Una universidad para los kurdos de Siria

Un día cualquiera en el aula magna de la Universidad Rojava, en la ciudad de Qamishli, en el norte de Siria, en la zona kurda del país. Foto: Karlos Zurutuza

QAMISHLI, Siria – Hay un aula magna, talleres, laboratorios y, por supuesto, una cafetería en la que se estira la media hora de descanso entre risas y naipes. Podría tratarse de una universidad cualquiera de no ser por esos hombres armados con fusiles de asalto a la entrada.

Estamos en el campus de la Universidad de Rojava, en la ciudad de Qamishli, a 700 kilómetros al noreste de Damasco. La institución abrió sus puertas en octubre de 2016, aún entre el escombro sin recoger de una guerra que sigue sin apagarse.

“Las clases en kurdo son una de sus señas de identidad”, explica a IPS su antigua decana, Rohan Mistefa, desde un despacho en el segundo piso. Además del de la lengua vehicular, también hay cambios curriculares.

“Hemos eliminado asignaturas como la de Ideología e Historia del Partido Baas (en el poder en Damasco desde 1963) y la hemos sustituido por la de Cultura Democrática”, dice la académica kurda. Añade que la creación del Departamento de Ciencia de las Mujeres (Jineoloji, se llama la disciplina en kurdo) es otra de las incorporaciones.

La Universidad de Rojava acoge a cerca de 2000 estudiantes repartidos en tres campus. Asimismo, hay otras dos universidades en activo en el noreste sirio: la de Kobani, abierta en 2017, y la de Al Sharq en Raqqa. Esta última funciona desde el año pasado en la ciudad que llegó a ser la capital en Siria del Estado Islámico.

“A diferencia de las universidades de Kobani o Rojava, en Raqqa estudian en árabe porque la mayoría de los ciudadanos allí son árabes”, dice Mistefa, quien actualmente ejerce como corresponsable de la coordinación entre las tres instituciones.

La vida de esta académica kurda ha estado ligada a la institución desde sus comienzos. En 2015, participó en el nacimiento de la primera universidad kurda de Siria en su Afrin natal.

Pero aquella pionera iniciativa tuvo que cerrar sus puertas en 2018. Desconectado territorialmente del resto de los territorios kurdosirios, el distrito de Afrin fue invadido entonces por milicias islamistas bajo el ala de Ankara y sigue bajo su ocupación hasta hoy.

“Mucha gente nos pregunta por qué abrimos escuelas y universidades en mitad de la guerra. Yo siempre les contesto que la nuestra es una cultura de construir, y no la de destruir de nuestros vecinos y sus aliados”, dice Mistefa.

Tanto en el currículo como en las paredes, ideólogos y mártires de la causa kurda están presentes en la Universidad de Rojava, en la ciudad de Qamishli, en la zona kurda del norte de Siria. Foto: Karlos Zurutuza / IPS

Un paso adelante

Los kurdos llaman “Rojava” (poniente)” a la tierra que ocupan en el noreste de Siria. Tras el inicio de la guerra que arrancó en 2011 al calor de la llamada “primavera árabe”, optaron por la conocida como la “tercera vía”: ni con el gobierno ni con la oposición.

Hoy, la minoría kurda de Siria convive con árabes y siriacos en la llamada Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (Aanes). En este rincón de Sira que comparte fronteras con Turquía e Iraq se ha levantado esta red de universidades para rivalizar con las instituciones del gobierno de la República Arabe Siria.

Tras la apertura de las primeras escuelas de lengua kurda en la historia de Siria, la Universidad de Rojava representa un paso adelante más en una revolución que ha puesto la educación entre sus valores principales.

Consta de nueve facultades que ofrecen formación académica gratuita en varias especialidades de Ingeniería, así como en Medicina, Derecho, Ciencias de la Educación, Administración y Finanzas, Periodismo y, por supuesto, Filología Kurda.

“Escogí Filología porque me encanta escribir poemas en kurdo; me interesa el folklore, la literatura… todo lo que tiene que ver con nuestra cultura”, explica a IPS la joven de 19 años Tolen Kenjo, que estudia segundo curso y procede de Hasaka.

Kenjo aún recuerda cuando le castigaban en la escuela cada vez que pronunciaba una palabra en su lengua materna. Durante más de cuatro décadas, la prohibición de la lengua kurda en Siria era un capítulo más de un ambicioso plan de asimilación que también incluía el desplazamiento de la población kurda del país, e incluso la privación de ciudadanía a decenas de miles de ellos.

