ESTADOS UNIDOS: Bin Laden lo logró

La red extremista Al Qaeda parece haber acelerado el declive de Estados Unidos, si es que no logró su decadencia total, coinciden especialistas en política exterior, pese a la muerte de su líder Osama bin Laden, anunciada por la Casa Blanca el 1 de mayo.

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, la decadencia de Estados Unidos obedeció a la costosa En vísperas del décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas, de Nueva York, y el Pentágono, en Washington, muchos analistas entienden que el gobierno de George W. Bush (2001-2009) reaccionó "de forma exagerada", comportamiento que se mantiene hasta ahora.

La reacción estuvo encabezada principalmente por neoconservadores y otros halcones, ala más belicista del ahora opositor Partido Republicano, quienes manejaron la política exterior del gobierno de Bush, incluso antes de los atentados de 2001.

Los halcones promovieron una política radical para consolidar el dominio de Washington en Medio Oriente mediante la estrategia de "shock and awe" (impacto y estupor) a fin de que cualquiera interesado en ser potencia global o regional se plegara a un mundo "unipolar".

"Shock and awe" se refiere a una doctrina militar que apunta a aplastar al enemigo mediante una gran potencia armada que lo aniquile.
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Encabezados por el entonces vicepresidente Dick Cheney, el jefe del Pentágono (secretario de Defensa), Donald Rumsfeld, y sus asesores más radicales, los halcones estuvieron cuatro años, antes de los atentados, preparando el Project for the New American Century (PNAC, proyecto para el nuevo siglo estadounidense).

La organización contó con la participación de ideólogos neoconservadores como William Kristol y Robert Kagan, quienes reclamaron que Estados Unidos mantuviera su "hegemonía pos Guerra Fría el mayor tiempo posible".

En distintos artículos posteriores urgieron aumentar el gasto militar, tomar acciones bélicas preventivas y, si fuera necesario unilaterales, contra las posibles amenazas, así como promover un cambio de régimen en los llamados países díscolos, empezando por Iraq, entonces bajo el régimen de Saddam Hussein (1979-2006).

La voluntad del PNAC de mantener la hegemonía de Estados Unidos no parecía tan descabellada antes de los atentados de 2001.

Este país concentraba 30 por ciento de la economía mundial, tenía la posición fiscal más fuerte y un presupuesto en defensa superior a la suma de una veintena de ejércitos más poderosos.

La idea de que Estados Unidos era invencible se mantuvo gracias a la demostración de unidad nacional que siguió a los ataques de 2001 y a la velocidad y presunta facilidad con que Washington orquestó la expulsión del movimiento Talibán de Kabul un año después.

"Revisé la historia y no vi nada igual", exclamó el historiador Paul Kennedy, de la Universidad de Yale, y principal exponente de la escuela que 15 años antes anunciara la decadencia, refiriéndose al dominio de Washington, que comparó favorablemente al imperio británico.

"Ahora aparece gente que habla de ‘imperio’", señala en una columna de The Washington Post el neoconservador Charles Krauthammer, también partidario de Cheney y defensor de un mundo "unipolar" encabezado por Estados Unidos.

"El hecho es que ningún país dominó cultural, económica, tecnológica y militarmente el mundo desde el Imperio Romano", añadió.

Tal euforia u orgullo desmedido dio paso a la siguiente etapa derrocar a Saddam Hussein, según el objetivo de PNAC de triunfar en lo que había bautizado "guerra global contra el terrorismo", explicitado en una carta abierta a Bush y publicada nueve días después de los atentados de 2001.

"Si no se toman medidas será como rendirse antes y quizá de forma decisiva en la guerra internacional contra el terrorismo", alertó PNAC. Washington debe ampliar sus objetivos para incluir a los estados, en especial a los que son hostiles hacia Israel, que apoyan organizaciones terroristas, así como a ellas mismas.

