ASIA CENTRAL: El mar de Aral con dos destinos

Un barco abandonado en lo que era parte del mar de Aral. Crédito: Dominio público.
Un barco abandonado en lo que era parte del mar de Aral. Crédito: Dominio público.

La historia del mar de Aral, en Asia central, tiene un final incierto: mientras Kazajstán apuesta a una solución de la crisis ambiental, Uzbekistán parece dirigirse impertérrita a una tragedia.

Este lago o mar interior situado entre esos dos países se ha reducido en forma drástica desde que, en los años 60, sus principales ríos tributarios fueron desviados para regar plantaciones. También se vio afectado por actividades industriales, vertidos de residuos químicos y ensayos armamentistas.

Pero residentes de localidades kazajas a lo largo de la costa norte del lago, entre ellas la de Aralsk, tienen ahora un cauto optimismo.

Durante un par de generaciones vieron cómo el mar se achicaba y la economía local se estancaba. En los últimos tiempos, el gobierno kazajo tomó medidas que estabilizaron los niveles del agua, ayudando a las comunidades pesqueras locales a recuperarse lentamente.

Sin embargo, en la costa uzbeka, al sur, hay pocas razones de esperanza.

En Muynak, otra exlocalidad pesquera, los residentes buscan la oportunidad para irse. Dicen que sufren problemas de salud por las tormentas de polvo tóxico. También se quejan de que el gobierno no hace nada para revertir el desastre.

Hace cinco décadas, el mar de Aral era el cuarto lago más grande del mundo. Aralsk y Muynak eran prósperas localidades pesqueras. Pero en los años 60, las autoridades soviéticas desviaron los ríos Amu Darya y Syr Darya para irrigar cultivos de algodón y arroz.

Para 1990, el mar se había reducido a una décima parte de su volumen original y se había dividido en dos. Algunos expertos dicen que la porción uzbeka pronto se secará por completo.

Las comunidades locales son las que llevan la carga de lo que es considerado por muchos el peor desastre ecológico de la historia causado por los seres humanos. Los peces fueron aniquilados y los habitantes de la zona perdieron su sustento. Al retirarse las aguas, solo quedó tierra con sal y químicos tóxicos.

Esto produjo una crisis sanitaria: la región ahora sufre de una epidemia de tuberculosis, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Además, presenta la más alta tasa de mortalidad infantil en Asia meridional.

«Alrededor de 70 por ciento de los 1,1 millones de habitantes en Karakalpakstan (región uzbeka autónoma fronteriza con el Aral) sufren enfermedades crónicas: dificultades respiratorias, fiebre tifoidea, hepatitis y cáncer de esófago», advirtió la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Decenas de miles de personas abandonaron el área.

«Todos los días, los que se quedaron deben afrontar tormentas de arena que transportan pesticidas y otros químicos dañinos», dijo una mujer de Nukus, localidad uzbeka cerca del mar de Aral. Ella debió abandonar la zona cuando comenzó a tener problemas de salud.

Tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, la comunidad internacional presionó a los nuevos estados de la zona para que realizaran acciones conjuntas destinadas a resolver el problema del mar de Aral.

En 1993, los cinco países de la zona formaron el Fondo Internacional para Salvar el Mar de Aral, y prometieron realizar un esfuerzo de rescate.

Pero son pocos los acuerdos logrados, y el mar sigue reduciéndose. Durante su visita a Uzbekistán en abril de 2010, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, instó a «todos los líderes… a sentarse juntos y tratar de hallar soluciones».

«Muchos funcionarios (de Asia central) no consideran que el problema sea urgente… Hay fricciones entre diversos intereses nacionales y eso también obstaculiza los esfuerzos para salvar el mar», dijo un periodista, radicado en Samarkand, que cubrió el tema para la televisión estatal uzbeka.

Los pocos esfuerzos para resolver la crisis del Aral se enmarcan en temas más amplios relacionados con la administración de los recursos hídricos en la región, añadió el periodista, quien habló a condición de mantener el anonimato por temor a represalias del gobierno.

Uzbekistán parece no tener interés en alterar el estatus quo. Poca agua del río Amu Darya llega al mar, pues es desviado para irrigar una decreciente producción de algodón, que las autoridades venden en los mercados internacionales para obtener divisas.

«Los países río arriba (Kirguistán y Tayikistán) se han mostrado renuentes a ayudar», dijo el periodista. «Creen que solo Kazajstán y Uzbekistán deben encargarse del problema porque el lago está en sus territorios».

Mientras, los esfuerzos de Kazajstán son esperanzadores. La represa Kok-Aral, una colaboración entre el gobierno y el Banco Mundial por 64 millones de dólares, deriva desde 2005 agua del río Syr Darya a una porción del mar.

El proyecto parece estar dando resultados. Mientras los niveles de agua crecen lentamente, la salinidad en la parte kazaja del Aral disminuyó cinco veces y la fauna ha regresado. Unos pocos exresidentes comienzan a volver a Aralsk y a otras aldeas costeras.

Aunque críticos señalan que Kazajistán ha abandonado en los hechos grandes partes del antiguo mar para salvar solo una pequeña porción, ambientalistas elogian la iniciativa e instan a Tashkent a realizar similares esfuerzos.

Si uno creyera a los medios de prensa controlados por el Estado en Uzbekistán, parecería que la crisis del mar de Aral recibe una enorme atención de Tashkent.

Un informe de la televisión nacional señaló en enero que, en la última década, el gobierno uzbeco había invertido cerca de 1.000 millones de dólares para salvar el Aral y mejorar las condiciones de vida de los residentes.

Pero un ambientalista de Tashkent se burló de esa información. «Aparte de lanzar algunas campañas de concientización pública sobre la necesidad de preservar el agua, el gobierno no hace nada sustancial», afirmó.

Algunos ecologistas están cada vez más preocupados porque funcionarios en Tashkent favorecen la desertificación de la zona en torno al mar. En los últimos años, la empresa estatal de gas Uzbekneftegaz ha explorado depósitos de petróleo y gas en el lecho del Aral, con apoyo de Rusia y otras naciones asiáticas.

Pese a la preocupación de los ambientalistas, las autoridades uzbecas parecen hacer todo lo posible para mantener la crisis fuera de la mirada pública.

En junio de 2011, Elena Urlaeva, una de las pocas activistas por los derechos humanos que permanecen en Tashkent, visitó Nukus, la mayor localidad uzbeka cerca del mar.

Tras su viaje, elaboró un informe describiendo los crecientes problemas de salud de los residentes y criticando la inacción del gobierno.

Al mes siguiente, Urlaeva denunció haber sido golpeada por la policía uzbeka, y en noviembre las autoridades amenazaron con internarla en una prisión psiquiátrica, táctica para silenciar disidentes heredada de la era soviética.

Urlaeva dijo a la agencia Uznews.net que había sido amenazada por criticar las prácticas del gobierno en Karakalpakstan.

«¿Cómo resolveremos el problema si ni siquiera podemos discutirlo públicamente?», preguntó el periodista de Samarkand.

* Artículo originalmente publicado en EurasiaNet.org.

 

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