Rehacer la historia y otras misiones imposibles de Bolsonaro

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, durante su visita a una escuela en la periferia de Brasilia. El mandatario de extrema derecha no se ha prodigo en actividades de educación ni ha dedicado atención pública al sector, aunque su gobierno busca transformar la enseñanza, como instrumento para el rescate de la moral del pasado, religiosa y militarizada. Foto: Presidencia de Brasil

RÍO DE JANEIRO –  La caída de su cuarto ministro de Educación le costó al presidente Jair Bolsonaro desvelar la corrupción en su gobierno y la imposibilidad de borrar los avances civilizatorios de medio siglo en Brasil.

Milton Ribeiro, teólogo y abogado con doctorado en educación, renunció el 28 de marzo, 10 días después que el diario O Estado de São Paulo reveló la actividad informal de dos pastores evangélicos en la liberación de recursos del Ministerio de Educación destinados a las alcaldías.

El exministro negó ilegalidades y con respaldo del presidente resistió las presiones políticas, pero la oleada de denuncias hizo imposible su permanencia en el cargo, para el cual fue nombrado en julio de 2020 principalmente por ser pastor presbiteriano.

Varios alcaldes declararon públicamente que los dos pastores les pidieron coimas para obtener el dinero para proyectos como construcción o ampliación de escuelas, transporte escolar y guarderías. El “pago” podría ser en dinero, oro en municipios de minería e incluso la compra de biblias o ayuda para la construcción de iglesias.

Ribeiro declaró que, por “pedido especial de Bolsonaro”, las propuestas de los pastores tendrían prioridad, en una grabación divulgada por el diario Folha de São Paulo el 21 de marzo.

Fotos y testimonios de alcaldes comprobaron que los dos pastores participaban en reuniones del ministerio, aunque no tenían ninguna función institucional. Se trataba de una “oficina paralela”, similar a la que conoció en otros ministerios, como el de la Salud.

Biblia publicitaria

La última gota fue, al parecer, la distribución por el Ministerio de Educación de biblias impresas con fotos del ministro, su familia y los religiosos facilitadores del dinero público. Ocurrió en un acto oficial en Salinópolis, ciudad del amazónico estado de Pará, el 3 de julio de 2021, difundió Estado de São Paulo el 28 de marzo. Algunas horas después Ribeiro renunció.

Los cuatro ministros de Educación nombrados por el ultraderechisa Bolsonaro desde el inicio de su gobierno, en enero de 2019, tienen en común su religiosidad y el anticomunismo. Tres tenían vínculos militares y dos son teólogos, aunque solo Ribeiro es pastor evangélico.

La misión de todos quedó evidente: la de imponer una transformación conservadora en la enseñanza, en realidad un retroceso al tiempo de la dictadura militar (1964-1985) o incluso anterior.

El primero, Ricardo Vélez Rodriguez, un teólogo colombiano naturalizado brasileño y profesor emérito de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército, solicitó a las escuelas reuniones para cantar el himno nacional y gritar la consigna de Bolsonaro, “Brasil arriba de todo y Dios arriba de todos”.

Además requirió que esos actos fuesen filmados con identificación de todos los alumnos, para envío al Ministerio de Educación. Protestas generalizadas y advertencias de su ilegalidad llevaron el ministro a anular el requerimiento. Aunque siguió aún tres meses en el cargo, al final dimitió.

El segundo ministro de Educación, el economista Abraham Weintraub, judío, se destacó por la radicalización política, acusó las universidades de centros de “alboroto”, ofendió la memoria de Paulo Freire, patrono y símbolo de la educación en Brasil, y defendió el encarcelamiento de los jueces del Supremo Tribunal Federal. Duró 14 meses en la cartera.

El tercero, Carlos Decotelli, un economista negro, nombrado ministro el 25 de junio de 2020, ni siquiera tomó posesión. El presidente Bolsonaro revocó su nombramiento cinco días después, debido a la repercusión negativa de que Decotelli falseó su currículo, con doctorado y posdoctorado desmentidos por universidades de Argentina y Alemania, respectivamente.

Milton Ribeiro, teólogo y pastor presbiteriano, fue el ministro de Educación que más duró en el cargo durante el gobierno brasileño de Jair Bolsonaro, 20 meses. Pero renunció el 28 de marzo tras conocerse que dos pastores evangélicos facilitaban el acceso de alcaldías a recursos del Ministerio y cobraban sobornos por ello. Foto: Valter Campanato/Agência Brasil

Ministro religioso

Vino entonces Ribeiro, el más religioso, que al parecer duró más tiempo, 20 meses y medio, porque por largos meses iniciales se sumergió en la inoperancia. Nada hizo para dar respuesta a los desafíos de mantener la enseñanza durante la pandemia de covid-19, pero luego empezó a predicar más valores religiosos y moralistas en las escuelas.

