IRÁN: El dilema del ayatolá

Un sutil cambio de discurso se puede notar en el gobierno de Irán mientras aguarda nerviosamente el 31 aniversario de la Revolución Islámica el próximo 11 de febrero, fecha en que se suelen realizar las mayores manifestaciones públicas.

Las fuerzas conservadoras del gobierno de Mahmoud Ahmadineyad recurren todavía al discurso de la "sedición" de los líderes "inspirados en el extranjero" del Movimiento Verde, pero también realizan con más frecuencia llamados a la calma y la moderación, así como críticas al "extremismo" de ambas partes del espectro político.

En la segunda mitad de enero se emitieron varios debates televisivos que, pese a su relativa falta de diversidad ideológica, incluyeron a críticos conservadores y reformistas de las políticas del presidente y de la dura represión de la oposición desde las elecciones del pasado junio, que dieron la victoria a Ahmadineyad y que los opositores consideraron fraudulenta.

El sistema judicial iraní tomó incluso medidas contra dos publicaciones de línea dura que, en sus portadas, insistían en dividir las elites políticas en "los hombres del imán Jamenei" y "los hombres de (el ex presidente Akbar) Hashemi Rafsanjani", no sólo ordenando su cierre sino también emitiendo órdenes de arresto contra sus directores.

El lunes 25, además, el ex director de la Agencia de Noticias de la República Islámica, que actualmente tiene un cargo en la oficina ejecutiva de Ahmadineyad, fue hallado culpable de calumnia contra el presidente del Parlamento, Alí Larijani, y contra Hashemi Rafsanjani, que actualmente preside el Consejo de Expertos y el Consejo de Discernimiento de la Viabilidad, y que varias veces expresó su descontento con la represión postelectoral.
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Queda por ver si estas medidas son meros intentos por aplacar las críticas antes de las preocupantes manifestaciones del 11 de febrero o el presagio de un cambio real.

Según el periodista Abbas Abdi, un agudo observador de la política iraní, los hechos que rodearon la muerte del ayatolá Montazeri y los sangrientos choques durante el mes de la celebración islámica chiita del Ashura dejaron claro a la mayoría de los partidos en el conflicto político de Irán que la continuidad de la actual situación sólo profundizará la crisis y en este caso "no habrá ganadores, sólo tierra quemada para todos".

Del lado de la oposición, la medida más importante fue la declaración emitida el 1 de enero por el principal candidato presidencial, Mir Hossein Mussavi, quien hizo a un lado la cuestión del fraude electoral de Ahmadineyad y dejó su propia suerte librada a la evaluación de su competencia por el Parlamento y la justicia.

Además, las sugerencias específicas de Mussavi de liberar presos políticos, levantar proscripciones a medios de prensa y compensar a las víctimas de la represión para que el país pueda recuperar la normalidad lo reestablecieron como líder del Movimiento Verde.

A la vez, estas sugerencias abrieron el camino para que elementos más moderados del campo conservador criticaran la violenta reacción del régimen contra las protestas y, en el caso de un destacado crítico conservador, Alí Mottahari, para que llegara tan lejos como culpar a algunos radicales, incluido el propio Ahmadijenad, por la continuación de los disturbios y la incapacidad de guiar el camino al desarrollo y la prosperidad de manera coherente.

La declaración el día 25 de Mehdi Karrubi, el segundo y el más extrovertido candidato de la oposición, en la que reconoció a Ahmadineyad como el líder "establecido" del gobierno, puede apreciarse bajo una luz similar.

Según el hijo de Karrubi, la declaración de su padre no debe considerarse como una "retirada" sino como un intento de parte de la oposición de sacar al país del estancamiento en casi todos los ámbitos relacionados con la política, incluidas las relaciones exteriores.

Al reconocer que Ahmadineyad es el jefe del gobierno iraní (porque el líder espiritual, el ayatolá Jamenei, confirmó su presidencia, no porque haya sido debidamente elegido por el pueblo), la oposición parece intentar a la vez desactivar una situación potencialmente explosiva y responsabilizar al presidente por algunas políticas temerarias que él y otros radicales impulsan para aplastar a la oposición, y que según los opositores conducirán a la República Islámica hacia un "abismo".

Se prevé que el poder de este argumento aumente cuando el parlamento empiece a debatir el expansionista pero aún vago presupuesto gubernamental para el próximo año fiscal, que comienza el 21 de marzo.

El presupuesto, presentado con un retraso de 45 días, genera inquietud aun entre algunos de los partidarios conservadores del gobierno, quienes ya han objetado el propuesto plan económico quinquenal por considerarlo "una lista de deseos" más que un documento realista sobre el futuro económico del país.

Mussavi y Karrubi no piden un acuerdo inmediato sino abrir el camino para que Jamenei, junto con otros conservadores, reevalúe las políticas promovidas en los últimos siete meses en cuanto a los costos que han tenido para la posición internacional de Irán, su situación económica y sus perspectivas, además de la propia posición de Jamenei en el país.

En otras palabras, le pasan la decisión a Jamenei. El domingo, Hashemi Rafsanjani insistió en que sólo el líder espiritual del país puede sacarlo de la actual parálisis para que pueda abordar sus crecientes problemas económicos e internacionales.

Ante este desafío, Jamenei, junto con muchos críticos conservadores de Ahmadineyad, enfrenta un dilema.

Sin duda, el líder espiritual no puede estar satisfecho por cómo los últimos hechos (incluidas las muertes ocurridas durante las protestas del Ashura) desviaron las críticas populares de Ahmadineyad a él por no cumplir su más importante deber como "guía supremo" de la República Islámica, que es restaurar la calma de un modo que todos los actores políticos consideren justo.

Además, y paradójicamente, la posición de Jamenei se debilitó porque gran parte del enojo popular hacia él fue estimulado por sus propios partidarios radicales y por las fuerzas de línea dura que apoyan a Ahmadineyad, quienes han insistido en que la represión y la violencia estaban justificadas porque el verdadero "proyecto" de los manifestantes era derrocar al guía espiritual.

Esta insatisfacción con la forma en que las fuerzas radicales han cooperado entre sí para menoscabar la legitimidad de Jamenei, así como la confianza pública en su sabiduría y eficiencia, es contrarrestada por las numerosas divisiones que existen en las filas conservadoras y por la falta de un liderazgo coherente que pueda resolver la crisis de manera seria y determinada.

A diferencia de la oposición, conducida con más o menos eficacia por la insistente demanda de Mussavi y Karrubi en un cambio de rumbo dentro de los límites de la República Islámica, el lado conservador del espectro político está dividido entre aquellos que reconocen la necesidad de transigir pero dudan demasiado en tomar medidas concretas para hacerlo, y los radicales que todavía creen que el problema puede ignorarse y controlarse por la fuerza.

Dado que este último grupo es más estridente y obtiene su energía de una tradición de política posrevolucionaria paranoica, su voz es todavía la más fuerte. De ahí la creciente presión sobre Jamenei, aun de parte de conservadores, para que se haga cargo y controle a los radicales cuyo destino político depende de que se mantenga un alto grado de polarización social y política.

La esperanza radica entonces en convencer a Jamenei y sus partidarios de que el peligro que él e Irán enfrentan por la creciente polarización es mayor que el que confronta la oposición reformista, cuyos principales líderes no sólo son leales a la República Islámica sino que también prometen implícitamente no exigir cambios radicales en la estructura de poder, salvo dejar de lado el autoritarismo y el uso de la fuerza.

No deja esto de ser una promesa ambiciosa para un ambiente político tan perturbado. Pero la apuesta es que la mayoría de los dirigentes políticos de Irán y la sociedad en general acepten que la actual parálisis perjudica sus intereses a largo plazo y que una solución parcial o gradual no será suficiente para contener el creciente descontento, al menos por ahora.

*Farideh Farhi es un académico independiente y miembro afiliado de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad de Hawai en Manoa.

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