Los derechos humanos deben estar en el centro de las políticas de desarrollo y de lucha contra la pobreza, que ya afecta a más de 2.000 millones de personas en el mundo, sostiene la activista Irene Khan.
La pobreza es de las peores violaciones a los derechos básicos, arguye Khan en su libro "The Unheard Truth: Poverty and Human Rights" ("La verdad desoída: pobreza y derechos humanos") sobre la base de reflexiones personales y estudios de caso. Una mujer muere por minuto durante el embarazo y el parto, 1.000 millones de personas viven en asentamientos precarios, al menos 963 millones se duermen todas las noches con hambre, 2.500 millones no tienen acceso a servicios sanitarios adecuados y 20.000 niños y niñas fallecen por desnutrición.
Khan estuvo este mes en la localidad australiana de Utopía, donde viven unos 45.000 indígenas. Allí denunció las lamentables condiciones de vida de esas comunidades, pese a que viven en uno de los países más ricos del mundo.
"Para un país que en materia de derechos humanos está entre los tres primeros lugares de las naciones más desarrolladas y que, en comparación, salió indemne de la crisis financiera mundial, ese nivel de pobreza es inexcusable, inesperado e inaceptable", señaló.
Khan es la primera mujer y la primera asiática en dirigir una de las más importantes organizaciones defensoras de los derechos humanos, lo que hace desde 2001. Originaria de Bangladesh, Khan estudió derecho en la estadounidense Universidad de Harvard. Recibió varios reconocimientos como el premio de la Fundación Sydney para la Paz en 2006.
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La secretaria general de Amnistía, la organización no gubernamental con sede en Londres, criticó duramente la idea de que la libertad de mercado, el crecimiento económico, la mayor asistencia y el aumento de la inversión sean la panacea para todo.
Por eso pretende que el debate sobre la pobreza se concentre también en la lucha contra las privaciones, la exclusión, la inseguridad y la falta de poder.
IPS: Usted sostiene que la solución contra la pobreza no puede ser únicamente económica. ¿Cree que es necesario cambiar la concepción sobre el problema para diseñar otras políticas y poder combatirla con más eficacia?
IRENE KHAN: Observamos que la discriminación, la inseguridad, el no tener voz, la impotencia de los pobres así como la falta de servicios básicos desempeñan un papel muy importante.
Esos problemas están relacionados con los derechos humanos, por lo que es necesario incorporarlos en la estrategia de lucha contra la pobreza.
IPS: Usted critica en su libro a los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio (ODM). Se estima que este año hay entre 55 millones y 90 millones de personas indigentes, por encima de las estimaciones previas a la recesión. ¿El no respeto a los derechos humanos supone una barrera importante para cumplir las metas en 2015?
IK: Los ODM tienen algunas ventajas. Son concretos y permiten que la comunidad internacional colabore para atender algunos de los problemas clave del desarrollo.
Pero su punto débil es que no reconocen que los derechos humanos desempeñan un papel en la lucha contra la pobreza. Los ODM no atienden la cuestión de la discriminación, de la violencia de género ni de la participación de las personas en el proceso de desarrollo. Son cuestiones clave que hay que atender para combatir la pobreza.
Los ODM están fracasando. Los gobiernos fallan, los países no logran cumplir las metas fijadas. Una de las razones, aunque no la única, es que no contemplan los derechos humanos.
Sí, Amnistía Internacional cree que los ODM serán más efectivos si se incorpora una perspectiva de derechos humanos. Se trata del cómo, los objetivos se refieren al qué, pero no te dicen cómo hacerlo y los derechos humanos te dicen cómo.
IPS: Usted explica en su libro que, cuando las personas pobres no tienen voz, quedan excluidas y no pueden ni siquiera reclamar sus derechos más básicos. ¿Los países les están fallando?
IK: En el libro digo que deben respetarse los derechos económicos, sociales y culturales, pero también civiles y políticos para poder erradicar la pobreza.
