EEUU-AFGANISTÁN: Momento de indecisión

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dedicó buena parte del aniversario número ocho de la invasión estadounidense de Afganistán a decidir cuál será el futuro papel de Washington en ese atribulado país.

Los jefes militares, encabezados por el general Stanley McChrystal y el jefe del Comando Central, general David Petraeus, presionan a Obama para que envíe más tropas: ya hay 68.000 y ellos reclaman más de 100.000 efectivos, en el marco de una amplia estrategia bélica contrainsurgente.

Los dos generales y sus partidarios dentro y fuera del gobierno sostienen desde hace semanas que el resurgimiento del movimiento islamista Talibán sólo puede detenerse con más soldados y una nueva estrategia que apunte a garantizar la seguridad y los servicios esenciales de la población.

Pero los colaboradores civiles de Obama, encabezados por el vicepresidente Joseph Biden, se inclinan por una estrategia menos ambiciosa, de carácter antiterrorista, que mantenga la cantidad actual de efectivos e incremente ataques selectivos con aviones no tripulados Predator y operaciones de las fuerzas especiales contra los jefes del Talibán y de sus aliados de la red extremista Al Qaeda, tanto en Afganistán como en los refugios en el vecino Pakistán.

Los defensores de la estrategia antiterrorista arguyen que un aumento de efectivos puede tener consecuencias contraproducentes en la opinión pública afgana, en especial entre los pashtun (patanes), principal grupo étnico del país en el que el Talibán recluta a sus combatientes.
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También sostienen que la misión de Estados Unidos debe apuntar cada vez más al entrenamiento y refuerzo de un cuerpo de policía y un ejército afganos.

Además sostienen que los miles de millones de dólares que se necesitan para un gran despliegue de tropas se aprovecharían mejor convenciendo a Pakistán, poseedor de la bomba atómica, y en especial a su poderoso ejército, de cooperar con Washington en un combate más agresivo contra los talibanes que actúan en su territorio y que, se sospecha, protegen a miembros de Al Qaeda.

Obama no ha anunciado cuál de las dos estrategias adoptará, y hasta ahora sólo ha descartado una disminución sustancial de tropas.

La secretaria de Estado (canciller), Hillary Rodham Clinton, y el representante especial de Obama en Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke, parecen inclinarse a favor de una guerra contrainsurgente, en tanto el secretario (ministro) de Defensa, Robert Gates, quien según numerosos analistas puede llegar a ser la opinión más influyente en este asunto, se caracteriza por no mostrar sus cartas.

Por su parte, el jefe de gabinete, Rahm Emanuel, un ex legislador, es sensible a la preocupación de los representantes del gobernante Partido Demócrata en el Congreso legislativo —que Afganistán se convierta en un desastre similar a la Guerra de Vietnam (1965-1975)— parece inclinarse por la posición de Biden, al igual que el viceconsejero de seguridad nacional Thomas Donilon.

El opositor Partido Republicano, encabezado por su ex candidato a la Presidencia, John McCain, apoya la posición del general McChrystal, cuyo funesto análisis de la situación en Afganistán y su recomendación de más tropas se filtraron al diario The Washington Post en septiembre.

Desde entonces, McCain y otros halcones presionan a Obama para que acceda de inmediato al pedido del ejército. "El tiempo no está de nuestro lado", dijo McCain al presidente en una reunión sostenida el martes con legisladores de los dos partidos.

Con algunas excepciones, los principales legisladores demócratas se muestran más cautelosos desde que se filtró el documento a la prensa y son cada vez más escépticos respecto de la estrategia contrainsurgente, pues interpretaron lo ocurrido como un intento de McChrystal y de Petraeus de obligar a Obama a aceptar su propuesta.

La falta de apoyo de la opinión pública a ampliar la guerra se consolidó con las denuncias sobre un fraude electoral practicado a favor del presidente afgano Hamid Karzai en los comicios del 20 de agosto.

Karzai, cuyo gobierno era considerado corrupto antes de las elecciones, ahora es visto como un socio poco confiable para apoyar una ofensiva mayor.

"Uno de los presupuestos del plan de contrainsurgencia es que nuestros efectivos y el personal civil trabajarán en estrecha colaboración con un gobierno legítimo y confiable en Afganistán", destacó en el periódico The Wall Street Journal el senador demócrata John Kerry, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.

Incluso un halcón demócrata como Michael O’Hanlon, especialista militar del centro de estudios Brookings Institution, señaló que el gobierno de Karzai abona el escepticismo.

"Si algo aprendimos de Vietnam es que necesitamos un socio nativo viable", advirtió O’Hanlon en un encuentro de neoconservadores a favor de un aumento de efectivos en Afganistán. "Podemos hacer todo bien, pero si nuestro socio no hace su parte, no vamos a triunfar".

Pero los defensores de ampliar la guerra insisten en que Washington no tiene alternativa porque el propio Obama considera que la afgana es una "guerra de necesidad", y no de opción.

En una versión actualizada de la "teoría dominó", los partidarios de plan de McChrystal arguyen que Washington no puede permitirse que el Talibán, al que consideran inextricablemente vinculado a Al Qaeda, vuelva al poder o amplíe su influencia en algunas zonas de Afganistán, donde podrían refugiar a otros extremistas, porque las consecuencias serían regionales, o incluso mundiales.

"Una conquista talibán pondrá en peligro al régimen pakistaní, en el mejor de los casos, o abrirá una crisis regional y permitirá que Al Qaeda acceda a armamento atómico, en el peor", según David Brooks, columnista neoconservador del periódico The New York Times.

Por su parte, los defensores de la estrategia antiterrorista no ven al Talibán como una fuerza monolítica por siempre vinculada a Al Qaeda.

Además sostienen que los últimos ataques de misiles contra centros de operaciones de ambos grupos en Pakistán son una prueba de que Washington es capaz de desbaratar y derrotar a Al Qaeda sin poner más efectivos en el terreno.

Con el Congreso y sus principales asesores divididos, la mayoría de los analistas locales cree que el presidente tratará de conciliar ambos enfoques tomando elementos de los dos, incluido un aumento de tropas, inferior a la que pretenden McChrystal y Petraeus.

Así, Obama podría mantenerse coherente con su decisión de marzo, cuando sumó 17.000 soldados a los 30.000 solicitados por los jefes militares.

Pero las dos partes coinciden en que el camino del medio le causará a Obama problemas políticos no muy diferentes de los que debió enfrentar Lyndon Johnson (1963-1969) durante la Guerra de Vietnam.

Si la guerra fracasa, "como creo que ocurrirá, lo culparán por no haber dado a los generales lo que pedían para actuar y por haber incurrido en mayores gastos sin un propósito claro", sostuvo el académico en relaciones internacionales Stephen Walt, de la Universidad de Harvard.

"Y tampoco podrá atribuirse el crédito de actuar con firmeza, frenar nuestras pérdidas y retirarse", agregó Walt en su blog del sitio foreignpolicy.com.

* El blog de Jim Lobe sobre la política exterior de Estados Unidos se encuentra en (http://www.ips.org/blog/jimlobe/).

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