?”, comentó a IPS, al explicar porque decidió dedicarse al campo a tiempo completo.
Murillo y su esposa, de 34 años, son una de las 74 familias beneficiarias del programa de Casas Sombra que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) impulsa en el sureste de Costa Rica.
Se trata de ambientes protegidos de 700 metros cuadrados que permiten a los productores rurales manejar la cantidad y calidad de luz, los porcentajes de sombra y el impacto de la precipitación sobre los cultivos, que llega a ser cuantiosa en esta región.
Así, estos agricultores familiares mantienen su producción hortícola todo el año, mejoran la calidad y productividad de los cultivos e incluso logran cosechar hortalizas que eran impensables en condiciones regulares de la zona, como el brócoli y el repollo.
Con este sistema, que empezó a implementarse a finales del 2013 con solo seis unidades, las familias y producen los alimentos para su autoconsumo y venden sus excedentes para asegurarse un ingreso.
“Estamos muy contentos porque ahora con las casas sombra uno no tiene que salir para comprar. Si quiere culantro o una lechuga, puede venir por ella”, explicó Solano, cuya vivienda está en un caserío aledaño a Los Reyes, a donde se tarda en llegar seis horas por carretera desde San José, aunque la distancia sea solo de 280 kilómetros.
Otra de las ventajas del programa es que permite diversificar y fortalecer la dieta de las familias rurales en la región socioeconómica de Brunca, con el mayor nivel de pobreza de este país centroamericano de 4,8 millones de habitantes.
Con una población que no supera los 300.000 habitantes, la región tiene una media de 34,6 por ciento de hogares en situación de pobreza, frente al promedio nacional de 20,6 por ciento, mientras su nivel de población activa ocupada no pasa de 50,9 por ciento, según datos facilitados a IPS por la FAO.
Esta región tiene un problema de autoabastecimiento de las frutas y hortalizas que consume, porque solamente produce entre 15 y 20 por ciento de la demanda de ellas y debe traer el resto de otras zonas del país. Las familias con casas sombra tienen ahí una ventaja.
“La ensalada está todos los días en la casa. Antes, si uno tenía plata (dinero) compraba para la ensalada, ahora ya no”, explicó Solano.
Más allá de la producción para el autoconsumo, las casas sombra proyectan generar una agricultura a escala, para potenciar así la comercialización de sus cultivos y mejorar los ingresos de las familias involucradas.
De hecho, las familias que participan en el programa ya producen más de 25 tipos diferentes de hortalizas.
“Algunos compañeros tienen carros (vehículos) y los prestan para vender en los pueblos cercanos, pero estamos en trámite de hacer una cooperativa para conseguir un camión”, explico Solano.
Cada unidad cuesta cerca de 3.200 dólares, que aportan algunas de las instituciones estatales costarricenses que trabajan con la FAO en este proyecto, como el Instituto Mixto de Ayuda Social o el Instituto de Desarrollo Rural.
El programa también cuenta con el apoyo del Ministerio de Agricultura y Ganadería local y está enfocado en núcleos familiares, por lo que el aporte de las mujeres es clave.
“Las mujeres que hay aquí son muy valientes, la mayoría hasta vuelan (agarran) pala y siembran. La que sembró toda esa guerrilla (plantas para dar sombra a los cafetos) fue mi esposa”, explicó ufano a IPS el agricultor Florentino Amador, de 54 años.
Ligia Ruiz, de 53 años, es una de las más entusiastas agricultoras del núcleo de cuatro casas sombras en Los Reyes y se ocupa de coordinar las ventas con sus vecinos.
“Los miércoles sacamos (cosechamos) para ir a vender y también los sábados, por ahora en la comunidad. Ahí me encargan y uno lleva para vender”, dijo a IPS la agricultora.
Aunque cada casa sombra es concebida para una familia, en Los Reyes hay cuatro ambientes protegidos para 10 familias, que trabajan en conjunto en su mantenimiento, en un proceso muy horizontal, en el ingreso por las ventas, por ejemplo, entra en una caja común, de la que esperan ahorrar para la cooperativa.
“Si en una parcela hay mucho que limpiar, una familia ayuda a la otra y luego esa a su vez recibe apoyo”, apuntó Ruíz sobre el rescate del sistema de trabajo comunitario propio del mundo rural.
La misma FAO promueve que los beneficiarios sean “grupos de productores organizados, con acceso a un centro de acopio y comercialización”, si bien la selección de las familias beneficiarias corresponde a las instituciones costarricenses.[related_articles]
Un modelo similar a las casas sombra son usados a pequeña escala en Brasil y México, explicó Guillermo Murillo, consultor de la FAO y quien trabajó en esos países y sugirió el modelo de casas sombra para Costa Rica.
“Una de las grandes ventajas es que pueden producir durante todo el año. Antes, en la época seca (de noviembre a mayo) se quemaban por el sol”, apuntó Murillo a IPS. “Además, se ha cortado el mito de que solo se podían producir algunas cosas, entonces la diversidad ha aumentado”, añadió.
Aparte del apoyo para el establecimiento de las casas sombra como tales, el equipo de la FAO y los organismos públicos involucrados en la iniciativa asesoran a los productores en técnicas comerciales y agrícolas, empezando con los implementos.
“La semilla de hortaliza que llegaba aquí era la usada en climas fríos en otras partes de Costa Rica, habiendo en el mercado semillas ‘tropicalizadas’. Las buscamos y ellos comenzaron a usarlas”, explicó el especialista de la FAO.
El programa está ahora en etapa de expansión en la provincia de Guanacaste, en el noroeste de Costa Rica, donde ya se aprobó la instalación de las primeras casas sombra fuera de la región de Brunca.
Editado por Estrella Gutiérrez