En América Latina, la juventud es el eslabón principal de la transmisión de la pobreza de una generación a otra. Por eso, organismos, académicos y los propios jóvenes consideran que es imperativo mejorar la dinámica que vincula la educación de hoy con el trabajo de mañana.
“La juventud regional de hoy es un sujeto en sí mismo, con una gran producción simbólica. Es probablemente el grupo etario más rico en generación de identidades y de expresiones culturales”, afirmó a IPS Martín Hopenhayn, director de la División de Desarrollo Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Según datos de este organismo con sede en Santiago, uno de cada cuatro habitantes de América Latina tiene entre 15 y 29 años. Eso lo convierte en un continente joven, “pero no por mucho tiempo”, advirtió Hopenhayn.
La población de 0 a 15 años ha bajado notablemente en la región, así que en 20 años habrá una sociedad en vías de envejecimiento.
“Por eso es muy importante invertir ahora en juventud, porque en 20 años más vamos a requerir que la parte no envejecida de la población sea mucho más productiva”, afirmó el experto.[pullquote]1[/pullquote]
Pero la inversión en juventud es relativamente baja en América Latina, principalmente si se compara la inversión pública y privada en educación postsecundaria con la de los países emergentes del sudeste asiático, o con países europeos.
“La juventud es el eslabón principal de la transmisión intergeneracional de la pobreza”, dijo el experto. De esa transmisión dependerá que los jóvenes que caminan ahora a la autonomía económica repitan o no “la pobreza de ingresos, la precariedad laboral de las generaciones precedentes, es decir, de sus padres”, planteó.
El mecanismo central para cortar esta reproducción intergeneracional, es mejorar la dinámica que vincula la educación de hoy con el trabajo de mañana, aseveró.
Para eso, dijo, “hay que reducir la brecha en logros educativos en los jóvenes pobres versus los jóvenes no pobres”, mediante focalizada inversión en la educación de los sectores de menores ingresos.
Según datos de la Cepal, de los jóvenes entre 20 y 24 años del 20 por ciento más pobre de la población, solo 28 por ciento concluyó la educación secundaria. Mientras que en el 20 por ciento más rico, alrededor de 80 por ciento terminó la educación secundaria.
“La educación secundaria completa en este momento es lo mínimo que se requiere de un joven para que una vez que accede al mundo laboral y comience su trayectoria laboral a lo largo de la vida, tenga claras expectativas de alcanzar niveles de bienestar, movilidad social y superación de la pobreza”, subrayó Hopenhayn.
Lo saben los hermanos Ángel y Guadalupe Villalobos, que montaron un pequeño negocio propio de distribución de frutas en las cercanías de la Universidad de Costa Rica, en San José.
Él, de 21 años, terminó sus estudios como barbero en diciembre de 2013 y en enero del 2014 comenzó a trabajar. Cuando su hermana, de 22 años, se separó de su pareja, empezaron a distribuir fruta en los salones de belleza del área.
“Tal vez la principal limitante es que si uno tiene experiencia y es viejo, cuesta que lo contraten, y si uno es joven y viene con todo el impulso, cuesta también, pero aquí (en el salón) me han dado buenas oportunidades”, explicó Ángel a IPS.
Ninguno de ellos empezó la universidad y Guadalupe tampoco terminó la secundaria. En este país de 4,8 millones de personas 22 por ciento de los jóvenes trabajan en la economía informal, de la que los dos hermanos tienen el propósito de salir.
En México, en tanto, viven más de 37 millones de personas entre 15 y 29 años, de una población total de 118 millones. Cerca de 26 por ciento ni estudia ni trabaja y casi 45 por ciento, vive en condiciones de pobreza.[related_articles]
“Me preocupa la falta de oportunidades y la perspectiva del desempleo”, reconoció a IPS la joven María Fernanda Tejada, de 18 años, quien en agosto iniciará sus estudios de relaciones internacionales en la Universidad Autónoma de México, en la capital.
“Tenemos una gran responsabilidad, porque somos el futuro del país”, añadió la joven, la mayor de cuatro hermanos.
En Santiago, Daniel Hurtado, de 19 años, estudia medicina, cuando lo previsible es que “trabajara en un ‘call center’ o empacando en algún supermercado, en la construcción o como camarero”, reconoció a IPS su padre, Hugo, camarero él mismo.
En Chile, con 17,6 millones de personas, un asalariado gana en promedio 500 dólares, y no tiene como enviar a sus hijos a la universidad, donde la carrera de medicina cuesta entre 900 y 1.200 dólares mensuales. “Es muy extenuante”, dijo el padre, “pero estamos rompiendo la brecha”, añadió el hijo.
Para Hopenhayn, la educación, por su carácter masivo y socialmente reconocido, y por su impacto en el mundo laboral, es el espacio privilegiado sobre el cual intervenir para cortar la reproducción intergeneracional de la pobreza.
Según un estudio de la Cepal y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), cerca de un tercio de las y los jóvenes en América Latina y el Caribe viven en situación de pobreza, lo cual atenta contra el ejercicio de sus derechos consagrados en instrumentos internacionales.
El documento, publicado en 2012, explica que la incidencia de la pobreza e indigencia entre los jóvenes de 15 a 29 años en la región alcanza a 30,3 por ciento y 10,1 por ciento, respectivamente. Ellos y los menores de 15 años son los más vulnerables a esta situación en la región.
Las oportunidades laborales son pocas para los jóvenes, entre los que desempleo alcanza a 15 por ciento, mientras que solo es de seis por ciento para quienes tienen 30 años o más.
Al desempleo se suma otro elemento: la elevada informalidad laboral en la región afecta particularmente a los jóvenes.
“Por ejemplo, si en Chile la informalidad alcanza entre 45 y 50 por ciento de los trabajadores… en el sector de entre 15 y 29 años, es de 60 por ciento”, afirmó a IPS el sociólogo Lucas Cifuentes, investigador del Programa Trabajo, Empleo, Equidad y Salud, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
Añadió que “sin duda que el eje articulador del desarrollo social es el trabajo”, y coincidió en que “no hay posibilidad de superar la pobreza si no es con trabajo decente, digno y protegido”.
Para Hopenhayn, en los últimos años ha habido un importante avance institucional en políticas de juventud, un moderado avance en términos de inversión en juventud, y un avance insuficiente en inversión en educación para jóvenes.
En tanto eso cristaliza, las sociedades latinoamericanas buscan por sí mismas soluciones alternativas a flagelos como la desigualdad y los jóvenes demandan –en algunos países en las calles- que se invierta en ellos y ellas, para que se rompa en su generación esa herencia y esa característica regional.
Con los aportes de Emilio Godoy (Ciudad de México) y Diego Arguedas (San José).