Entonces Bush se concentró y destinó recursos militares y de inteligencia para preparar la guerra contra Iraq, en vez de concentrarse en la captura de Bin Laden y de otros líderes de Al Qaeda, y suministró asistencia material para pacificar y comenzar a construir Afganistán.

Esa ideología es ahora considerada, salvo por Cheney y sus más acérrimos defensores, como la política exterior más desastrosa que haya tomado un presidente de Estados Unidos en la última década, si no en el último siglo.

No sólo favoreció las condiciones para un posible retorno del Talibán en Afganistán, lo que ahora cuesta a Estados Unidos unos 10.000 millones de dólares al mes, sino que destruyó el apoyo y solidaridad internacional que Washington reunió enseguida después del ataque de 2001.

El hecho se hizo evidente cuando Bush no logro que el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas lo apoyara para invadir Iraq en marzo de 2003. También llevó a convencer a decenas de millones de musulmanes que Estados Unidos había lanzado una guerra contra el Islam, de acuerdo a varias encuestas de opinión.

De hecho, con la invasión a Iraq, Estados Unidos cayó en la trampa de Bin Laden, quien estaba convencido e que la ocupación de Afganistán por la hoy disuelta Unión Soviética había contribuido de forma significativa a su decadencia y que, según analistas, creía que pasaría lo mismo con Washington.

"Con los muyahidines desangramos a Rusia durante 10 años hasta que dio quiebra y se vio obligada a retirarse derrotada", señaló Bin Laden en un vídeo de 2004, al describir lo que llamó "guerra de desgaste".

"Seguiremos con la política de desangrar a Estados Unidos hasta la bancarrota", añadió. "Lo único que tenemos que hacer es enviar dos muyahidines hasta el punto más oriental y que icen un pedazo tela que diga ‘Al Qaeda’ para que los generales se apuren hacia allí y que Estados Unidos sufra pérdidas humanas, económicas y políticas sin hacer nada más que beneficiar a algunas corporaciones privadas", prosiguió.

Cuando Bin Laden grabó el vídeo, las fuerzas estadounidenses combatían una creciente insurgencia en Iraq, lo que llevó a abusos en Abu Ghraib, que dañaron aun más la imagen ya hecha trizar de Washington, dejaron a ese país al borde de una guerra civil y obligaron a una intervención más profunda y costosa de Estados Unidos.

De acuerdo con la predicción de Bin Laden, Washington, incitado por partidarios de PNAC y sus alumnos, llevó sus fuerzas virtualmente a todos los sitios donde apareció una bandera de Al Qaeda, lo que debilitó a los gobiernos locales y provocó la ira de la población, en especial en Somalia y Yemen.

Lo peor es que hizo lo mismo en Pakistán, poseedor de la bomba atómica, por no mencionar a Afganistán, donde el sucesor de Bush, Barack Obama debió duplicar los efectivos estadounidenses hasta 100.000 en sus primeros dos años de gobierno, aun si retiró una cantidad similar de Iraq.

Los tres a 4,4 billones de dólares que Washington gastó de forma directa o indirecta en la llamada guerra contra el terrorismo constituyen una parte sustancial de la crisis fiscal que transformó la política del país y lo dejó al borde de la quiebra el mes pasado.

El ejército de Estados Unidos es por lejos el más fuerte del mundo, pero su fama de invencible quedó irreparablemente dañada por una mezcolanza de grupos guerrilleros que lo desafiaron y frustraron. El resultado fue una "sostenida erosión de su posición en el mundo", que Obama no ha podido revertir, señaló el columnista Ross Douthat, en The New York Times.

"Desde hace tiempo le hacemos el juego a nuestros oponentes haciendo exactamente lo que quieren que hagamos, respondiendo como ellos pretenden con sus provocaciones, perjudicando a nuestra economía y distanciando a la mayor parte de los países de Medio Oriente", escribió Richard Clarke, funcionario de seguridad del gobierno de Bush.

Clarke advirtió en su sitio dailybeast.com antes de los atentados de 2001 que Al Qaeda preparaba una gran operación en territorio estadounidense.

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