El retroceso del sector manufacturero que enferma la economía de Brasil, según analistas, no se compadece con la realidad de algunos lugares específicos, donde, por el contrario, crece de la mano de industrias de vieja generación y contaminadoras: hierro y petróleo.
La sudoriental ciudad de Río de Janeiro es un ejemplo emblemático de esa reindustrialización. Vive un ciclo de recuperación del sector en el que sobresalen proyectos petroquímicos y siderúrgicos, los mayores de América Latina, manchando su imagen de capital ambiental y sede de las dos más importantes cumbres mundiales sobre desarrollo sustentable, realizadas en 1992 y este año.
El Complejo Petroquímico del Estado de Río de Janeiro (Comperj), en construcción 40 kilómetros al noreste de esa ciudad, y la Compañía Siderúrgica del Atlántico, inaugurada hace dos años en el extremo oeste del mismo distrito, arrecian el cerco fósil a la siempre llamada "ciudad maravillosa", delineado por el Arco Metropolitano, la carretera que unirá los dos polos.
Es la "Río más tóxica", lamenta un movimiento de ambientalistas que rechaza esos grandes proyectos. Contaminan ecosistemas costeros, como las bahías, desalojan comunidades e inviabilizan la pesca artesanal, mientras que benefician a muy pocos, acusó el activista Gabriel Strautman, de la organización humanitaria no gubernamental Justicia Global.
A estas obras se suman la construcción o ampliación de varios puertos en las cercanías, con el fin de que sirvan de salida al exterior de minerales, especialmente hierro, así como de apoyo a la extracción de hidrocarburos océano Atlántico adentro.
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En ese marco, en los últimos años también se reactivaron en la zona varios astilleros, caídos en desgracia en los años 80, ahora para fabricar buques, plataformas y otros equipos petroleros.
Es el destino del estado de Río de Janeiro, ya que "85 por ciento del petróleo y el gas que se extrae en este país proviene de los mares y desde los puertos salen los minerales", justificó el secretario estadual del Ambiente, Carlos Minc.
Ante esa realidad geográfica, con la principal cuenca petrolera del océano Atlántico a un lado y al otro el estado que más produce hierro, fosfato, oro, cinc y niobio en el país y por eso llamado Minas Gerais, "no se puede vetar todo", arguyó.
Lo que sí se puede hacer según Minc, quien fue ministro de Medio Ambiente de Brasil entre 2008 y 2010, es negociar cambios de local o de tecnologías con las empresas para reducir impactos y exigir compensaciones sociales y ambientales que, en el caso de Río de Janeiro, son las más pesadas de Brasil.
Por ejemplo, el Comperj aceptó construir 22 kilómetros de metro (tren urbano) en ciudades cercanas, completar el saneamiento de dos municipios, desarrollar el tratamiento de aguas servidas, ampliar la oferta del servicio potable en su área de influencia y recuperar los ríos plantando seis millones de árboles en sus orillas, ejemplificó.
Además, la firma estatal Petrobras, dueña del proyecto, asumió el compromiso de proteger manglares de los alrededores y "no echar una sola gota de petróleo o desagüe en la Bahía de Guanabara", acotó. Y los límites de emisión de contaminantes serán ocho veces más rigurosos que los adoptados nacionalmente, aseguró.
Pero tantas promesas no tranquilizan a los pescadores de la Bahía de Guanabara, cuyas aguas se extienden por 377 kilómetros cuadrados, alrededor de las cuales creció la Región Metropolitana de 12 millones de habitantes.
"Será el Armagedón de la Bahía", la planta petroquímica será gigantesca y exigirá numerosos ductos y embarcaciones cruzando sus aguas, señaló Alexandre Anderson, presidente de la Asociación Hombres del Mar, escarmentado por los daños a la pesca provocados por otra unidad de la petrolera, la Refinería Duque de Caxías (Reduc).
Esa planta de procesamiento, ubicada en área urbana y pegada a la Bahía, responde por numerosos accidentes ambientales desde su inauguración en 1961. En 2000, por ejemplo, derramó 1,3 millones de litros de crudo en la Guanabara, cuyos efectos se sienten hasta hoy.
Ante ello, Minc defendió el hecho de que Petrobras acordó invertir 1.080 millones de reales (530 millones de dólares) en 52 acciones para corregir sus problemas ambientales.
La Compañía Siderúrgica Nacional (CSN), construida en 1946 en Volta Redonda, a 130 kilómetros de Río de Janeiro, es otro azote ambiental, por contaminar gravemente el río Paraíba do Sul, principal fuente de agua potable para la región metropolitana carioca. También esta compañía firmó un acuerdo de ajuste de conducta por sanciones, ya cumplido en 90 por ciento, informó el secretario.
Reduc y CSN, ambas de vieja generación, "contaminan mucho más" que las nuevas industrias, de tecnologías avanzadas, comparó Minc.
De cualquier forma, la moderna Compañía Siderúrgica del Atlántico (CSA), apenas con dos años de actividad, ya se convirtió en blanco de ambientalistas y pobladores debido a que provocó "lluvias de plata", como le llaman a la emisión de polvo de origen mineral. La planta está ubicada en Santa Cruz, una barriada de 220.000 habitantes en el oeste de la ciudad de Río de Janeiro.
Las autoridades ambientales impusieron multas, el pago de indemnizaciones a los afectados y el embargo de las obras hasta que la empresa, controlada por el grupo alemán Thyssen Krupp, firmó un acuerdo para solucionar 130 problemas ambientales.
Así se logró la instalación de un sistema "único en el mundo" para evitar 90 por ciento de la emisión del polvo y medidas para reducir las inundaciones provocadas por la desviación de un río en el terreno de la empresa.
Pero los ajustes, correcciones y compensaciones no dan descanso a Minc. En el caso de la CSA fue la alternativa encontrada para no cerrar una planta siderúrgica que emplea a 8.000 personas, pero aclara que él no la hubiera aprobado.
También "a veces vetamos", puntualizó el funcionario, quien puso como ejemplo la prohibición de construir tres puertos que amenazaban ecosistemas biodiversos y turísticos, el más lejano a 180 kilómetros de la ciudad de Río de Janeiro.
Igual el gobierno estadual tuvo que aprobar la ampliación de los cuatro puertos públicos existentes y la construcción de dos grandes proyectos pertenecientes al empresario Eike Batista, considerado el hombre más rico de Brasil.
La más grande de esas terminales privadas, bautizada "Superporto de Açú", está ubicada 320 kilómetros al noreste de Río y es por donde saldrá la exportación de mineral de hierro e ingresará carbón. Esa zona acogerá también otra gran siderúrgica, centrales termoeléctricas e industrias variadas, totalizando inversiones por unos 40.000 millones de dólares.
En ese caso, la Secretaría de Estado de Ambiente de Río de Janeiro impuso para autorizar el proyecto la mudanza de local, con el fin de preservar el ecosistema de sedimentos costeros, una laguna y manglares, además de exigir el saneamiento básico de ciudades vecinas, la creación de un corredor de conservación biológica y las mejores tecnologías no contaminantes, detalló Minc.
Ferrocarriles, mineroductos, carreteras y almacenes acompañan a Açú y a otro superpuerto que el mismo grupo empresarial de Batiste construye en Itaguaí, al oeste de Río de Janeiro, para la exportación de minerales provenientes de Minas Gerais.