SRI LANKA: Ese mar endemoniado

Siete años después de que la costa de de Sri Lanka fuera invadida por olas monstruosas, que arrasaron personas, viviendas, hoteles, tiendas y vehículos, los demonios del mar siguen acosando a esta sufrida población.

El tsunami del 26 de diciembre de 2004 dejó unos 226.000 muertos en 13 países del océano Índico, siendo uno de los más afectados Sri Lanka. Por eso, a quienes vivieron para contar la tragedia, el cambio más leve en el mar alcanza aun hoy para generarles escalofríos.

"A veces odio el mar", dijo a IPS Udayam Sujatha, quien sobrevivió al tsunami tras ser arrastrada por las olas y ahora vive con su esposo cerca de la costa en la oriental localidad de Batticaloa.

De todos modos, miles de personas que residen en los numerosos poblados y aldeas ubicados en la franja costera han hecho a un lado sus temores, arreglándoselas para recomponer sus vidas.

Los habitantes de Weligama, una pequeña localidad con una pintoresca bahía ubicada unos 140 kilómetros al sur de Colombo, dicen estar aceptando lentamente lo ocurrido, aunque periódicamente algo les recuerda cuán destructiva puede ser la naturaleza.
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Un mes antes del séptimo aniversario del tsunami, vendavales y copiosas lluvias azotaron Weligama, donde murieron 14 personas y desaparecieron otras 11.

La mayoría de los muertos y desaparecidos allí el 25 de noviembre eran pescadores que estaban en el mar cuando se desataron los vientos. En total, a lo largo de la costa sur fallecieron 29 personas, y unas 8.800 casas resultaron dañadas.

"Ahora toda el área es como un funeral gigante", dijo el pescador Chandana (nombre único), de Weligama.

"La última vez que pasó algo así fue en 2004. Nunca pensamos que los demonios del mar volverían tan pronto", agregó.

A lo largo de la costa hay aun recordatorios de lo que hace siete años empezó como una tranquila mañana de diciembre. Unos 50 kilómetros al norte de Weligama, en Peraliya, se erige una gran réplica de la estatua de Bamiyan Buda que mira al océano, construida con fondos de donantes japoneses en homenaje a quienes perecieron en la tragedia.

A poca distancia de allí hay otro memorial, ubicado donde las olas arrancaron de las vías un tren repleto de pasajeros. Unas 1.000 personas fallecieron dentro de los vagones.

En las playas también quedan muchos recordatorios del tsunami. Cerca de la casa de Sujatha hay tres monumentos que ostentan los nombres de los muertos.

También hay aldeas grandes, construidas posteriormente. La de Tsu-chi, en Siribopura, en el sureño distrito de Hambantota, tiene 1.000 casas edificadas para quienes perdieron las suyas en el tsunami.

Cada 26 de diciembre, dolientes se reúnen en la playa para recordar a quienes fallecieron en esa ocasión, aunque las ceremonias son cada vez menos elaboradas.

"Nos hemos estado recuperando", dijo Chandana, el pescador de Weligama.

Hasta el tsunami, los srilankeses no prestaban mucha atención a los desastres naturales. Pero desde entonces se hizo más énfasis en la mitigación y la alerta temprana de desastres.

En mayo de 2005, cinco meses después del tsunami, se aprobó una ley para crear un Centro de Manejo de Desastres.

Pero, como mostraron los trágicos hechos del 25 de noviembre, la isla dista de estar preparada. Antes de que los vendavales arrasaran la costa no se emitió ninguna alerta temprana, pese a todas las inversiones en preparación para desastres.

Pradeep Koddippilli, director adjunto del Centro de Manejo de Desastres encargado de las alertas tempranas, dijo que esa entidad no había recibido ninguna advertencia del departamento de meteorología. "Los seguimos contactando reiteradamente todo el día 25, pero no hubo ninguna alerta", destacó.

Pese a los millones de dólares gastados en las torres y redes dedicadas a la emisión de alertas tempranas, una evaluación de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de los Asuntos Humanitarios divulgada en noviembre señaló que, en efecto, el departamento de meteorología carecía de la capacidad técnica para pronosticar los cambiantes patrones de lluvias y del tiempo en general.

"La evaluación de la Organización de las Naciones Unidas confirma que es necesario un mayor desarrollo de la capacidad técnica del departamento de meteorología" que le permita brindar pronósticos confiables, planteó el informe titulado "Disaster Response and Preparedness Assessment Mission to Sri Lanka" (Misión de evaluación de respuesta y preparación para los desastres en Sri Lanka).

Varios expertos dijeron a IPS que el Centro tiene a su disposición sistemas de diseminación múltiple, ideales para un país donde la infraestructura de comunicación es de mala calidad en las áreas rurales.

Además de las 67 torres de alerta instaladas en toda la isla, el Centro también puede aprovechar la amplia red de funcionarios públicos en el plano local, voluntarios de la Sociedad de la Cruz Roja de Sri Lanka, comunicaciones satelitales seguras y, por lo menos, una red nacional de telefonía celular para emitir las advertencias.

"No se puede decir que sea el mejor sistema porque cada uno tiene sus propias fortalezas y debilidades. Lo importante es tener varios sistemas para asegurarse de que las comunidades vulnerables reciban las alertas a tiempo", declaró a IPS el especialista en manejo de desastres Suranga Kahandawa, del Banco Mundial.

Sin embargo, ninguna de las redes estaba en funcionamiento cuando se desató el vendaval, por lo que no se emitió ninguna alerta. Según los expertos, la noción de cómo responder a los distintos niveles de alarma también fue muy escasa entre las comunidades.

"Necesitamos aumentar la conciencia de la comunidad, para que (sus integrantes) entiendan claramente los varios niveles de los mensajes públicos", dijo Indu Abeyarathne, gerente de proyecto de alerta temprana en la Sociedad de la Cruz Roja de Sri Lanka.

Abeyarathne dijo que muchos tienden a confundir las alertas iniciales con órdenes de evacuación. Una reacción típica se vio esta semana, cuando se propagaron rumores de un tsunami en algunas partes del país. Esto ocurrió después de que el Centro anunció que realizaría un simulacro en la tarde del día 20.

Aunque las heridas psicológicas van cicatrizando con el tiempo, el demonio más grande de todos parece ser el de la falta de preparación para el próximo desastre natural.

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