IRAQ-IRÁN: Gol en contra de EEUU

Los que aún creen en la sagacidad política y militar de los neoconservadores, que impulsaron en Estados Unidos las guerras en Afganistán y en Iraq, deberían prestar atención a la cómoda posición en que dejaron a Irán, uno de los archienemigos de este país.

Washington se encargó de todo: en 2001 desalojó de Afganistán al movimiento radical islámico Talibán y en 2003 derrocó al presidente iraquí Saddam Hussein. Los dos eran una grandísima molestia para Irán.

Como si esto fuera poco, la nueva Constitución iraquí que se debate esta semana podría instaurar un débil gobierno central y conceder una importante autonomía al sur chiita, con lo que la influencia iraní en Bagdad aumentaría aun más.

"La nueva Constitución fortalecerá las fuerzas provinciales en el sur, que son proiraníes", pronosticó el analista Juan Cole, de la estadounidense Universidad de Michigan (noreste).

Cole explicó a IPS que la preponderancia de la ley islámica en la nueva Constitución iraquí le dará a los clérigos chiitas una significativa influencia en el Estado, haciendo que Iraq se asemeje al modelo iraní.

"Aunque no tengan un clérigo de jefe supremo, como en Irán, tendrán un sistema muy parecido al iraní, pues contarán con cinco ayatolás en la Suprema Corte de Justicia rechazando todas las leyes que vayan en contra la fe musulmana", afirmó.

"Nadie en Washington hubiera imaginado que, con todos el costo humano y financiero de la guerra, Estados Unidos terminaría apoyando un gobierno estrechamente vinculado con Irán", dijo el analista Shibley Telhami, del centro de estudios estadounidense Brookings Institution, en una conferencia organizada por la revista The Nation.

Telhami recordó que los dos países del Golfo firmaron un acuerdo según el cual Teherán brindará entrenamiento a las fuerzas de seguridad iraquíes.

Esto no era lo que habían prometido los neoconservadores, quienes aseguraron que, en gratitud por su "liberación", los iraquíes preferirían a un gobierno secular y pro-occidental.

También preveían la instalación en su territorio de bases militares estadounidenses para presionar —o invadir— a la vecina República Islámica de Irán, y acaso también a Siria.

El error de los neoconservadores comenzó a notarse desde que las tropas estadounidenses no fueron recibidas con "flores y dulces", como ellos habían predicho, y cuando la inesperada insurgencia sunita empezó a poner en jaque la ocupación.

Ellos creyeron que, concediendo más poder a los chiitas, Estados Unidos podría crear en Iraq un modelo democrático irresistible para la cada vez más desilusionada población iraní, la que, a su vez, con cierto apoyo exterior, podría levantarse en armas para derrocar a su régimen teocrático.

"Un gobierno apoyado por los chiitas iraquíes sería una daga dirigida a la dictadura clerical de Teherán", señaló Reuel Marc Gerecht, del conservador American Enterprise Institute, en una columna publicada en diciembre por del diario The Wall Street Journal.

Pero mientras Gerecth aseguraba que el nuevo gobierno iraquí pondría en jaque a los mulá de Teherán, otros analistas pronosticaban un escenario muy diferente.

"El verdadero ganador a largo plazo de la 'guerra contra el terrorismo' podría ser Irán", concluyó un informe divulgado en septiembre de 2004 por el Instituto Real de Asuntos Internacionales, el centro de estudios sobre política exterior más influyente de Gran Bretaña.

"Los iraníes tienen mucho control sobre lo que ocurre en Iraq. Estados Unidos sólo ahora se da cuenta de eso", dijo entonces Gareth Stansfield, un o de los autores del trabajo, al diario estadounidense USA Today.

Contrariamente a las predicciones de Gerecht, la influencia iraní se fortaleció desde las elecciones en enero, ganadas por la coalición chiita encabezada por el ahora primer ministro Ibrahim Jaafari.

Esta coalición, integrada por el Partido Dawa, de Jaafari, y el poderoso Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq, además de obtener la mayoría de los votos en los comicios federales, triunfó en nueve de las 11 provincias del país, incluyendo la de Bagdad (centro).

"El Consejo Supremo fue creado en 1982 a instancias del ayatolá Jomeini (fundador de la República Islámica de Irán), y entre sus filas estaban su actual líder, Abdul Aziz Al Hakim, y el actual primer ministro iraquí Jaafari", dijo Cole en la conferencia de The Nation.

"Jomeini soñaba con que estos dos líderes pudieran tomar el poder en Bagdad. (El presidente estadounidense George W.) Bush y (su secretario de Defensa, Donald) Rumsfeld lo hicieron realidad", agregó.

Desde que llegó al poder, Jaafari reactivó las relaciones con Irán, que había mantenido congeladas su antecesor, el ex primer ministro interino Iyad Allawi, e inició una etapa de vínculos fraternales con Teherán.

Ambos países suscribieron acuerdos de asistencia militar e infraestructura, incluyendo un proyecto de oleoducto que enviará crudo iraquí a plantas refinadoras en Irán y un aeropuerto en la meridional ciudad iraquí de Nayaf.

También acordaron otros programas de cooperación para la creación de escuelas, hospitales y mezquitas.

La visita el mes pasado de Jaafari a Teherán, donde fue recibido cordialmente por el nuevo presidente iraní, el ultraconservador Mahmoud Ahmadinejad, y el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, incluyo un peregrinaje a la tumba de Jomeini, gesto que disgustó a los neoconservadores de Washington.

Mientras, se presume que la inteligencia iraní penetró a tal punto en las fuerzas de seguridad iraquíes —muchos de cuyos miembros fueron entrenados por la propia Guardia Revolucionaria de Irán— que Estados Unidos restringió el intercambio de información con las autoridades de Iraq.

Muchas de las nuevas autoridades de gobierno iraquíes vivieron por varios años en Irán y gozaron de estrechos vínculos con Teherán. Incluso el actual presidente iraquí, el kurdo Kalal Talabani, contó con un importante apoyo iraní durante el régimen de Saddam Hussein.

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