En ese sentido se necesita de un gobierno que esté dispuesto a asumir su responsabilidad. Se necesita de un sistema de gobernanza transparente y de un espacio para la participación de la gente para lograr una efectiva estrategia de erradicación de la pobreza.
IPS: ¿Qué pretende con su libro en una coyuntura en la que, a raíz de la crisis económica mundial, hay muchos más pobres, incluso en los países desarrollados?
IK: Mi propósito es cambiar el centro del debate e insertar la dimensión de derechos humanos y remarcar que el factor económico no es el único a tomar en cuenta para definir la pobreza o para combatirla.
IPS: Setenta por ciento de las mujeres son pobres. El último informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) señala que ellas soportan la peor parte de las consecuencias del cambio climático y han sido las más perjudicadas y las más olvidadas en el debate. Otro asunto muy importante para usted es el de mortalidad materna. ¿Cómo cree que debe atenderse ese problema?
IK: La mortalidad materna global casi no ha cambiado desde principios de los años 90. En casi dos décadas se avanzó muy poco. Eso es una tragedia. Medio millón de mujeres mueren en la flor de la vida pariendo, y no es una enfermedad. La muerte de una mujer tiene un impacto enorme en la familia.
Otra vez, la razón por la cual ha sido tan difícil reducir la mortalidad materna es que está estrechamente vinculada al estatus de las mujeres, a que son menos importantes en muchas situaciones y a su incapacidad para recibir atención médica.
Los sistemas de salud tienen que tener en cuenta la opinión de las mujeres y ser sensibles a la diversidad cultural y estar donde ellas estén. En las zonas rurales, en especial, debe haber asistencia a las embarazadas y especialistas en emergencias obstétricas. Por último, tienen que haber responsables. Las mujeres deben poder presionar a los políticos para que brinden asistencia médica.
IPS: Usted visitó una localidad que, irónicamente, se llama Utopía en la australiana Provincia Norte. ¿Le impresionó ver personas tan pobres en un país industrializado? ¿Qué deben hacer las naciones como Australia para atender a las poblaciones indígenas?
IK: Sí, quedé horrorizada porque no hay ningún motivo para que estén viviendo en esas condiciones. Es un país rico, con recursos y oportunidades y la gente no tiene por qué vivir de esa forma.
El gobierno australiano creó planes como "Bridging the gap" ("Reduciendo la brecha") y le asignó muchos recursos. La ministra (de Asuntos Indígenas, Jenny Macklin) describió todas las iniciativas que incluye, pero el factor clave en el que debiera ponerse más énfasis es en la participación de las propias personas y de las comunidades implicadas en el diseño de los proyectos.
IPS: ¿Qué piensa del papel de los medios de comunicación? ¿Cree que contribuyen con una cobertura justa e imparcial difundiendo la causa de los pobres o cree que agravan su situación?
IK: El problema con los medios es que las buenas noticias no son noticia y por eso no difunden los éxitos ni las historias sobre cómo algunas comunidades han logrado mejorar su situación. Eso no se cubre.
La otra cuestión es que suelen buscar historias sensacionalistas y entonces tienden a imprimirle ese carácter a todo. En algunos casos, esos medios también demonizan a los pobres o a las minorías y terminan consolidando el prejuicio existente, en especial en las sociedades con antecedentes de ser injustas.
IPS: Su libro tiene un título convincente, ¿"La verdad desoída: pobreza y derechos humanos"? ¿Qué significa "la verdad desoída"?
IK: La verdad es que se sale de la pobreza otorgando poder a las personas y respetando sus derechos humanos. Esa es la verdad, pero nadie la escucha.
La experiencia muestra que los logros se obtienen cuando se respetan los derechos de las personas, cuando se las empodera y cuando tienen posibilidades de hacerse oír y de defender sus derechos.
Esa verdad no se escucha y nadie escucha sus voces.