Si las ciudades tienen alma, la de la capital de Argentina está cada día más gris. La especulación inmobiliaria, el enrejado y cementación de parques y los bares en las plazas fueron destiñendo sus tonalidades. ¿Espacios verdes y floridos? Solo en la nostalgia de un viejo tango.
Buenos Aires era verde, y en primavera colorida, por sus árboles en flor.
Así lo recuerdan fotos del siglo pasado, en parques emblemáticos como El Rosedal y en estrofas perdidas de tangos como el inmortalizado por el cantante Carlos Gardel, del “caminito que el tiempo ha borrado” y “que entonces estabas, bordado de trébol y juncos en flor”.
El tiempo ha borrado el caminito y los espacios verdes que atravesaban.
De aquella época, entre 1880 hasta 1930, cuando los parques creados se inspiraron en París, quedan apenas las sombras de esa llamada “ciudad de la luz”.
“Antes, el alma de Buenos Aires era la identidad de cada barrio, cómo los vecinos ponían las sillas afuera, la confianza que había en la calle, la continuación de la casa en el umbral, en la calle, en las plazas y en toda la ciudad….todo se diluyó en una especie de ciudad igual a sí misma, pretenciosa y excluyente”, ilustró en noviembre a la revista “¨Ñ” la ensayista Gabriela Massuh.
ONU-Habitat tomó como parámetro una recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para establecer en su informe “El estado de las ciudades de América Latina y el Caribe 2012” que las urbes tienen que disponer “como mínimo entre nueve y 11 metros cuadrados de área verde por habitante”.
“Concretamente, la ciudad necesitaría al menos 70 plazas nuevas para cubrir la cantidad de metros cuadrados verdes que recomienda la OMS”, precisó a Tierramérica ahora Massuh, autora de “El robo de Buenos Aires (Sudamericana 2014)”.
Según el informe, la variedad de criterios para definir áreas verdes y su irregular distribución urbana “complica el cálculo del promedio real”.
El municipio autónomo de la capital lanzó el año pasado el Plan Buenos Aires Verde, destinado a “mitigar los efectos del daño que provoca el cambio climático, reducir la temperatura de la ciudad, disminuir el consumo energético y limitar la emisión de gases de efecto invernadero”.
En él se informaba que la superficie verde de la ciudad era de 1.129 hectáreas, equivalente a 3,9 metros cuadrados por habitante, en un municipio con una población cercana a los tres millones.
Cálculos desarrollados por la Iniciativa de Ciudades Emergentes y Sostenibles (ICES), del Banco Interamericano de Desarrollo, que también asumen la recomendación de la OMS, coloca a Buenos Aires entre las peores de la región en este aspecto.
Uno de los coordinadores de la ICES, Horacio Terraza, puntualizó que el relevamiento evidencia que, excepto la brasileña Curitiba, con valores similares a las urbes del norte europeo, las ciudades latinoamericanas examinadas, muy pocas de ellas capitales, dejan bastante que desear en materia de espacios verdes.
Después de Curitiba (51,3 metros cuadrados por habitante), cumplirían los parámetros “saludables” otras dos ciudades brasileñas, Porto Alegre (13,62 metros cuadrados) y São Paulo (11,58), seguidas de la uruguaya Montevideo (12,68), la argentina Rosario (10,4) y la brasileña Belo Horizonte (9,4).
En Buenos Aires, el deterioro de los espacios verdes comenzó durante la última dictadura militar (1976-1983), cuando se cementaron las plazas o se erigieron en hormigón armado, como símbolo del desarrollismo.
Según Massuh, continuó en democracia, durante el neoliberalismo de los 90, y se profundizó desde 2007, cuando la gestión capitalina pasó al neoconservador Mauricio Macri y su alianza Propuesta Republicana.
“El método de ‘militarizar’ el espacio público se parece mucho al que usaban los militares para reformar espacios verdes con el pretexto de la seguridad”, opinó.
“En vez de proponer mejor iluminación o mayor intervención a los vecinos en el cuidado de la plaza, el pasto se transformaba en cemento, se hacían ciclovías en lugares verdes -como ocurre en el barrio de Palermo, convertido en un horno en verano por la sustitución de la tierra por el cemento-, y se comenzaron a poner rejas para impedir la utilización nocturna de las plazas de los sin techo”, agregó.
Se trata, según Massuh, de un saneamiento definido como “exclusión del verde, de la sombra en verano y de la pobreza”, que no mitigaría el Plan Buenos Aires Verde, anunciado para los próximos 20 años.
Entre otras medidas que buscan “una transformación definitiva de Buenos Aires en una ciudad verde”, el plan municipal promete garantizar áreas verdes “a no más de 350 metros para cada vecino”, construir 12 parques y 78 plazas, reinstaurar 30 y plantar un millón de árboles en 10 años, es decir uno cada tres habitantes.
Según Massuh, lo contradicen innumerables hechos como un proyecto municipal que aunque no prosperó por las protestas suscitadas, proponía construir, un depósito de camiones y de residuos en la Reserva Ecológica Costanera Sur, a orillas del Río de la Plata, en siete de sus 350 hectáreas, considerada un gran pulmón urbano.
Otro ejemplo sería la concesión gratuita de 15 de las 20 hectáreas del Parque Roca, “uno de los pocos espacios de potencial creativo en la ciudad”, para hacer una central de transferencia de cargas, por ahora frenada por la justicia.[related_articles]
Lo mismo con la autorización de instalar bares en las plazas, que para la alcaldía es “ponerlas en valor”.
“Ese poner en valor las plazas es hacer maquillaje y además es aumentar el cemento y el hormigón en las mismas y enrejarlas… no se ocupan ni del cuidado de los lagos urbanos”, dijo a Tierramérica el biólogo Matías Pandolfi, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
“La especulación inmobiliaria es nuestra megaminería o nuestra soja transgénica”, agregó Massuh, citando al abogado ambientalista, Enrique Viale, que conceptualiza así el “extractivismo urbano”, como la expulsión de la población, la concentración de la riqueza y el territorio, la apropiación de lo público, los daños generalizados al ambiente, y la degradación de la vida institucional, entre otras “nefastas cuestiones”.
Para Pandolfi, esa explotación de recursos naturales urbanos, atenta contra mucho más que un paisaje y “es un peligro para la salud de los ciudadanos”.
“A través del proceso de fotosíntesis los árboles absorben el dióxido de carbono y oxigenan el aire y también contribuyen en la regulación hídrica y térmica de las ciudades”, fundamentó.
La apropiación de lo verde, se manifiesta también, según Pandolfi, con el enrejado de parques. Actualmente, están cercados 86, un tercio del total de la ciudad, estimó.
“Para generar conciencia ecológica, los espacios verdes deben verse lo más naturales posibles… ponerle rejas al espacio público, que es el espacio democrático por excelencia, es quitarle esa, su mayor virtud”, analizó.
Es que los parques, según Pandolfi, son “articuladores de la vida social y creadores de una conciencia ambiental ciudadana”.
“Por eso el entorno tiene que ser lo más natural posible. ¿Qué conciencia ecológica se puede trasmitir desde un Starbucks o un McCafé instalado adentro de un parque con rejas?, se preguntó.
Editado por Estrella Gutiérrez
Publicado originalmente por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica