Agricultoras peruanas llevan la alimentación saludable a sus escuelas

Bajo el ardiente sol de la costa del océano Pacífico, en el departamento de Piura, 25 productoras en proceso de capacitación dentro de la Escuela Agreocológica regresan de una jornada de asistencia técnica de campo, en la provincia de Morropón, en el norte de Perú. Crédito: Cortesía de Sabina Córdova
Bajo el ardiente sol de la costa del océano Pacífico, en el departamento de Piura, 25 productoras en proceso de capacitación dentro de la Escuela Agreocológica regresan de una jornada de asistencia técnica de campo, en la provincia de Morropón, en el norte de Perú. Crédito: Cortesía de Sabina Córdova

Lograr que niños y adolescentes sustituyan la comida “chatarra” por alimentos locales orgánicos y nutritivos es el objetivo de un grupo de agricultoras, al mismo tiempo que superan el impacto de fenómeno de El Niño costero, en una zona rural de Piura, en la costa del norte de Perú.

“Hemos dado charlas sobre alimentación saludable a los colegios porque en estos tiempos hemos olvidado lo que es comer sano y nutritivo y todo lo vemos frituras y dulces, por eso hay desnutrición y obesidad”, comentó a IPS una de estas mujeres, Rosa Rojas, quien posee un biohuerto en la comunidad de Piedra de Toro.

Ella es una de las 25 productoras rurales capacitadas en técnicas agroecológicas por el no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán. Todas se dedican a la pequeña agricultura en los valles y alturas de Morropón, una de las ocho provincias de la región, de la que Chulucanas es su capital.[pullquote]3[/pullquote]

El departamento de Piura fue golpeado por el fenómeno del Niño costero entre diciembre del 2016 y mayo del 2017. Se trata de un evento propio de los litorales de Ecuador y Perú, por un calentamiento anómalo de las aguas del Pacífico oriental, en una de las forma en que se expresa el fenómeno de El Niño Oscilación del Sur (Enos).

Durante ese periodo,  las lluvias e inundaciones dejaron en su territorio más de un millón de personas afectadas, otras 230.000 damnificadas y 1.200 hectáreas de cultivo destruidas, según  el gubernamental Sistema de Información Nacional para la Prevención y Atención de Desastres.

Rojas, de 53 años, recuerda que fueron meses terribles en que muchas familias se vieron desmembradas con la partida de los padres o hermanos mayores, forzados a migrar para obtener su sustento y el de quienes dejaban atrás en sus comunidades.

“Las mujeres nos quedamos a cargo de la casa y de las parcelas con la preocupación de cómo dar el alimento a nuestros hijos y nietos”, contó.

“Hemos tenido que comer nuestro frejol (como llaman en la zona al frijol) que guardábamos para semilla y apoyándonos con las vecinas nos hemos recuperado de a poco para poder volver a sembrar sobre la tierra que había sido lavada por las lluvias”, rememoró.

A casi un año del paso del fenómeno climático, ella ha vuelto a cosechar sus hortalizas, como cilantro, lechuga, zanahoria, beterraga (remolacha), repollo, poro (porrum), tomate, ají amarillo y pepinillo, todas producidas con abonos orgánicos elaborados por ella misma.

“Mi canasta familiar está enriquecida con estos frutos orgánicos sanos y nutritivos. Mi comunidad está en un despertar de lo que es la alimentación natural, estamos aprendiendo la importancia de comer verduras diariamente y es lo que estamos compartiendo en los colegios con los profesores, madres, padres y estudiantes”, refirió.

Yaqueline Sandoval, de 42 años, agricultora en la comunidad de Algodonal, en el vecino distrito (municipio) de Santa Catalina de Mossa, también está recuperándose de los estragos del Niño costero.

Rosa Rojas, segunda a la derecha, entre las productoras participantes en la Escuela Agroecológica del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, donde se capacitaron en el manejo de técnicas de producción orgánica que vienen aplicando en sus biohuertos, en el área rural de la región de Piura, en el norte de la costa peruana. Crédito: Mariela Jara/IPS

Cuenta que  ha retomado el cultivo de su biohuerto, junto con su familia,  donde el producto estrella es el frijol caupi, conocido como cabecita negra y al que llaman el «frijol de la esperanza» por su corto periodo vegetativo.

“Sembramos y en 40 días ya estamos comiendo nuestro frejolito. Es una planta muy generosa, nos alimenta y es semilla para el futuro porque se adapta a diferentes condiciones y es muy fuerte, algo vital ahora que enfrentamos el cambio climático”, relató a IPS.

Cambiando hábitos escolares

Este es uno de los insumos con los cuales las agricultoras pasaron a elaboar lo que llaman “loncheras saludables”, los pequeños recipientes donde portan los alimentos los estudiantes para comer en los colegios, los centros públicos de enseñanza primaria y secundaria que están en los cascos urbanos de los municipios.

En esas loncheras se incluyen unos fiambres elaborados con los productos hortícolas, que reemplazan a lo que los escolares compraban en los quioscos de los centros educativos, como galletas y chocolate, bebidas azucaradas y otras golosinas procesadas industrialmente.

“Hacemos tortillas con verduras y nuestro frejol, preparamos refresco de maracuyá (Passiflora edulis) y lo acompañamos con un plátano (banano dulce)”, contó Sandoval sobre lo que ahora llevan los niños en sus loncheras.

“Son frutos de nuestra tierra sanos y nutritivos, libres de químicos, que alimentan y no dañan la salud”, expresó orgullosa sobre la iniciativa que está desarrollando con otras madres de los escolares en el local Colegio  Horacio Zevallos.

Esta experiencia comenzó el año pasado con charlas en las aulas de los cursos de secundaria, en las que orientaron al alumnado sobre los beneficios de una alimentación saludable y los efectos negativos en su cuerpo y salud de la llamada comida rápida o “chatarra”.

“Hubo tanto interés que este año en el curso de Ciencia, Tecnología y Ambiente están haciendo prácticas en un pequeño huerto que han dispuesto en el mismo colegio donde están sembrando lechuga, zanahoria y otras hortalizas”, añadió.

Para esta agricultora, que se considera a sí misma luchadora y emprendedora, la agroecología es una herramienta que le ha permitido mejorar su relación con la naturaleza, aprovechar mejor sus suelos, agua y semillas, y en consecuencia, su alimentación y salud.

“Siento que contribuyo al bienestar de mi familia y de mi comunidad, con las otras señoras hacemos un trabajo constante para alejar de nuestras vidas la desnutrición, la anemia, la obesidad porque eso origina otros males. Si nos quedamos de brazos cruzados, ¿qué futuro vamos a tener?”, reflexionó.

La preocupación de Sandoval tiene una razón muy fundamentada.

El gubernamental Observatorio de Nutrición y Estudio del Sobrepeso y Obesidad indica que más de 53 por ciento de la población peruana tiene exceso de grasa corporal y la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sitúa al país como el tercero de América Latina con más sobrepeso y obesidad.

Escolástica Juárez, una agricultora de 59 años, en la parcela familiar donde cultiva en forma orgánica frutales y hortalizas, en el caserío de Chapica, en la provincia de Morropón, en el costero y norteño departamento de Piura, en Perú. Ella ha contribuido a impulsar la alimentación saludable en la escuela local. Crédito: Cortesía de Sabina Córdova
Escolástica Juárez, una agricultora de 59 años, en la parcela familiar donde cultiva en forma orgánica frutales y hortalizas, en el caserío de Chapica, en la provincia de Morropón, en el costero y norteño departamento de Piura, en Perú. Ella ha contribuido a impulsar la alimentación saludable en la escuela local. Crédito: Cortesía de Sabina Córdova

Por su parte la Organización Panamericana de la Salud ha alertado que uno de cada cinco menores de 10 años, niñas y niños, vive ya ese problema debido a la conjugación de factores como dietas inadecuadas y escasa actividad física. Y en Piura, tres de cada 10 menores de cinco años sufre de anemia.

Alimentarse sano y nutritivo en una región rica en biodiversidad podría parecer algo cotidiano, sin embargo es todavía un objetivo pendiente ante la falta de inversión pública en la pequeña agricultura, en capacitación a las poblaciones rurales y atención al problema de falta de agua.[related_articles]

En ese contexto, aprovechar los saberes tradicionales y usar los nuevos adquiridos en capacitaciones y asistencias técnicas, coloca a las mujeres productoras rurales en mejores condiciones ante los desafíos permanentes del cambio climático para lograr la seguridad alimentaria.

“Saber de agroecología nos ayuda a utilizar mejor el agua, a regar nuestra siembra sin desperdiciar, a sustituir los cultivos que necesiten mucho riego, a optar por los frejoles que se adaptan a las sequías. Este conocimiento es importante para nuestra seguridad alimentaria”, indicó Escolástica Juárez.

Esta agricultora de 57 años vive cultiva en el caserío de Chapica, en el distrito de Chulucanas, donde la temperatura llega a los 37 grados centígrados, y también ha llevado la propuesta de lonchera saludable al local Colegio de Fátima.

“Nos ha vuelto a llamar el director para seguir con las charlas este año, mi nieto me dice que ya más de sus compañeritos están comiendo sano, es cuestión de persistir, cambiar los malos hábitos es de familia, toma tiempo pero se aprende”, dijo convencida a IPS.

Agrega que se siente agradecida con el frijol de la esperanza, que como otras productoras ha aprendido a elaborar de diferentes maneras, en conocimientos compartidos entre ellas.

“Se puede comer fresco recién salido de su vaina, lo almacenamos para preparar más adelante y lo seleccionamos para semilla. Aunque falte agua sabemos que nos alimentará. Nosotras devolvemos esa generosidad de la plantita compartiendo lo que sabemos con otras vecinas y en los colegios”, remarcó.

Edición: Estrella Gutiérrez

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