¿Podrá China apaciguar a sus minorías inquietas?

Ancianos y niño uigures. Crédito: Todenhoff/cc by 2.0
Ancianos y niño uigures. Crédito: Todenhoff/cc by 2.0

El economista y bloguero Ilham Tohti fue condenado recientemente a cadena perpetua acusado de separatismo en China. 

Este antiguo profesor de economía, residente en Beijing durante la mayor parte de su carrera, es conocido internacionalmente por sus innumerables artículos a favor del diálogo interétnico entre uigures y los han, la población mayoritaria china. Con sus escritos y a través del activismo pacífico, Tohti procuró reducir la fricción entre ambas comunidades y, a la vez, abogar por los derechos de los uigures.[pullquote]3[/pullquote]

Los partidarios de Tohti lo consideran un defensor pacífico pero apasionado de los derechos humanos. En cambio, las autoridades chinas vieron en él una amenaza a la integridad territorial del país y lo trataron como uno más de los islamistas radicales de la región noroccidental de Sinkiang.

En los últimos años creció la inquietud de los grupos minoritarios de China, donde hay cada vez más manifestaciones pacíficas y violentos incidentes terroristas. Separatistas en las regiones occidentales atacaron a edificios estatales y transeúntes inocentes, mientras que otros se dedicaron a la desobediencia civil, incluidos cientos de autoinmolaciones.

No se trata de acciones arbitrarias. Uigures y tibetanos, entre otros grupos étnicos con escasa representación en China, siempre se sintieron oprimidos por la política del gobernante Partido Comunista. La respuesta inicial del gobierno ha sido la de aplastar a las «fuerzas separatistas» con puño de hierro para mantener el orden social y la apariencia de unidad.

Pero esa actitud solo generó un resentimiento más profundo, por lo que el gobierno explora medidas alternativas.

Beijing no abandonó la política de «mano dura», como evidencia el caso de Tohti, pero el Partido Comunista ideó varias estrategias para mitigar el descontento étnico, muchas de ellas dentro de la categoría del «poder blando». En la actualidad, el liderazgo chino recurre a la zanahoria o el palo, según las circunstancias.

Crece el descontento

La sudoccidental región del Tíbet está poblada en gran parte por la etnia tibetana, mientras que los uigures son la mayoría en Sinkiang. La población han es cada vez mayor en las dos regiones, especialmente en Sinkiang, donde prácticamente equipara a la uigur, lo que generó enfrentamientos entre ambas.

Aunque el idioma oficial de China es el mandarín estándar, en las regiones occidentales las lenguas preferidas son el tibetano y el uigur, y a veces las únicas habladas por muchos de sus habitantes. A diferencia de los han, que no suelen ser religiosos, los uigures y los tibetanos son sumamente devotos y en su gran mayoría son musulmanes y budistas, respectivamente.

Muchos uigures y tibetanos no se consideran ciudadanos chinos ni a sus territorios una parte integral de China continental. Por ejemplo, los uigures en Sinkiang se refieren a su región como Turkestán Oriental y se niegan a usar otro nombre.

A pesar de que las minorías están exentas de algunas leyes nacionales, como la política de un solo hijo, la rigurosa supervisión política de Beijing en sus territorios generó fricción entre los diversos grupos étnicos. Muchos musulmanes en Sinkiang creen que las políticas oficiales amenazan su identidad y dignidad culturales.

En 2014, por ejemplo, las autoridades chinas limitaron la celebración del ramadán y tomaron medidas drásticas para prohibir el uso del Corán en los centros educativos y desalentar la asistencia a las madrazas y los hábitos de ayuno habituales.

Las generaciones más jóvenes son las más vulnerables a las sanciones, ya que sus maestros y superiores las obligan a ignorar las tradiciones islámicas. Beijing no solo vigila a los ciudadanos, sino también a las autoridades locales, y hubo casos de reprimendas a funcionarios en Sinkiang por expresar abiertamente sus creencias religiosas.

Las personas que ocupan los principales cargos de poder en China tienden a ser de la etnia han dominante. Las comunidades más pequeñas siempre fueron marginadas y eclipsadas. Últimamente, esta animosidad subyacente se reforzó y dio lugar a brotes de violencia, no solo en Tíbet y Sinkiang, sino en todo el país.

Uno de los incidentes más trágicos sucedió en Yunnan, la provincia vecina de Tíbet. En marzo, hombres armados con cuchillos atacaron a la multitud en la estación de tren de Kunming y mataron a 29 personas e hirieron a más de 140. El gobierno acusó del hecho a separatistas uigures.

Otro atentado ocurrió dos meses más tarde en la capital de Sinkiang, Urumqi, cuando los atacantes arrojaron explosivos en un mercado lleno de gente, matando a 31 personas.

En octubre de 2013, un automóvil se estrelló en la plaza Tiananmen de Beijing y se incendió, en un presunto atentado suicida. Cinco personas murieron y decenas resultaron heridas. En agosto del mismo año, el gobierno chino ejecutó a ocho uigures que acusó de fomentar el terrorismo, entre ellos a uno supuestamente vinculado al ataque en Tiananmen.

La situación en el Tíbet, donde hubo pocos incidentes de resistencia violenta desde el levantamiento de 2008, es un poco diferente.

Allí, los manifestantes recurrieron a tácticas «pasivas-agresivas», entre ellas más de 120 casos de autoinmolación. El Partido Comunista acusó al líder budista Dalai Lama de incitar a estas actividades y encarceló a numerosos budistas que intentaron hacer lo mismo. La mayoría de estos «revolucionarios separatistas” fueron considerados traidores, condenados a muerte o puestos tras las rejas.[related_articles]

El poder blando

Sin renunciar al «puño de hierro», Beijing ahora experimenta con diferentes enfoques para equilibrar las relaciones entre la mayoría y las minorías sin el uso de la fuerza.

Una de estas herramientas poco ortodoxas son los matrimonios interétnicos. El gobierno fomenta estas uniones con incentivos económicos y sociales, incluidas vacaciones pagadas, seguridad social y posibilidades de empleo. Aunque siguen siendo pocos, estos enlaces se cuadruplicaron desde 2008, y superan los 4.000 en la actualidad.

Sin embargo, la estrategia no es del agrado de todos. Muchas minorías consideran los matrimonios mixtos, al igual que esfuerzos anteriores de reubicar a los han en regiones occidentales, como otra forma de absorber e integrar los chinos no han a la cultura dominante. El objetivo último, advierten, es la destrucción de las culturas minoritarias.

También hay experimentos con los medios de comunicación. La empresa cinematográfica Shenzhen Qianheng, por ejemplo, está desarrollando un dibujo animado en 3D llamado «Princesa fragante», una historia de amor entre un emperador han del siglo XVIII y su consorte uigur. Los autores esperan fomentar la curiosidad y la comunicación entre las dos etnias.

Los matrimonios mixtos y los dibujos animados son sin duda preferibles a la represión violenta. Pero no aliviarán las tensiones acumuladas durante décadas. El gobierno chino tiene que abordar los problemas estructurales que provocaron la desconfianza y el resentimiento.

Piero Sarmiento es un colaborador de Foreign Policy In Focus. Este artículo es una publicación conjunta de Foreign Policy In Focus y TheNation.com.

Editado por Kitty Stapp / Traducido por Álvaro Queiruga

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