Hace apenas unos días, Rameela Bibi era la madre de un bebé de un mes. El niño murió en sus brazos de una infección pulmonar que contrajo cuando la familia huyó de su casa en el distrito de Waziristán del Norte, Pakistán, donde una fuerte ofensiva militar contra el extremista movimiento Talibán provocó el éxodo de casi medio millón de personas.
«Mi hijo nació el 2 de junio en nuestra propia casa», dijo la mujer de 39 años. “Estaba sano y hermoso. Si no hubiéramos sido desplazados, todavía estaría vivo”, contó en medio de un llanto desconsolado a IPS.
Pero Bibi no tiene tiempo para llorar a su hijo. Pronto tendrá que secarse los ojos y comenzar la penosa tarea de cuidar de ella y sus dos hijas, que forman parte de las 468.000 personas desplazadas por los ataques aéreos del ejército en el territorio montañoso repleto de talibanes, en la frontera con Afganistán.[pullquote]3[/pullquote]
La campaña militar, que comenzó el 15 de junio, fue motivada en parte por el atentado contra el aeropuerto internacional de Karachi, que mató a 18 personas el 8 de ese mes.
El ejército intenta desde 2005 eliminar a los guerrilleros de las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA, en inglés), en el noroeste de Pakistán, pero ahora concentra la ofensiva en la agencia de Waziristán del Norte, donde los grupos insurgentes tienen rienda suelta desde que huyeron del fronterizo Afganistán tras la ocupación de Estados Unidos en 2001.
Algunos expertos políticos defienden lo que llaman la “línea dura” del gobierno de Islamabad frente a la insurgencia, pero para la población civil, cansada tras años de guerra, esta implica desarraigo, hambre y enfermedades.
La mayoría de los desplazados, agotados tras horas de viaje por caminos de tierra con temperaturas de 45 grados, se quedan en los enormes campamentos en Bannu, una ciudad en la provincia de Jiber Pajtunjwa.
Jiber Pajtunjwa ya soporta el peso de casi un millón de refugiados que llegaron en oleadas sucesivas durante los últimos nueve años y no está en lo absoluto preparada para recibir a la nueva afluencia de familias desesperadas.
Con tiendas de campaña que sirven como refugios improvisados y el abrasador calor del verano boreal, el personal médico advierte que existe una grave crisis sanitaria, ya que tienen dificultades para tratar a todos los pacientes.
Muslim Shah, un antiguo residente de Waziristán del Norte, acaba de llegar a Bannu después de un viaje de 45 kilómetros junto a su esposa e hijos.
Shah recibe tratamiento en una clínica rudimentaria del campamento por deshidratación severa y gastroenteritis causada por el consumo de agua contaminada en el camino.
El hombre de aspecto frágil comenta a IPS que está preocupado por la salud de su familia en el ambiente insalubre del campamento, mientras señala a un canal cercano donde sus hijos se bañan con agua sucia entre una manada de búfalos.
«Examinamos a cerca de 28.000 personas desplazadas», informó Sabz Ali, director médico adjunto en el hospital sede del distrito de Bannu.
Alrededor de 25.000 padecen enfermedades evitables causadas por la exposición al sol, la falta de nutrición y el consumo de agua no potable, explicó a IPS.
«Debido a las altas temperaturas tememos brotes de enfermedades transmitidas por el agua y los insectos, como la gastroenteritis y la diarrea, así como enfermedades infantiles prevenibles mediante vacunación, como la poliomielitis y el sarampión», añadió.
Ahmed Noor Massud, de 59 años, y los cuatro integrantes de su familia personifican la crisis sanitaria.
Massud está en cama tras caminar 40 kilómetros al sol, mientras sus hijos, de 14, 15 y 20 años, padecen diarrea, fiebre y dolores de cabeza desde que llegaron al campamento el 22 de junio.
La familia tuvo muy poco acceso al agua potable durante casi una semana.
Especialistas como Ajmal Shah, que fue enviado por el departamento de salud de Jiber Pajtunjwa, señalan que el agotamiento también provocó paros cardíacos entre los desplazados.
En el desierto, las familias también están a merced de las serpientes y los escorpiones, y podrían sufrir estrés psicológico a largo plazo como resultado del trauma, explicó Shah en diálogo con IPS.
Alrededor de 90 por ciento de los desplazados son sumamente pobres y pocos pueden pagar atención médica privada, por lo que esperan pacientemente a que los escasos médicos lleguen a su lado.
Pero para Jalal Akbar, de 30 años y otrora habitante de la ciudad de Mir Ali, en Waziristán, la paciencia es casi imposible.
«Mi esposa iba a dar a luz en 15 días, pero los médicos dicen que el niño será prematuro debido al estrés del viaje hasta aquí. Necesita reposo en cama, pero no pudimos encontrar una vivienda digna”, relató con angustia.
Otra gran crisis que se avecina es la escasez de alimentos.
Un informe de evaluación divulgado el 30 de junio por la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios señala que el “ejército de Pakistán distribuyó 30.000 paquetes de raciones, cada uno de 110 kilos”.
El Programa Mundial de Alimentos “proporcionó raciones de alimentos a más de 8.000 familias, mientras organizaciones no gubernamentales y humanitarias también llevan a cabo actividades de socorro”, añadió.
Las mujeres, las niñas y los niños comprenden 74 por ciento de los desplazados internos, lo que llevó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a señalar, en un informe del 30 de junio, la necesidad urgente de realizar “campañas de sensibilización entre las mujeres para promover el uso de agua potable segura, la preparación y el almacenamiento higiénico de los alimentos”.
«También debe promoverse la información sobre los beneficios de lavarse las manos antes de comer y preparar alimentos, el uso de mosquiteros impregnados para evitar las picaduras de mosquitos e impedir la ocurrencia de la malaria», señaló la agencia.
La OMS señaló que envió medicamentos para 90.000 personas a Bannu, pero los expertos de esta zona consideran que no alcanzarán para mitigar la crisis de refugiados.