Vista de la cafetería de la kurda Universidad de Rojava, que usan los estudiantes durante sus descansos. Foto: Karlos Zurutuza / IPS

Hoy, las paredes de esta universidad están cubiertas de carteles: mapas climáticos, el ciclo de la fotosíntesis, citas de los clásicos rusos… todo en lengua kurda por primera vez en Siria. Son pasillos en los que se forman corrillos en los descansos entre las clases, siempre entre las risas que llegan de un grupo de estudiantes que juega un partido de voleibol en el patio.

En el Departamento de Lengua Inglesa y Traducción encontramos a Jihan Ayo, una kurda que lleva dando clases aquí durante más de tres años.

Ayo es una más de entre los más de 200 000 desplazados, según cifras de las Naciones Unidas, que llegaron de Serekaniye, un distrito kurdo invadido por milicias islamistas a sueldo de Ankara, en octubre de 2019.

La docente recuerda que los ataques de Turquía sobre la región o los de células del Estado Islámico se repiten casi a diario. También apunta a una “labor titánica” para gestionar estas aulas.

Se sigue trabajando sin descanso en la traducción de todos los materiales al kurdo para formar a alumnos, pero, por supuesto, también a profesores. Entre otras cosas, Ayo recuerda lo duros que fueron aquellos 18 meses en los que la pandemia obligó a suspender las clases.

“Intentamos hacerlo todo on line (en línea); conseguimos ayuda de profesores voluntarios de prácticamente todo el mundo, pero, claro, aquí no todo el mundo tiene los medios para conectarse a Internet…”, detalla.

También hay que luchar contra la desconfianza de muchos hacia una red educativa que no tiene ningún reconocimiento fuera de este rincón de Siria. Aunque la administración kurda es hegemónica en toda la región, las escuelas “oficiales”, las de Damasco, siguen en funcionamiento y, por supuesto, mantienen el currículum de antes de la guerra.

Dar clases en mitad de una guerra ha sido una de las victorias de la revolución kurda en Siria. Foto: Karlos Zurutuza / IPS

Reconocimiento

En un exhaustivo informe publicado en este mes de septiembre sobre el sistema universitario en el noreste de Siria, investigadores del Rojava Information Centre, una organización de prensa independiente, subrayan la importancia de un reconocimiento internacional que haga la institución más atractiva para los estudiantes.

“Si bien la calidad de la educación que se recibe en estas universidades en sí es comparable a la de otras instituciones de la región, la falta de reconocimiento en el extranjero puede hacer que a los estudiantes les resulte imposible continuar sus estudios fuera de Siria, encontrar empleo en el extranjero o incluso conseguir que sus conocimientos técnicos sean reconocidos por empresas e instituciones no vinculadas a la Aanes”, asegura el informe.

También destaca que la Universidad de Rojava mantiene acuerdos de cooperación con al menos ocho universidades extranjeras entre las que se incluyen la Universidad Estatal de Washington, la alemana Universidad de Ciencias Aplicadas de Emden/Leer  o la italiana Universidad de Parma.

Son apenas 10 minutos a pie desde el campus hasta la sede del Partido de la Unión Democrática (PYD), el dominante entre los kurdos de Siria. Desde allí, su copresidente, Salih Muslim, insistía en la importancia de las universidades para formar “individuos que ayuden a construir y desarrollar el lugar al que pertenecen”.

“Nuestras universidades están listas parta cooperar e intercambiar experiencias con otras universidades y les animamos a hacerlo”, trasladaba Muslim a IPS.

Con o sin ayuda del exterior, la vida académica sigue su curso en este rincón de Siria.

Noreldin Hassan llegó de Afrin tras la invasión de 2018 y hoy está a punto de cumplir su sueño de graduarse en Periodismo. Este joven de 27 años explica a IPS que su universidad está “trabajando en la dirección correcta” para conseguir el reconocimiento internacional. No obstante, ha preferido no esperar y lleva ya ocho años como reportero en un canal de televisión local.

“El título es importante, pero, al final, el periodista aprende a base de práctica, buscando y cubriendo historias sobre el terreno”, recuerda el joven. ¿La última historia que cubrió? La de esas mujeres forzadas a casarse con mercenarios a sueldo de Turquía.

¿La historia que más le gustaría cubrir? No hay sorpresas:

“El día que los kurdos de Afrin podamos volver a casa”.

ED: EG

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