Las rocas, que antes eran un estorbo al reducir la tierra cultivable, se convirtieron en una riqueza. En ellas Pedrina Pereira y João Leite construyeron cuatro estanques para acopiar agua de lluvia en una comunidad agrícola del noreste de Brasil.
En su propiedad de seis hectáreas, la pareja acumula agua en otros tres reservorios, los “barrizales trinchera”, el nombre que se le da localmente a unas cavidades en el suelo, excavadas con profundidad para almacenar un mayor volumen en la menor superficie posible y así reducir la evaporación.
Con tantos recursos “no padecemos falta de agua”, ni siquiera durante la sequía que se prolongó los seis últimos años, aseguró la campesina de 47 años, en su heredad típica de la ecorregión del Semiárido, en Juazeirinho, un municipio del estado de Paraiba.
Solo al comenzar este año tuvieron que recurrir al agua distribuida por el Ejército e los asentamientos locales, pero “solo para beber”, precisó Pereira con orgullo a IPS durante una visita por varias comunidades que aplican innovadoras tecnologías hídricas que están cambiando la vida en los pequeños asentamientos y la agricultura familiar de esta agreste región.
Para regar sus cultivos de maíz, frijoles, hortalizas y árboles frutales siempre contaron con sus cuatro “estanques de piedra” y los tres barrizales, suficientes también para abrevar a sus ovejas y gallinas.
“El agua de ese estanque se puede incluso beber, tiene ese color blanco debido al suelo”, pero eso no afecta el gusto ni la salud, sostuvo la agricultora, mientras apuntaba a la menor de las horedades, “que excavó en las rocas mi marido con la ayuda de vecinos”.
“No había nada acá cuando llegamos en 2007, solo un pequeño barrizal, que se secaba tras acabar la estación lluviosa”, recordó. Adquirieron la propiedad donde construyeron la casa y vivieron sin electricidad hasta que, en 2010, llegaron la energía y la cisterna de agua de lluvia, dos servicios que cambiaron sus vidas.
Estaba en marcha hacia una década el Programa Un millón de Cisternas (P1MC) con que Articulación del Semiárido (ASA), una red de 3.000 organizaciones sociales, trata de universalizar el acceso al agua potable en el medio rural de la ecorregión, que tenía ocho millones de habitantes en el censo oficial de 2010.
La red promovió la construcción de 615.597 cisternas de “primera agua”, aquella captada en los tejados, que sirve para que las familias beban y cocinen. Cada unidad almacena 16.000 litros, un volumen que se considera suficiente para una familia de cinco miembros durante los ocho meses estiaje usual.
Otras iniciativas ajenas al ASA ayudaron a diseminar esa “tecnología”, que mitigó los efectos de la sequía que azotó el Semiárido desde 2012 hasta el año pasado.
Las cisternas contribuyeron a que no se repitiera la tragedia de sequías anteriores, como la de 1979-1983, que “provocó la muerte de un millón de personas”, según Antonio Barbosa, coordinador del Programa Una Tierra y Dos Aguas (P1+2) impulsado por ASA desde 2007.
La “segunda agua”, destinada a la siembra y cría de animales, amplia el acopio de agua en sistemas como los adoptados por Pereira y su marido desde 2013. ASA ya distribuyó 97.508 de esas “tecnologías para producción”, beneficiando a 100.828 familias.
Otras de esas “tecnologías” hídricas pueden servir para el suministro de una familia, como en general ocurre con el “estanque de piedra”, hecho entre grandes formaciones rocosas y la “bomba de agua popular”, un aparato de uso comunitario que extrae agua de pozos profundos.
Ambas se destinan al consumo animal o uso agrícola.
Cisternas con capacidad para almacenar 52.000 litros de agua de lluvia, recogida con el sistema de “calçadão”, una terraza o rampla de hormigón, o de “torrentada” que escurre por un suelo en declive, que puede ser incluso una carretera, son otras de las siete “tecnologías de segunda agua” que difunden las organizaciones de ASA.
En el caso del matrimonio Pereira y Leite esa infraestructura hídrica llegó por medio del Programa de Aplicación de Tecnología Apropiada a las Comunidades (Patac), una organización que trata de fortalecer la agricultura familiar en pequeñas comunidades agrícolas de Paraiba.
Las obras, hechas con material donado, exigen como contrapartida el trabajo de los beneficiados, capacitación en gestión hídrica y cuidados en la producción, enfocados en la convivencia con el clima semiárido. También se promueve la acción comunitaria y el canje de experiencias entre los agricultores.
Frijoles secando en el patio, amontonados dentro de la casa, incluso en el dormitorio, indican que la familia de los Pereira y Leite, que incluye también al hijo, Salvador, con comprobada vocación agrícola, logró una buena cosecha, tras las lluvias razonables de este año.
Maíz, batata (boniato o camote), sandía, calabaza, pimiento, tomate, berenjena, otras hortalizas y hierbas medicinales componen el huerto que manejan la madre y el hijo, dentro de una diversificación productiva que es una práctica generalizada entre los campesinos del Semiárido brasileño.
También contribuyen a ella las ocho ovejas y un numeroso gallinero, que sirven para el autoconsumo y la venta. “Nuestra familia vive solo de agricultura”, dijo Pereira, quien se beneficia también del programa de Beca-familia, un subsidio gubernamental para las familias pobres, que en su caso es de 34 dólares mensuales.
“Soy una de las compradoras del ‘cuzcuz’ de Pedrina, que además de sabroso se hace sin venenos agrícolas”, confesó Gloria Araujo, coordinadora de Patac, refiriéndose a una especie de tortilla de maíz muy popular en el Nordeste brasileño, importante fuente de ingresos para la familia.
Vivir en la comunidad Sussuarana, donde viven 180 familias, e integrar el Colectivo Regional que reúne agricultores, sindicatos y asociaciones de 11 municipios del centro de Paraiba, ofrece otras oportunidades.[related_articles]
Pereira pudo criar gallinas gracias a una cerca alambrada que adquirió mediante el Fondo Rotatorio Solidario, un préstamo, en dinero o animales, que cuando es pagado se destina de inmediato a otra persona y así sucesivamente. Una máquina para tejer el alambre es de uso colectivo.
En Bom Jardim, a 180 kilómetros de Juazeirinho, en el vecino estado de Pernambuco, la comunidad de Feijão (frijol) se distingue por el sistema agroforestal y la producción de frutas, buena parte vendida en ferias agroecológicas de Recife, la capital del estado, a 100 kilómetros de distancia y 1,6 millones de habitantes.
“Vivo acá hace 25 años, empecé reforestando una tierra desnuda y me llamaban loco, pero luego quien así me criticaba también sembró un lindo bosque”, festejó Pedro Custodio da Silva, dueño de 2,5 hectáreas y coordinador técnico de la Asociación de Agricultores Agroecológicos de Bom Jardim (Agroflor), que presta asistencia a la comunidad.
Además de un diversificado huerto de árboles frutales y verduras, que le brindan ingresos por la venta de frutas, hortalizas y pulpa, “sin agroquímicos”, en su propiedad renació una fuente de agua que había secado hace tres décadas y se mantuvo perenne en la fuerte sequía de los últimos años.
Eso le permitió llenar un pequeño embalse de 60.000 litros de agua que “baja en el estiaje, pero ya no se seca”, destaca.
Edición: Estrella Gutiérrez