Madres solas libran su batalla en antigua zona de guerra

Subashini Mellampasi, de 34 años, es madre soltera y cría cabras para mantener a sus tres hijos, uno de los cuales es discapacitado. Crédito: Amantha Perera/IPS.

En esta aldea se ubica uno de los rincones más apartados de la antigua zona de guerra de Sri Lanka. Sus polvorientas calles son casi inaccesibles y carecen de iluminación, las conexiones telefónicas son irregulares y el puesto policial más próximo dista varios kilómetros, cerca del centro del distrito de Mullaitivu, devastado por el conflicto.


Aquí, a 322 kilómetros al norte de Colombo, incluso los hombres que no padecen ninguna discapacidad temen estar solos en sus hogares. Sin embargo, Sumathi Rajan, de 35 años, sabe que si ella no está en su pequeño comercio por la noche es muy probable que a la mañana siguiente no quede nada en él.

Determinada a preservar su única fuente de ingresos, Rajan duerme cada noche en el piso de su local, junto con su hijo de 12 años, pese a que corre el riesgo de que le roben o incluso la violen.

“Sé lo que tengo que hacer, sé cómo cuidar de mi hijo y de mí misma”, dijo a IPS esta luchadora madre soltera, parada frente a su humilde negocio.

En los últimos cinco años, su vida fue sacudida por la crisis.

A comienzos de 2009, cuando el conflicto civil de casi tres décadas en el país dio señales de estar llegando a un sangriento final, Rajan y su familia, que vivían en plena área controlada por los separatistas Tigres para la Liberación de la Patria Tamil, se prepararon para enfrentar un prolongado período de incertidumbre.

[pullquote]3[/pullquote]En abril de aquel año, Rajan y su hijo, entonces de apenas siete años, estuvieron entre decenas de miles de civiles tamiles atrapados en un estrecho territorio situado entre el océano Índico y la laguna Nandikadal, sobre la costa nororiental de la isla, mientras los Tigres libraban una sangrienta batalla final contra las fuerzas del gobierno.

Ambos escaparon vivos de los combates, pero sin más posesiones que las ropas que llevaban puestas. Durante los siguientes dos años y medio, su “hogar” fue un enorme campamento de desplazados conocido como Granja Menik, en el norteño distrito de Vavuniya.

Cuando la familia finalmente volvió a Valipunam, a fines de 2011, Rajan tuvo que reconstruir su vida de cero.

Además de las difíciles decisiones que implicaba su condición de madre soltera, incluso antes de que tuviera que huir de la guerra, Rajan, prestamista, tuvo que volverse más firme con sus clientes a la hora de cobrarles y de sumarles intereses.

Actualmente continúa con el negocio, enfrentando muchos de los mismos desafíos que hace tres años. “Cuando alguien no devuelve el dinero en la fecha acordada, voy a su casa a cobrarle”, aseguró.

A comienzos de este año, su comercio se benefició de un subsidio de 380 dólares que le concedió el Comité Internacional de la Cruz Roja.

“Eso me ayudó a expandir el local”, relató Rajan, mirando con orgullo los estantes con todo tipo de productos, desde legumbres hasta champú. Pero con las nuevas mercaderías se renuevan los temores de robo. La mujer deposita sus magros ahorros mensuales de unos 25 dólares en la cuenta de su hijo, para mantenerlos a resguardo.

Historias como la de Rajan no son inusuales en la srilankesa Provincia del Norte, devastada por la guerra y donde entre 40.000 y 55.000 familias encabezadas por mujeres se esfuerzan por ganarse la vida, según agencias humanitarias y de desarrollo apostadas en la región.

Una evaluación de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) de junio de 2013 reveló que 40 por ciento de las mujeres -entre unos 467.000 retornados que fueron desplazados durante las últimas etapas de la guerra- todavía se sienten inseguras en sus propios hogares.

Además, 25 por ciento de ellas se sienten igualmente vulnerables al salir solas de sus aldeas.

La situación es aún peor para las familias lideradas por madres sin pareja. Se estima que los hogares de estas características son 40.000, y que sus hijos son los más vulnerables a los abusos sexuales, según un informe de marzo del Grupo de Promoción de Soluciones Perdurables, una coalición voluntaria de organizaciones y agencias internacionales.

Pese a esos problemas, las mujeres jefas de hogar están entre las más resilientes de la antigua zona de conflicto, según trabajadores humanitarios en la región.

[related_articles]“Estas mujeres tienen mucha fortaleza”, dijo M. S. M. Kamil, director del Departamento de Seguridad Económica de la Cruz Roja, en diálogo con IPS.

Subashini Mellampasi, de 34 años y que cría sola a tres hijos de entre cinco y 14 años, es la prueba viviente. El mayor es sordomudo. Para peor, su esposo la abandonó a ella y a los niños después de que volvieron a su aldea, tras el fin de la guerra.

A comienzos de este año, la Cruz Roja le dio fondos para iniciar una pequeña empresa. Ella eligió criar cabras y compró una pequeña manada de una decena de animales. Seis meses más tarde, tiene 40.

Luego vendió 10 a unos 700 dólares, dinero que usa para construir una pequeña casa. Cada cabra le da un ingreso de entre 75 y 150 dólares.
Mientras, se ocupa de los demás animales, y cada mañana los ordeña para alimentar con su leche a la familia.

De todos modos, como sus ingresos no son estables, también trabaja como limpiadora en la escuela de una aldea cercana, por 4,50 dólares diarios.

Ella dice que necesita por lo menos unos 80 dólares mensuales para sobrevivir, pero otras familias señalan por lo menos el doble de esa suma, especialmente las que usan transporte con regularidad.

“Hay miles de mujeres que no reciben ninguna clase de asistencia”, dijo Saroja Sivachandran, directora del Centro para las Mujeres y el Desarrollo en Jaffna, capital de la Provincia del Norte, entrevistada por IPS.

“Son limitados los programas dirigidos a este sector extremadamente vulnerable. Necesitamos un programa amplio que abarque a toda la provincia y a todas las familias lideradas por mujeres solteras”, agregó.

Sin embargo, la ayuda financiera al país se viene reduciendo desde el fin de la guerra. Tres pedidos conjuntos y sucesivos de asistencia en la región reportaron la falta de 430 millones de dólares.

Mientras la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) también reduce su trabajo en Sri Lanka, un programa sustancial para las madres solteras es, por ahora, apenas una promesa sobre el papel.

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe