ISRAEL-PALESTINA: Sesenta años de independencia y catástrofe

Yousef al-Hums se sienta a contarle a sus nietos cómo fue que hace 60 años lo expulsaron de Yebna, su aldea natal, hoy en territorio de Israel. Tiene en la mano la vieja llave de cobre de su antiguo hogar.

La antigua llave de cobre de una casa que ya no existe en una aldea demolida. Crédito: Mohammed Omer/IPS En los mismos días que en Israel y en la diáspora judía de todo el mundo se festeja la creación del estado, los palestinos recuerdan en Gaza, en Cisjordania y en las comunidades de emigrantes de todo el mundo la Nabka ("catástrofe", en árabe).

Fue entonces que las milicias judías que luego constituirían el ejército del estado de Israel los desalojaron de sus hogares, los expulsaron de su tierra natal y ocuparon sus tierras.

Los niños y niñas palestinos no aprenden esa historia de los libros, sino de ancianos como Al-Hums. "Nosotros no podemos, pero ustedes sí van a regresar a la casa del abuelo en Yebna", les recalca a sus hijos y a unos 50 nietos que lo rodean, con la llave en alto.

Pero ni la casa ni la aldea existen hoy. "Todos los días rezo para que al morir pueda ser enterrado en la tierra de Yebna. Fueron los días más felices de mi vida. Todos nos ayudábamos", relató.
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Al-Hums se casó en 1947 a los 15 años. Pero en mayo de 1948 todo cambió. Las milicias de Haganah, organización judía que sirvió de base para la conformación del futuro ejército israelí, irrumpió en Palestina.

"A las dos de la madrugada todos tuvimos que escapar, porque escuchamos que la Haganah había invadido la aldea", recordó. Al igual que otros, huyó con su esposa a Gaza, la única vía de salida.

Al-Hums muestra en su mano cicatrices que atribuye a los disparos desde un helicóptero británico que apoyaba a las milicias israelíes. Casi muere en el ataque, aseguró.

Hoy, vive en el campamento de refugiados de Yebna en Gaza, con sus dos esposas, siete hijos y muchos nietos.

Al-Hums volvió dos veces a la verdadera Yebna, la primera en 1976 y la segunda en 2000. Nada quedaba de la granja que conocía. "Se llevaron y destruyeron todo", contó.

Aun así, guarda la llave. Es el sostén de su historia y el mandato para que sus hijos reclamen su hogar y su patrimonio.

No queda casi nada que pueda respaldar la historia de uno u otro bando luego de 60 años. Apenas relatos orales cargados de sentimientos.

Como dijo Al-Hums, Yebna fue una de las 675 ciudades y aldeas destruidas por las fuerzas judías, sustituidas por nuevas construcciones israelíes o cubiertas de plantaciones de árboles.

La preparación de la expulsión de palestinos empezó antes, cuenta al-Hums a los pequeños sentados a su alrededor.

"Primero llegaron grupos de judíos que se hospedaron en nuestros hogares. Algunos durmieron en nuestra casa de dos pisos", recuerda.

Luego vinieron las ofertas para comprar nuestras tierras a precios muy por debajo del valor de mercado. Algunos vendieron, y los que optaron por quedarse terminaron siendo expulsados a la fuerza.

De la noche a la mañana, familias acomodadas terminaron viviendo en campamentos de refugiados.

De lo que no hay dudas es de la enorme cantidad de personas que debieron abandonar sus hogares, unos 750.000, según estimaciones de organizaciones palestinas. En algunas viviendas de los campamentos de refugiados viven hoy cuatro generaciones.

Los palestinos que se quedaron debieron padecer discriminación, humillación y pobreza, situación que perdura hasta hoy.

También se mantiene la incapacidad de los países árabes para luchar por la causa palestina en el ámbito diplomático. En 1948, una fuerza árabe compuesta por Egipto, Jordania y Siria no pudo contra las milicias judías, con fuerte respaldo de Gran Bretaña y Estados Unidos.

Lo mismo sucede hoy.

Relatos como el de Al-Hums, contados una y otra vez de una familia de refugiados palestinos a otra, y de una generación a la siguiente, tienen fuerza porque ellos ven a los mismos actores en su contra día tras día.

Todas sus narraciones reflejan una vida feliz y llena de orgullo destruida por la brutalidad y el engaño.

La llave de cobre se asegura que los jóvenes no pierdan, al menos, su rabia.

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