EUROPA: LA UNIÓN HACE LA FUERZA

El Tratado de Lisboa será una realidad antes de fin de año. Finalmente. Este resultado se aseguró en la última reunión del Consejo Europeo después de que el presidente checo firmó el tratado, no obstante las objeciones que inicialmente le opuso, y del positivo referéndum de Irlanda.

Se trata de un avance importante en el frente político-institucional, al igual que la integración en el texto constitucional de la Declaración de los Derechos Fundamentales, que tiene efectos vinculantes a favor de los ciudadanos de los Estados miembro.

Empero, el tratado no ha sido recibido con el debido entusiasmo por el pueblo europeo. Pese a que lo relativo a la ciudadanía europea es un hecho nuevo -y relevante- al parecer los interesados aún no han advertido la innovación.

Diversas son, según creo, las razones de esta actitud. Una es que se ha cavado un foso entre los ciudadanos europeos y las instituciones que los representan, que es imperativo colmar con rapidez. Me refiero al Consejo Europeo, al Parlamento, a la Comisión Europea y al Poder Judicial, en donde falta un liderazgo europeo que se asuma como tal y no simplemente en el plano nacional. La otra es que el capítulo del tratado sobre finanzas y economía está fuertemente impregnado de neoliberalismo, la ideología que, como se sabe, nos ha conducido a la profunda crisis de la que procuramos salir pero que aún aflige a Estados Unidos, a Europa y al mundo.

Hasta ahora los principales líderes europeos no parecen haber entendido que la mejor -si no la única- manera de superar la crisis es delinear una estrategia concertada entre todos los Estados de la Unión Europea (UE). ¿Es tan difícil admitirlo cuando es palmario que cualquier país europeo, hasta el más grande, como Alemania, debe reconocer que representa poco en relación a colosos como Estados Unidos, China, Rusia, India y como podrá ser Latinoamérica en algunos años si logra establecer la unidad entre sus miembros?

Si esto es así en la esfera de la defensa y la política externa ¿cómo no debería serlo en tiempo de crisis en materia financiera y económica?

Es cierto que en los últimos meses hemos visto algunas señales positivas que indican un ablandamiento de la crisis. Las cotizaciones bursátiles de los bancos se están recuperando, pero se mantiene las restricciones crediticias. El incremento del desempleo y de la pobreza no se han detenido. Entretanto, no olvidemos que las viejas prácticas están resurgiendo paulatinamente, como ni nada hubiese sucedido: el recurso a los paraísos fiscales, los suculentos premios a dirigentes de grandes empresas, los negocios escandalosos que se sitúan al margen de la legalidad, y así sucesivamente.

Hemos recién estado al borde de un cataclismo sin precedentes y ya nos hemos olvidado que pensábamos que lo peor nos podía acontecer.

La Unión Europea tiene, con el Tratado de Lisboa, una nueva oportunidad para avanzar. No debe desaprovecharla.

Hay cargos que deben ser cubiertos el 19 de este mes y que son a la vez simbólicos e importantes: el presidente del Consejo Europeo, el representante para la Política Exterior y de Seguridad Común y el vicepresidente de la Comisión. Sobre el primer cargo, la presidencia europea, ante todo hay que suponer que se descartará
la candidatura del británico Tony Blair, marcado a fuego por su catastrófica participación en la invasión de Iraq. Una buena designación sería la de Felipe González,
pero el propio ex presidente del gobierno español la ha desechado, y por lo tanto me parece digna de preferencia la candidatura de Mary Robinson. La ex presidenta de Irlanda y ex Alta Comisionada para los Derechos Humanos es una mujer dotada de una excepcional mentalidad política y jurídica, y una personallidad fuerte e independiente. Aunque no es socialista es de orientación progresista. Sin embargo, en los corredores de Bruselas circula con insistencia el nombre del primer ministro belga Herman van Rompuy que parece ser un perfecto burócrata, sumiso a los poderosos del momento.

Así está caminando lo que es -y sigue siendo- el proyecto político más original y fecundo del siglo pasado -la construcción europea-. Sólo a través de la unidad
y la concertación entre sus miembros puede la UE lograr el asidero para imponerse en la escena internacional a un nivel equiparable (o quizás superior) al de las grandes potencias mundiales. Si por el contrario se detiene, le espera una inexorable declinación, tal como profetizó a inicios del siglo pasado el gran pensador alemán Oswald Spengler (hoy caído en olvido) en su libro La decadencia de Occidente. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Mário Soares, ex presidente y ex primer ministro de Portugal.

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