«La libertad de prensa es una figura puramente retórica», dice en esta entrevista el periodista colombiano Javier Darío Restrepo. «Lo único que cuenta son los periodistas libres». La independencia está en el espíritu del reportero como individuo, subraya. Y advierte: «Toda fuente miente, mientras no se demuestre lo contrario».
Restrepo nació en 1931 en el noroccidental departamento de Antioquia, el que ha puesto más víctimas a lo largo de décadas de guerra en este país. Tras más de medio siglo de trabajo en prensa escrita, un cuarto de siglo en televisión y 20 libros, hoy es considerado maestro por sucesivas generaciones de periodistas del continente.
Hasta abril, había contestado 738 consultas en el Consultorio Ético en línea de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez. Se trata de un acompañamiento personalizado a los periodistas en los dilemas de éste, "el oficio más bello del mundo", según el premio Nobel de Literatura colombiano.
De las 114 consultas de 16 países recibidas en 2006, la mayoría provinieron de Venezuela, Colombia, Perú y México. Las plantearon ante todo estudiantes y reporteros de medios impresos y radioemisoras. Las cuestiones que más inquietaron fueron la responsabilidad del periodista y su independencia.
La autocensura es el resultado más tangible de que este país siga entre los que cuentan más periodistas perseguidos, afirma Restrepo en vísperas del Día Mundial de la Libertad de Prensa.
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IPS: —¿Hacemos esta entrevista, o nos autocensuramos?
Javier Darío Restrepo: —Digámoslo, porque de lo contrario se nos atraganta.
—Colombia sigue estando entre los países del mundo con más periodistas amenazados, exiliados y asesinados. ¿Eso cómo se refleja en la información?
—En autocensura. El periodista, particularmente el de provincia, es el que tiene entre manos el tema más delicado de Colombia, la confrontación armada. Y es quien está en el centro de la mira de todos los violentos. Conocen a su familia, su lugar de residencia, sus rutinas. Por consiguiente, es alguien que ni siquiera necesita francotirador. Y este hecho se refleja en la forma de informar, porque hay un miedo latente. Pero el periodista de provincia no se autocensura únicamente por la presión de los armados. También por la presión de los desarmados, que están en las direcciones de las redacciones. Para esos reporteros, tiene mayor impacto que la amenaza de un fusil una llamada telefónica que les llega desde el medio para el que trabajan, que les exige que hagan tal nota, o de lo contrario no les pagan o los despiden. Hay episodios aterradores como el de aquella periodista que no se quiso subir a un helicóptero, al que después derribaron, y a ella la despiden prácticamente porque no se había subido a ese helicóptero para ser testigo de primera mano del atentado. Eso fue hace como cuatro años, en el Magdalena Medio (región central de Colombia). Hubo una encuesta del Observatorio de Medios de la Universidad de la Sabana, respondida por 200 periodistas de algo así como 20 localidades distintas, incluidas obviamente las capitales, que preguntaba cuáles eran las presiones más efectivas que sufrían. Según esa encuesta, las mayores presiones están en el interior de la redacción. Eso incluye editores, jefes de redacción, directores, accionistas y anunciantes.
—¿Los directivos de los medios a qué intereses responden?
—Obviamente al de los anunciantes. Y entre ellos, desde luego, al gobierno, con su pauta publicitaria. Y obedecen a los intereses de los políticos amigos, o de los directivos, o de los accionistas. Y cuando se tiene un amigo accionista de un medio importante se acude a él porque se sabe que va a tener una actitud eficaz: o de imponer silencios o de imponer noticias. Eso se da en todos los medios y en todas partes. Es muy acentuado entre nosotros, y el periodista no está muy capacitado para resistir a esas presiones. (Entre) las causas de limitación de la libertad de expresión, que he visto por toda América Latina, la primera es la pauta publicitaria que maneja el gobierno. Encontré, sin embargo, una excepción lindísima. Era casi como para gritar, como Rodrigo de Triana, "¡Tierra!".
—¿Dónde?
—En Buenos Aires. El Foro de Periodismo Argentino organizó un congreso de ética en diciembre, en el que voceros de las distintas regiones de Argentina contaron la situación de sus medios. Denunciaban como una de las primeras causas de restricción de su libertad, esto. De pronto apareció una chiquita, como una estudiante de universidad, de gafas, primorosa. Presentó un periodiquito de cuarto de página que se llama El Diario Chiquito, y dijo: "En mi periódico no se admite ninguna propaganda oficial". Es un principio para ser independiente. Ellos se sostienen únicamente con una muy bien surtida sección de clasificados y con muy buenas relaciones con la industria y el comercio de su localidad. Ya después de 13 años disponen de medios para comprar su propia sede y para tener su propia rotativa. ¿Por qué? Porque la gente confía en ellos y en el periódico. Esto simplemente para decir que sí se puede. Y que lo que se está dando en todas partes es el camino más fácil de sostener un periódico, no importa que se esté sacrificando la conciencia y la libertad de expresión y de información.
—Si no fuera por las organizaciones de derechos humanos, que llevaron la cuenta, quizá aún no sabríamos que los paramilitares mataron desde 1998 a 3.000 campesinos nada más en San Onofre (municipio del noroccidental departamento de Sucre). ¿Cómo es posible que los periodistas no nos hayamos dado cuenta?
—Yo me he hecho esa pregunta y me he respondido, en borrador. Nosotros también somos víctimas, y tal vez con mucha mayor intensidad, de lo que le sucede a la gente en general. Una noticia sepulta a la otra, y llega un momento en que uno tiene tantas noticias sobrepuestas que pierde la sensibilidad para con ellas. Son realidades que se te van perdiendo, a fuerza de acumular otras realidades. Hemos contado tantas muertes que, primero, se nos perdió la cuenta. Y después, ya no nos importaron. Frente a eso, al periodista le corresponde hacer un alto. No permitir que esa compulsión lo devore, le quite la sensibilidad y, sobre todo, la claridad con que tiene que informar. Porque ante esa acumulación de acontecimientos, el periodista pierde la visión de conjunto. Ya simplemente cuenta hechos, pero no los explica. Porque todo su tiempo se le va en contar hechos y en resumir los datos para contar esos hechos. Pero no tiene la calma suficiente.
—Instrucciones de uso para la información que proviene de un país con autocensura.
—Son las mismas instrucciones que para cualquier fuente. Y la experiencia enseña que toda fuente miente mientras no se demuestre lo contrario. O, si lo quieres de otra manera, deben tomarse las mismas precauciones que para beber agua, respirar, alimentarse o tomar una medicina, que son elementos contaminados o contaminables. Con la información sucede igual o peor: presumiblemente está contaminada, por tanto se debe actuar a la defensiva aquí y en cualquier lugar del mundo.