«El ser humano es lo único importante», dice el agrónomo Miguel Ángel Salcines, y luego enumera otros elementos, secundarios a su juicio, que convirtieron al Vivero Alamar en un agronegocio próspero y singular en la deprimida agricultura cubana.
«Brindamos un horario flexible, salarios bastante altos y superación profesional, entre otras ventajas que hacen atractiva a la cooperativa. Así captamos recursos humanos de buena calidad, imprescindibles hoy para producir más alimentos ecológicos», aseguraa Tierramérica* Salcines, presidente de Vivero Alamar, cuya producción está libre de químicos desde 2000.
El cóctel de esta empresa agropecuaria incluye también transparencia contable, reparto equitativo de ganancias, préstamos sin intereses a los trabajadores, almuerzo gratis y apoyo a las mujeres con hijos y personas a su cargo, que pueden llegar hasta una hora más tarde del comienzo de la jornada, a las siete de la mañana.
El capital humano fue decisivo para el despegue productivo de este emprendimiento, fundado en 1997 en un terreno inicial de 800 metros cuadrados en la localidad costera de Alamar, unos 15 kilómetros al este del centro de La Habana. Por eso, el veterano Salcines sostiene que para lograr seguridad alimentaria en Cuba se necesitan trabajadores agrícolas con más vocación y estudios.
[related_articles]En 2012, los precios internacionales de los alimentos se dispararon por malas cosechas en varios centros productores, como Estados Unidos. Los países caribeños, importadores casi netos de comida, fueron los más afectados del área, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
La desnutrición afecta a menos de cinco por ciento de la población de Cuba, pero este país tuvo que erogar el año pasado algo más de 1.633 millones de dólares en alimentos importados, una cifra insostenible para una economía en crisis desde hace más de 20 años, según especialistas.
Disminuir ese gasto millonario con mayor producción nacional sigue siendo un reto para el gobierno de Raúl Castro. De hecho, en el primer trimestre de este año, la Oficina Nacional de Estadística e Información registró un descenso de 7,8 por ciento en la agricultura no cañera.
«Falta mucha demanda por satisfacer, por eso vendemos todo lo que producimos», explica Salcines, fundador de la Unidad Básica de Producción Cooperativa, que hoy se extiende a 10,14 hectáreas y siembra más de 230 variedades (la mayoría vegetales y algunas frutas, granos y tubérculos), en superficies protegidas, semiprotegidas y a cielo abierto.
En medio de una agricultura poco eficiente, Vivero Alamar crece desde hace más de 15 años gracias a la constante actualización de su manejo ecológico, apreciado incluso por el director general la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva, quien visitó la finca a inicios de este mes.
En 2012, se obtuvieron 400 toneladas de vegetales, otras 5,5 de plantas medicinales y espirituales (usadas en rituales religiosos), 350 de humus de lombriz y 2,6 toneladas de condimentos secos.
También se produjeron 30.000 posturas de plantas ornamentales y frutales y tres millones de plántulas de cepellón, destinadas a sus siembras y a la venta a otros campesinos, según Salcines.
Las hortalizas, sobre todo la lechuga, son los productos más buscados por las familias de Alamar, que, como las del resto de Cuba, comenzaron a aprender hace algunos años los beneficios de incluir más vegetales en una dieta basada en arroz, frijoles, «viandas» (tubérculos) fritas y carne de cerdo.
«La primera vez que sembramos coliflor, en 2000, se quedó toda en el campo porque nadie la conocía», dice a Tierramérica la ingeniera en sanidad vegetal Norma Romero. Para ella, uno de los aportes de las más de 33.000 fincas urbanas y suburbanas de Cuba es ampliar el acceso y consumo de vegetales.
Recetas para preparar ensaladas y hongos comestibles, un proyecto en ciernes de Vivero Alamar, acompañan las listas de productos en el punto de venta de la cooperativa, como parte de su estrategia comercial y educativa. Los estantes se surten además con encurtidos y pasta de ajo, resultados de contar con una pequeña industria propia.
Pese al sello ecológico, estos productos tienen precios más bajos que los cultivados con agroquímicos y que venden los mercados agropecuarios privados, conocidos como «de libre oferta y demanda».
«Los precios asequibles son lo más atractivo… Un mazo de lechuga cuesta aquí cuatro pesos cubanos (cinco centavos de dólar), mientras que en todas partes vale 10 pesos», dice a Tierramérica una clienta asidua, Sonia Ricardo. «Los vegetales están frescos, no tienen insecticidas y las vendedoras son muy rápidas», agrega.
Esos precios permiten a la cooperativa obtener buenas ganancias, asegura a Tierramérica el jefe de producción, Gonzalo González. Ochenta y cinco por ciento de los productos se venden directamente a la población y el resto van a empresas turísticas, como la emblemática Bodeguita del Medio de La Habana.
Desde que arrancó, con cinco personas, la finca avanza paso a paso hacia una producción de ciclos cerrados, que minimiza la generación de residuos y daños ambientales.
«Intentamos salir a comprar afuera la menor cantidad posible de insumos», amplía González. De ahí surgió «la idea de obtener nuestro estiércol y varios bioplaguicidas y fertilizantes», indica.
El Vivero ceba toros para obtener estiércol, tiene naves de humus de lombriz y reproduce micorrizas (hongos que favorecen el crecimiento de la planta), insectos y microorganismos eficientes para elevar sus rendimientos. Además, está vinculada a 17 centros científicos para incorporar nuevas técnicas y productos ecológicos.
Ahora, las 195 personas que laboran aquí buscan elevar la explotación en 40 por ciento para tocar el techo productivo, y ampliar la cría de conejos y carneros con el objetivo de incluir carne en sus ventas y mejorar el consumo de proteínas entre la población cercana, unas 30.000 personas.
La plantilla laboral se integra con 175 cooperativas y 20 empleados, y tiene un alto grado de formación, pues hay 92 con formación universitaria y 42 de nivel técnico. Las mujeres son solo 46.
«Una finca puede ser más que generar alimentos», dice Salcines mientras mira a un grupo de turistas extranjeros que reservaron una visita guiada y un almuerzo ecológico en Vivero Alamar.
* Este artículo fue publicado originalmente el 18 de mayo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.