Defendió castigos físicos, la separación de los discapacitados que estarían dificultando la enseñanza de los demás y, además, incorporó criterios morales e ideológicos en concursos para ingreso en las universidades. Tanto el ya exministro como sus antecesores buscaron limitar la enseñanza universitaria, al considerarla destinada solo a una “élite intelectual”.

Su renuncia ocurrió tras presiones de legisladores progubernamentales y de líderes evangélicos, según los cuales la mantención de Ribeiro como ministro mancharía más aún la imagen del gobierno y de los religiosos.

La misma misión que el gobierno actual propone a la educación, un retroceso a la vieja pedagogía militarizada y religiosa, se extiende a la cultura, a la ciencia, al periodismo, al ambiente, a los derechos humanos y otras áreas tanto del conocimiento como de las costumbres.

Alumnos de una escuela de Goiania, capital del centro-occidental estado de Goias, celebran la merienda escolar, un programa brasileño que desde 2009 exige que por lo menos 30 % de los alimentos los aporte la agricultura familiar local. Beneficia los estudiantes con comida saludable y a los productores, pero recibió un duro golpe durante la pandemia de covid-19 y el actual gobierno en actual gobierno lo ha relegado. Foto: PNAE Goias

Retroceder la historia

Se trata de volver unos “40 o 50 años” atrás, como declaró Bolsonaro durante la campaña electoral que lo alzó hasta la presidencia en 2018, y de “desconstruir muchas cosas” en “un país que caminaba hacia el comunismo”, al inicio de su gobierno.

La ofensiva ultraderechista contempla desde intentos de reducir los derechos conquistados por indígenas, las comunidades afrodescendientes, las mujeres y las minorías sexuales, atacar los enfoques de género, desmantelar los organismos de protección ambiental e instituciones científicas y universitarias tildadas de “comunistas”.

El Ministerio de Cultura fue eliminado y sustituido por una secretaria de rango menor en que desaparecieron mecanismos y fondos de fomento. La guerra al sector artístico tiene como reacción protestas antiBolsonaro en numerosos espectáculos.

El ejemplo fue el festival Lollapalooza, celebrado entre el 25 y el 27 de marzo en São Paulo. Tras varias protestas contra Bolsonaro, su Partido Liberal logró que un juez del Tribunal Superior Electoral prohibiera manifestaciones políticas de los cantantes durante el festival, que estarían favoreciendo el candidato opositor, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.

El partido del presidente Bolsonaro retiró la queja ante la condena generalizada de la “censura”, como fue calificada la decisión por juristas reconocidos.

En relación al ambiente es mundialmente conocida la destrucción forestal que promueve el gobierno de Bolsonaro, tras prácticamente desactivar los órganos de control y punición de los delitos y aprobar legislaciones que estimulan la deforestación y actividades destructivas en los bosques, tierras indígenas y áreas de conservación.

El periodismo es un “enemigo en vías de extinción” que sufre ataques casi diarios de Bolsonaro y sus seguidores más radicales.

La idea de “marxismo cultural”, del comunismo que se infiltra en las instituciones en nueva táctica “subversiva”, sirve bien a la extrema derecha en Brasil que tiene como base el pensamiento militar desarrollado en la dictadura, que identifica el “enemigo interno” como principal amenaza a la Patria que defienden.

El tema ambiental seria arma de una conspiración internacional, ya que, para los militares, sus grandes propagadores fueron cuatro jóvenes que se alzaron en armas contra la dictadura en 1968 y volvieron del exilio doce años después disfrazados de ambientalistas.

En realidad el ambientalismo ya era un amplio movimiento nacional, con varios grupos e ideas propias, pero los exguerrilleros, entre ellos el periodista y exdiputado Fernando Gabeira, ganaron la mayor notoriedad.

La evolución del periodismo, rechazado tajantemente por viejos oficiales de las Fuerzas Armadas, también contribuye a las teorías conspirativas. Apoyó el golpe militar de 1964 en su gran mayoría, pero se volvió luego contra la dictadura, la censura y la represión que mató o encarceló muchos periodistas.

Para los bolsonaristas, algunos “comunistas” infiltrados en las redacciones habrían operado esa conversión en “enemigos internos”.

Todo eso alimenta la creencia de que es posible “desconstruir” los avances producidos desde los años 70 y retroceder en la historia, a partir del poder gubernamental, bajo la medida que el triunfo de Bolsonaro, un capitán retirado del Ejército y defensor de los “héroes” de la dictadura, habría redimido a los militares, incluso a su autoritarismo.

ED: EG

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