Demasiada popularidad no es buena para Netanyahu

«Sentimos como si finalmente tuviéramos una vida normal en un país normal», se maravilló un popular conductor de radio. Esta normalidad, esa rara sensación que da a los israelíes el privilegio de poder hablar del clima inhóspito que azota a la región, es anormal aquí.

Es el peor invierno en dos décadas, pero si no fuera por las víctimas israelíes y palestinas, a la mayoría le parecería que la vida no tiene complicaciones.

Durante cinco días esta semana, la ciudadanía se distrajo de los horizontes diplomáticos complejos y disfrutó de un respiro en la intensidad política que pesa sobre la vida pública de este país.

Los israelíes concurrirán a las urnas el 22 de este mes, pero ya saben qué pasó y qué va a pasar: el primer ministro Benjamín Netanyahu seguirá al frente del gobierno.

En Jerusalén se ven israelíes y palestinos en batallas de nieve. Cuando no fueron sofocadas por el silencio de la nevada que cayó desde Galilea hasta el desierto de Néguev, las conversaciones sobre la campaña electoral se vieron anegadas por una fuerte lluvia en las tierras bajas y en los valles.
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¿A quién le importa si los avisos de la campaña electoral ocupan los horarios centrales de la radio y la televisión si la popularidad de Netanyahu parece tan grande como las olas que golpean el litoral?

De hecho, desde que volvió a ocupar el cargo de primer ministro en marzo de 2009, tras haber gobernado el país entre 1996 y 1999, las encuestas lo muestran invariablemente, en cualquier momento de su mandato, como si tuviera garantizada la continuidad por otro periodo más.

Quizá por ser percibido como imbatible, los pronósticos sobre la cantidad de asientos legislativos que sumará su lista electoral disminuyen sin cesar, como si su victoria validara la ley de rendimientos decrecientes. Es decir, demasiado apoyo, paradójicamente, incrementa la desafección.

Los comicios generales se organizan según un sistema proporcional de coaliciones parlamentarias. Los electores votan listas partidistas de candidatos. La agrupación que consigue la mayor proporción de escaños, de los 120 de la Knesset (parlamento israelí), suele ser elegida por el presidente del país para formar la nueva coalición gobernante.

Según una encuesta realizada por Dialog y publicada por el diario liberal Haaretz, casi 81 por ciento de los consultados prevén que Netanyahu encabezará la próxima coalición.

Pero los sondeos empezaron a mostrar una caída de la lista de Netanyahu de 42 a 32 asientos.

El menguante apoyo a Netanyahu puede atribuirse en gran parte, coinciden varios analistas, a su decisión de formar una alianza entre su derechista Partido Likud y el de Avigdor Lieberman, Israel Beitenu (Israel nuestra casa), de extrema derecha. La coalición es denominada Likud-Beitenu.

En política el lema de "la unión hace la fuerza" no necesariamente se traduce en un triunfo en las urnas.

Cuanto más se percibe la alianza Likud-Beitenu como una carta de triunfo, menos los ciudadanos se sienten inclinados a confirmar el pronóstico de las encuestadoras y, en cambio, muestran su inclinación por otras opciones que reflejan mejor sus intereses y sus expectativas personales.

En las primarias del Likud, antes de cristalizar la alianza, los sectores moderados fueron desplazados por los radicales colonos y sus seguidores. Eso alejó a algunos votantes que prefieren otras alternativas más centristas.

También entró en escena la agrupación del millonario Naphtali Bennett, La Casa Judía, una versión actual del Partido Nacional Religioso con una visión más secular y moderna que atiende los intereses de los colonos.

Hace 15 días, otra encuesta publicada por el diario centrista Yedioth Aharonoth pronosticó que Netanyahu ganaría, aunque su menguante coalición lograría cuatro asientos más sobre un supuesto frente unido de partidos árabes y sionistas de izquierda.

Pero la posibilidad de una fuerza electoral de izquierda, y menos una alianza política, parece improbable por ahora.

Aficionado a las encuestas y a menudo acusado de hacer política en función de las fluctuaciones de la opinión pública, Netanyahu sabe que su reelección se confirmará el mismo martes 22. De ser así estará al frente de una mayoría parlamentaria mucho más delgada que la que prometió obtener apenas en diciembre.

Netanyahu espera ahora cerrar filas sonando la alarma habitual de una posible sorpresa izquierdista en los comicios, luego de cometer el pecado de criticar a sus aliados tradicionales y debilitar a su propio sector por las luchas internas.

Calcula, coinciden analistas, que asustando otra vez a quienes tomaron distancia y persuadiéndolos de una posible victoria de la izquierda mejorará la proporción de su triunfo.

Otro sorprendente sondeo encargado por el Centro para la Paz en Medio Oriente, de Daniel Abraham, realizado por Dahaf y Rafi Smith, revela que los consultados que votan a la derecha están a favor de la solución de dos estados para el conflicto palestino-israelí, así como de la división de Jerusalén, para lograr la paz.

La encuesta de Dahaf reveló que 57 por ciento de los consultados que apoyan a los partidos de Lieberman y de Bennett, respondieron que están a favor de un acuerdo de ese tipo, y solo 25 por ciento dijo estar en contra.

El sondeo de Rafi Smith mostró que 58 por ciento de los entrevistados dijo estar a favor y 34 por ciento en contra.

Entre los consultados que votarán al partido La Casa Judía, 53 por ciento de los entrevistados por Dahaf dijeron estar a favor de un acuerdo con esas características y 43 por ciento, en contra.

En otras palabras, los israelíes no presionarán a Netanyahu por un acuerdo contra su propia creencia (que en líneas generales apoyan si lo votan), pero están a favor de una iniciativa de paz, probablemente con negociaciones secretas, mientras no se enteren.

La parálisis diplomática fue una característica del gobierno saliente; y en el próximo, el primer ministro querrá definir su política, dejar su legado.

Estar al frente de una coalición de derecha lo confinará a una parálisis similar a la que viene sosteniendo hasta ahora.

Pero con una coalición menguada tampoco tendrá libertad para gobernar, solo habrá más de la misma parálisis. "Un primer ministro fuerte, un Israel fuerte", rezan los afiches de campaña en todo el país.

Con él otra vez al mando, los pronósticos difícilmente sean una receta para que los israelíes recuperen su pasión por la política y su entusiasmo de votar a Netanyahu.

No será la política de Netanyahu, sino la antojadiza votación de la ciudadanía la que será tan impredecible como el clima actual.

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