Egipto siente el efecto Túnez

«¿Dónde puedo encontrar una bandera tunecina?» La pregunta recorrió las redes sociales cibernéticas de Egipto minutos después de que protestas populares en Túnez derrocaran al dictador Zine el Abidine Ben Ali.

Desde que los tunecinos depusieron a su autocrático gobernante el viernes pasado, luego de 23 años en el poder, Egipto es visto como el principal candidato para otro cambio de régimen en el mundo árabe.

El analista John R. Bradley había predicho en junio de 2008 una revolución en Egipto. Señaló que este país se desintegraba lentamente bajo dos presiones: una "implacable dictadura militar" y una errada política de Estados Unidos hacia Medio Oriente.

En su libro, "Inside Egypt: The Land of the Pharaohs on the Brink of a Revolution" ("Egipto por dentro: la tierra de los faraones al borde de la revolución"), Bradely sostuvo que éste era el "más brutal estado árabe", donde la tortura y la corrupción eran "endémicas", y por tanto sería la próxima pieza de "dominó en caer" ante la furia popular. El libro fue prohibido en Egipto. Sin embargo, analistas en El Cairo opinan que el régimen de Hosni Mubarak, de 82 años, es mucho más fuerte que el de Ben Ali, incapaz de controlar las manifestaciones que estallaron el 17 de diciembre.

Mubarak cuenta con fuerte respaldo del ejército y de muchos empresarios.
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"Debemos recordar que sobrevivió a por lo menos tres intentos de asesinato y a cientos de protestas y manifestaciones contra los precios de los alimentos y otros temas", señaló el analista independiente Khaled Mahmoud.

"Mubarak es simplemente mucho más fuerte que Ben Ali, y goza del respaldo de la institución más poderosa del país: el ejército", afirmó.

Además, Mahmoud sostuvo que Ben Ali había demostrado ser "débil" durante las protestas. "Su desempeño fue muy débil. Los tunecinos percibieron su fragilidad y se dieron cuenta de que lo que temían era solo una ilusión", dijo.

A Mubarak se le reconoce el haber creado una "inteligente" red de poder, ocasionalmente permitiendo libertades para calmar malestares.

"El régimen canaliza cierto malestar a través de programas televisivos de debate y tolerando algunas protestas callejeras, artículos de opinión en diarios y huelgas", dijo a IPS el analista político Amr Elshobaki, del semi-oficial Centro Al Ahram para Estudios Estratégicos en El Cairo.

"Esto ayuda a liberar cierta frustración en vez de permitir que vaya adquiriendo fuerza", añadió.

Elshobaki señaló otra diferencia. Los sindicatos tunecinos han mantenido su estructura y su integridad, mientras que los egipcios se han convertido "en una suerte de entidad gubernamental". "Sus líderes son personal del gobierno", señaló.

Además, el régimen egipcio ha usado la religión astutamente para mantener a los jóvenes bajo control e incluso ganarlos como colaboradores. El movimiento islámico salafi, que condena toda oposición a un gobernante musulmán, convierte la pasión de los jóvenes en una "religión pasiva", explicó Elshobaki.

Tanto el movimiento salafi como los líderes cristianos coptos egipcios son oficialistas. "No vemos muchas similitudes entre Túnez y Egipto", sostuvo.

Pero activistas, académicos y periodistas independientes no tienen la misma opinión, y aseguran que Egipto está cerca de experimentar una gran revuelta popular.

"Al igual que Ben Ali, Mubarak no le ofrece nada a su pueblo, sino tiranía, leyes de emergencia y ejércitos. Son iguales y nadie los quiere", sostuvo Ibrahim Issa, editor del periódico en Internet Al Dostor y uno de los principales críticos del régimen en El Cairo.

"Lo que nos mostraron los tunecinos es que el cambio llegará inevitablemente para barrer con todos los títeres de Washington y de Tel Aviv en las naciones árabes", afirmó.

Otros reconocen similitudes en las tácticas represivas de la policía en ambas naciones, que en parte desencadenaron la furia popular en Túnez.

"La expulsión de Ben Ali muestra cómo este modelo de gobierno, que existe en muchos países árabes incluyendo a Egipto, es frágil", dijo Bahai El-Deen Hassan, jefe del Centro por los Derechos Humanos en El Cairo. "Los estados policiales no son sostenibles", señaló.

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