Una gran cazuela de arroz humea en el comedor social que Emaús gestiona en el municipio de Torremolinos, en esta sureña ciudad española. Como cada mañana, Pepi, Adriana y Diego están cocinando para calmar el apetito de más de un centenar de personas que ya no logran solventar sus alimentos.
La crisis económico-financiera que atosiga a España, con altas tasas de desempleo y cientos de personas desalojadas de sus viviendas por no poder hacer frente a las cuotas hipotecarias o alquileres, ha disparado el número de usuarios de los comedores sociales, regentados en su mayoría por asociaciones sin fines de lucro y fundaciones particulares que reciben ayuda estatal.
"Mi madre no tiene trabajo y somos tres hermanos", cuenta a IPS la dominicana Dariana, de 18 años, quien llegó al local de Emaús al mediodía para recoger las porciones de arroz caliente, ensalada, bocadillos, pan y fruta para la cena de los cuatros miembros de su familia.
La organización humanitaria católica Emaús, con seis trabajadores y varios voluntarios, reparte comida a enfermos y ancianos tanto en sus propios domicilios como en su sede, donde alrededor de las 12 y 30 comienza a formarse una fila de personas que esperan retirar bolsas con alimentos, mientras que una hora más tarde otros almorzarán en una sala con capacidad para unos 30 comensales.
"Nunca imaginé que tendría que venir a pedir comida", reconoce con pesar a IPS la joven Jéssica, de 29 años, mientras da la mano a su hija, Janira, de dos. Vive en casa de la abuela de la niña, pero acude desde hace dos meses a Emaús porque ella y su esposo quedaron desempleados, no perciben ningún ingreso, "y son cuatro bocas que alimentar".
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En los últimos años, el fenómeno de la pobreza se ha hecho "más extenso, intenso y crónico", alerta la organización humanitaria también católica Cáritas en el VII Informe del Observatorio de la Realidad Social http://www.caritas.es/noticias_tags_noticiaInfo.aspx? Id=6017, en el que se indica que la alimentación es una de las "necesidades básicas más demandadas" en España, seguida de la vivienda y el empleo.
Más de 21 por ciento de los 47 millones de residentes en España viven este año por debajo del umbral de pobreza, según la Encuesta de la Población Activa del Instituto Nacional de Estadística (INE), que advierte que 12,7 por ciento de los hogares manifiestan llegar a fin de cada mes con dificultad, y 7,4 tienen retrasos a la hora de abonar gastos relacionados con la vivienda.
El INE sitúa actualmente el umbral de pobreza en 7.355 euros (9.339 dólares) para hogares de una persona.
"Cada vez hay más gente que pide comida. Es desbordante", dice Pepi a IPS, mientras remueve el arroz. "La mayoría de las personas a las que ayudamos tienen casa, pero no les alcanza el dinero para alimentos".
Junto a Pepi está Diego, desempleado y voluntario desde julio, quien termina de preparar la ensalada mientras Adriana, quien algún día llegó de Uruguay en busca de un futuro mejor, se afana en picar acelgas que luego conservan en congeladores.
El presidente de Emaús, Antonio Abril, explica a IPS que el perfil de las personas que acuden a los comedores sociales ha cambiado desde el comienzo de las dificultades económicas, cuando la crisis global nacida en 2008 en Estados Unidos llegó a tierras españolas y a varios países más de la Unión Europea.
En el pasado esta organización humanitaria prácticamente atendía solo a ancianos, pero ahora el abanico se ha ampliado a "personas más jóvenes que viven en la calle o en casas ocupadas o que han sido desalojadas".
Para ser atendido, "el único requisito es ser pobre", dice Abril.
Las personas que acuden a esta organización llegan derivadas por los servicios sociales del ayuntamiento malagueño y deben estar empadronadas en el municipio, explica a IPS el maestro retirado Luis Romero, uno de los tres fundadores de Emaús en Torremolinos, hace 16 años, que cuenta con comedores también en Estepona, en la provincia de Málaga, y Guadix y Baza, en la vecina Granada.
Diariamente, dos trabajadores de Emaús recorren en una furgoneta el banco de alimentos de Málaga, así como empresas y fundaciones colaboradoras que donan frutas, verduras y demás productos que hacen posible la preparación de las comidas de lunes a sábado.
A la una y media de la tarde el comedor del local de Torremolinos está preparado para unas 30 personas. Las mesas con platos y cubiertos sobre manteles rosados se ubican en una sala con paredes cubiertas de cuadros con imágenes religiosas, presidida por una gran cruz de madera y dos jaulas con pájaros de un tono amarillo brillante.
"Menos mal que estamos aquí y podemos sobrevivir", dice Marco a IPS mientras come arroz. Originario de Polonia, hace cuatro años que perdió su trabajo en la construcción y ya lleva uno almorzando en el comedor. Vive con su hermana y sobrina, también desempleadas, y afronta una deuda de seis meses en el pago de su vivienda.
Ante el crecimiento del desempleo, que ya afecta a más de 25 por ciento de la población económicamente activa, son cada vez más los deudores hipotecarios que no pueden hacer frente a las cuotas mensuales y, por ello, son desalojados. Lo paradójico es que, pese a quedar en la calle, mantienen la obligación de pagar al banco la deuda pendiente.
Halina, bielorrusa de pelo corto y rizado, comparte mesa con Marco. Llegó en 2003 a España y comenzó a trabajar en la hostelería, pero perdió su empleo, agotó el subsidio y ahora no tiene "dónde dormir".
La más anciana de los comensales, Encarnación, de 94 años, pelo corto cano y labios pintados de rojo, apunta que "últimamente vienen a comer muchos jóvenes porque no hay trabajo". Romero añade que, normalmente, en los almuerzos suele haber más hombres que mujeres, inmigrantes, personas que duermen en automóviles y portales, y algunos enfermos esquizofrénicos.
"Ha habido un aumento impresionante de personas de clase media que se han visto necesitadas de pedir comida", comenta a IPS la voluntaria Felisa Castro, fundadora hace tres años de los Ángeles Malagueños de la Noche.
Esa asociación sin fines de lucro se nutre de donaciones y el trabajo de voluntarios que reparten diariamente cientos de desayunos, almuerzos y cenas que preparan en una caseta de un barrio céntrico de Málaga, esta ciudad del sur de España, acostumbrada desde hace años a ver ingresar inmigrantes en busca de mejor vida.