La negativa de Estados Unidos a poner fechas a la retirada de sus fuerzas en Iraq supone el rechazo de una tentadora oferta de la resistencia sunita: eliminar los refugios de la red terrorsta Al Qaeda en el país del Golfo.
El Ejército Islámico, el Bloque de Guerreros Sagrados y la Revolución de las Brigadas de 1920, tres grupos armados sunitas, dijeron a funcionarios estadounidenses y árabes que estaban dispuestos a hallar al líder de Al Qaeda en Iraq, Abu Musab al-Zarqawi, y entregarlo a las autoridades iraquíes.
La oferta fue formulada en una reunión realizada en El Cairo, y de la que dio cuenta el diario Al-Hayat, que se publica en Londres en lengua árabe.
Pero el presidente George W. Bush descartó un acuerdo, al rechazar cualquier negociación sobre fechas para una retirada. En un discurso ante cadetes navales el 29 de noviembre, desacreditó la posibilidad de "establecer un plazo artificial" para la retirada.
En una entrevista al canal de noticias de la cadena de televisión ABC, el embajador de Estados Unidos en Iraq, Zalmay Khalilzad, se manifestó la semana pasada preparado para negociar con líderes de la insurgencia sunita que no fueran leales al depuesto presidente Saddam Hussein ni a Zarqawi.
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Pero sin ninguna flexibilidad respecto de la retirada militares, no hay posibilidad de negociaciones reales con los rebeldes.
Un cronograma para la retirada fue la demanda central para la negociación por parte de los líderes insurgentes sunitas, desde que comenzaron a comienzos de año a comunicar sus condiciones para deponer la resistencia armada.
La captura de Zarqawi por parte de los sunitas no terminaría por sí sola con el problema del refugio de terroristas extranjeros en Iraq, pero el ofrecimiento parece la versión taquigráfica de una propuesta más amplia para atacar y eliminar sus centros de operación.
Durante mucho tiempo, la inteligencia estadounidense estuvo al tanto de una aguda rivalidad e incluso de combates entre organizaciones rebeldes sunitas y terroristas extranjeros liderados por Zarqawi, pese a que ambos luchaban contra la ocupación.
En el pasado, tanto insurgentes sunitas como seguidores iraquíes de Zarqawi plantearon la posibilidad de volverse contra los extranjeros "jihadistas" (partidarios de la guerra santa islámica) si alcanzaban un acuerdo de paz con Estados Unidos.
"Si los estadounidenses sellan un pacto con la resistencia local, no habrá espacio para combatientes extranjeros", declaró en agosto pasado Saleh al-Mutlaq, del Consejo de Diálogo Nacional Sunita, movimiento político afín a la insurgencia armada sunita.
Luego de que salieran a la luz informes sobre contactos entre rebeldes sunitas y funcionarios de Estados Unidos a mediados de año, la red terrorista Al Qaeda expresó seria preocupación sobre esa posibilidad.
Un seguidor de Zarqawi advirtió en un sitio de Internet que, si los insurgentes sunitas ponían fin a sus resistencia armada, los rebeldes explotarían "su conocimiento de los 'mujaidines' (combatientes islámicos), sus métodos, sus rutas de suministro y el modo en que ellos maniobran".
Los mujaidines fueron promovidos y financiados por Estados Unidos para expulsar a las tropas soviéticas de Afganistán en los años 80. Muchos de esos combatientes se incorporaron luego a organizaciones extremistas como Al Qaeda.
En 2005, los insurgentes sunitas y Zarqawi se enfrentaron en torno de posibles negociaciones de paz y de la participación en el referéndum constitucional de octubre.
Organizaciones vinculadas con Zarqawi manifestaron ya en el segundo trimestre del año su rechazo a cualquier negociación con Estados Unidos, y amenazaron con matar a cualquiera que trabajara para conseguir votantes para el referéndum.
Pero una amplia coalición de organizaciones insurgentes llamaron a votar contra la reforma constitucional.
Dirigentes sunitas dijeron a los estadounidenses con los que se reunieron en El Cairo que no entregarían a Zarqawi a las fuerzas de ese país, postura consistente con la demanda de que la presencia militar estadounidense debe reducirse paulatinamente bajo un acuerdo negociado, según Al Hayat.
Una fuente del Pentágono comentó la semana pasada a la prensa que "tendría perfecto sentido" que los insurgentes sunitas no quieran entregar las armas o a guerrilleros islámicos a Estados Unidos, por razones de orgullo nacional.
La cooperación con el gobierno de dominio chiita en torno de la presencia de terroristas extranjeros en Iraq requeriría a los sunitas, sin embargo, más negociaciones sobre la protección de los derechos de las minorías y otros asuntos políticos importantes.
Negociar con las grandes organizaciones insurgentes sunitas, lo que hace poco parecía imposible, se volvió una opción real luego que intermediarios de ese movimiento religioso islámico empezaran a tantear el terreno a principios de 2005.
Hoy se le atribuye capacidad de acción política unitaria a unidades guerrilleras de las que antes se creía que actuaban con independencia.
El teniente general de la marina de guerra de Estados Unidos James T. Conway dijo en julio a la prensa en Washington que militares norteamericanos habían identificado a entre ocho y diez de los principales líderes insurgentes y que sabía que "ocasionalmente" se habían reunido para "hablar de tácticas de organización".
Algunas de esas reuniones se realizaron en Siria y Jordania, según diversas fuentes.
El máximo comandante estadounidense en Iraq, general George Casey, dijo que las "conversaciones preliminares" podrían conducir a negociaciones reales con las organizaciones guerrilleras.
La nueva política de guerra de Bush, publicada en el doucmento "Estrategia nacional para la victoria en Iraq", refleja una comprensión mucho más detallada que en el pasado del vínculo entre los insurgentes sunitas y la organización de Zarqawi.
Antes, el gobierno de Bush se refería a su enemigo como si se tratara, indistintamente, de "terroristas" y "leales a Saddam".
El documento identifica un tercer grupo, los "rejectionists" (término traducible como "rechazadores"), que representan la mayoria de los insurgentes armados contra la ocupación y tienen objetivos "hasta cierto punto incompatibles" con los de los terroristas,
La estrategia también sugiere que los sunitas tienen preocupaciones legítimas, como la falta de toda protección para los derechos de las minorías en la Constitución promovida por dirigentes chiitas.
De todos modos, la nueva estrategia estadounidense considera que no hay necesidad de hacer concesiones a los insurgentes, porque entiende que Washington y sus aliados iraquíes pueden aprovechar sus divisiones para controlarlas.
En su discurso de la semana pasada, Bush declaró que la meta de esta estrategia era "marginar a los saddamistas y a los rechazadores".
Esta marginalización requiere que los líderes chiitas prometan una mayor protección a los sunitas mediante una enmienda constitucional, y fuentes del gobierno piensan que así será.
Washintgon no hará más nada por acercarse a los sunitas a menos que en las elecciones del 15 de diciembre surja una nueva dirigencia más dispuesta a ceder ante Estados Unidos, según los informantes.
(*) Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio.