La piel morena, el pelo lacio y rebelde, la pobreza y las calles de fina arena los unen, pero el estatuto autonómico cruceño marca una profunda división en el marginal barrio del Plan Tres Mil, habitado por mayorías expulsadas de las pauperizadas regiones del occidente boliviano.
A seis kilómetros de la gran urbe capital del oriental departamento de Santa Cruz, se expande un conjunto de viviendas y un modo de vida muy parecidos a los de otros departamentos, como Cochabamba o La Paz, en el centro y occidente de Bolivia, de los cuales son originarios la mayor parte de los habitantes de esta zona.
El domingo 4 —cuando Santa Cruz aprobó en las urnas un referendo sobre su autonomía de espaldas al gobierno nacional— será recordado como el día en que la diferencia de ideas terminó fracturando a las empobrecidas familias migrantes en la plaza principal del barrio, denominada la rotonda, circundada por calles de tierra de profundos baches y maleza rebelde.
Santa Cruz, el departamento más rico de Bolivia, lidera un movimiento autonomista que ha arrastrado a seis de las nueve regiones del país, considerado separatista e inconstitucional por el gobierno nacional, encabezado por el indígena izquierdista Evo Morales.
"Aquí estamos peleando por la unidad del país. Vengan compañeros, organicémonos para enfrentar a la Unión Juvenil Cruceñista que trata de atacarnos", se escuchaba en los altoparlantes instalados en la plaza, junto a una hoguera donde se habían incinerado papeletas y urnas sustraídas de dos escuelas habilitadas como centros de votación.
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Rostros de furia, banderas bolivianas en alto, frente a unas pocas cruceñas, palos y piedras y algunos pasamontañas cubriendo jóvenes identidades, todos gritando consignas racistas, crearon un ambiente hostil de permanente emergencia ante la posible llegada de grupos de choque de la Unión Juvenil Cruceñista, favorable al autonomismo.
"Hemos conseguido parar la votación en San Julián y Yapacaní, debe seguir la lucha", se escucha en los altavoces y una multitud grita en señal de júbilo, mientras otras personas se les unen con palos y banderas rojas con símbolos del Partido Comunista.
El ambiente invadido por el humo, el aroma de las comidas cocinadas al aire libre, en un cuadro de urbanismo desordenado, de construcciones precarias de madera y frágiles chapas metálicas, es el sitio para la batalla entre opositores y defensores de la autonomía impulsada por grupos de acaudalados empresarios, terratenientes y agroindustriales.
Por un momento, la tensión crece, los periodistas toman recaudos para protegerse de un probable intercambio de piedras entre bandos, mientras un hombre sonriente alivia el miedo con caramelos de chocolate y leche, repartidos democráticamente entre combatientes y curiosos.
Otro activista toma el micrófono y enciende más los ánimos: "Patria o muerte", exclama y la respuesta no se deja esperar: "¡Venceremos…!" y luego viene el estribillo de las viejas luchas sociales: "El pueblo unido, jamás será vencido… Pueblo que escuchas, únete a la lucha…"
La actividad económica para los habitantes del barrio del Plan Tres Mil es de supervivencia. La mayoría se dedican al comercio, medio de vida característico de los pueblos aymaras de los Andes y del altiplano, expertos en la intermediación de mercadería.
Otros venden su fuerza de trabajo como estibadores, obreros de la construcción, especialistas en algún oficio manual o conductores de vehículos de servicio público.
La economía aquí es muy diferente a la del centro de Santa Cruz de la Sierra. Por unos nueve centavos de dólar se alivia la sed con un helado o un vaso de chicha, bebida refrescante elaborada con maíz. Los precios se multiplican hasta por tres en la moderna capital cruceña.
Pero estos rasgos de pobreza compartidos cotidianamente no han sido suficientes para sellar el pacto social, sólo contenido en discursos políticos, pero lejanos al rencor y los signos evidentes de racismo.
Mientras los bandos se aproximan para enfrentarse y los policías se ubican en medio para impedir el choque fotografiado y grabado sin cesar por periodistas nacionales y extranjeros, los gritos surgen duros y envenenados.
"…Que pase esa colla de mierda… que aquí le vamos a sacar las tripas (vísceras)…", grita una joven y morena mujer cruceña autonomista, en respuesta a los insultos de los originarios del occidente, región que en el período precolombino conformaba el Kollasuyo. "Viva la autonomía carajo", exclama un hombre con acento oriental mientras desde el otro lado se escucha: "Fascistas, vendidos a la oligarquía, racistas…"
"Vayan a mascar coca a su país, fuera de aquí", grita con furia una mujer. "Evo vendido, gobierno vendido". "Fuera collas de mierda", se escucha entre carreras para buscar refugio y el apresto de los policías para usar proyectiles de gases.
Los petardos estallan sin cesar, los gritos y silbidos recrean un cuadro de guerra. "Ahora es cuando, compañeros, si son bolivianos únanse carajo", exhorta con vehemencia un hombre para obtener la adhesión de temerosos habitantes que tienen en los rostros una mezcla de miedo y sonrisas.
El maestro Martín Huayllani, nacido en las mineras tierras de Potosí, en el extremo sudoccidental, corre alentando a los manifestantes contrarios a la autonomía. Llega hasta la cabeza de la marcha, baja hasta la última línea, coordina y da órdenes para conformar el grupo que intenta la toma del Colegio Boliviano Alemán, donde algunas personas tratan de instalar las mesas de votación.
Mientras se organiza el grupo de asalto, otros jóvenes, alineados con la Unión Juvenil Cruceñista, toman posiciones casi al estilo militar, se apostan en las esquinas y la mayoría llevan palos de madera de unos 40 centímetros, perfectamente pulidas y salidas de la misma maestranza.
Con 54 años a cuestas, Huayllani afirma que no permitirá la división de Bolivia y asegura que su lucha es por el futuro de sus hijos.
Unos metros más allá, Juan Blanco, un hombre con un viejo abrigo y pelo desordenado acompañado de una mujer, se acerca agresivamente a este periodista de IPS y busca nuestra identificación, mientras asegura que el canal de televisión del gobierno tergiversa los hechos.
Esta es apenas una pequeña muestra de agresividad. Otros periodistas se llevaron la peor parte en varios incidentes de la jornada del referendo cruceño, pues recibieron golpes y pedradas o perdieron cámaras fotográficas, tanto por la acción de autonomistas como de militantes oficialistas.
Blanco mira con desprecio a una pareja de humildes migrantes de la zona del valle central y dice: "Yo quiero votar por el Sí, porque no comparto con la gente de ojotas y de polleras que ha venido a molestar". Minutos después, la mujer que lo acompaña confiesa que Blanco es de origen paceño, un colla más en el barrio del Plan Tres Mil.