AMBIENTE: «Políticos y empresarios ignoran cómo funciona la naturaleza»

El estadounidense Douglas Tompkins vendió hace más de 20 años su empresa textil para destinar sus recursos a proyectos conservacionistas. Los lugares elegidos están en Argentina y Chile, donde este inversor filántropo es visto con enorme desconfianza.

Douglas Tompkins. Crédito: The Conservation Land Trust
Douglas Tompkins. Crédito: The Conservation Land Trust
En 2002, su fundación, The Conservation Land Trust, donó a la Administración de Parques Nacionales de Argentina 67.000 hectáreas que él mismo había comprado en la austral provincia de Santa Cruz. Allí se creó el Parque Nacional Monte León.

Para entonces ya tenía 300.000 hectáreas de tierras chilenas que cedió para su conservación a la privada Fundación Pumalín.

Ahora Tompkins vive en una hacienda en la reserva Esteros del Iberá, en la nororiental provincia de Corrientes. Esa propiedad de 200.000 hectáreas también será cedida al Estado para su conservación, pero antes Tompkins quiere asegurarse de que las instituciones encargadas resistirán el apetito de empresas forestales y arroceras que están ocupando sin permiso espacios en ese ecosistema de humedales, con diques y terraplenes para contener las aguas.

En una entrevista con Tierramérica por correo electrónico, Tompkins defendió sus ideales conservacionistas y cuestionó con dureza las grandes obras de infraestructura en zonas vírgenes. "Si continuamos por este camino, lo próximo es el colapso ambiental", alertó. Este es un extracto del diálogo.

TIERRAMÉRICA:

— ¿Cómo ha sido el manejo del Parque Nacional Monte León, en la costa atlántica argentina? ¿Fue positiva la donación o se arrepiente?

DOUGLAS TOMPKINS: — No he podido volver a Monte León en los últimos años, así que confiamos en Juan Kuriger, que vive allí con su esposa Silvia Bruan. Ambos manejan la hostería y tienen contacto diario con el parque. Juan está bien impresionado, y nos sentimos felices, porque es un juez estricto y al principio desconfiaba de lo que pasaría después de que la Administración de Parques Nacionales recibiera el regalo.
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Creemos en el sistema de parques nacionales y en que los países deben tomarlos en serio y financiarlos como se debe. En muchos aspectos, pueden ser ejemplo de cómo un país se administra a sí mismo. Lo digo por experiencia, pues en Chile administramos el equivalente a un parque nacional en Pumalín, lo hicimos durante 13 años con el ahora Parque Nacional Corcovado, y lo hacemos aquí en Iberá.

— ¿Su organización mantiene control sobre Pumalín para garantizar su preservación?

— Donamos la mayor parte de Pumalín a través de una fundación de California a otra chilena, que está aún bajo nuestro control, así que hubo muy pocos cambios. Cuando estemos listos, terminaremos donándolo al sistema de parques nacionales de Chile, en los próximos 10 ó 15 años.

De momento, es un buen modelo de lo que pueden hacer en conservación las entidades privadas sin fines de lucro. Viene gente de todo el mundo a verlo, inclusive administradores de parques nacionales. Recibimos 10.000 turistas por año.

Lamentablemente, el volcán Chaitén, que se encuentra dentro del parque, hizo erupción este año causando graves daños a la ciudad homónima y tuvimos que cerrar Pumalín para hacer reparaciones.

— Usted está en contra del tendido de una carretera que cruzaría Pumalín. ¿No teme que esa postura pueda considerarse una injerencia de una entidad privada liderada por un extranjero a la decisión de un Estado soberano?

— Su pregunta está mal formulada. Las leyes de Chile, como las de Argentina, otorgan al gobierno todas las facilidades para expropiar si lo considera necesario para construir caminos, puertos, aeropuertos, y eso no tiene nada que ver con la soberanía. Esas son sandeces de políticos ultranacionalistas y antiecologistas.

No estamos contra la interconexión, la hemos reclamado durante años. Pero la carretera debería hacerse junto a la costa, aun atravesando una parte de Pumalín, pues sería más veloz, más barata y corta, más segura y eficiente, además de que no tendría impacto ambiental.

Si se considera necesario tender la carretera por el interior, será 100 kilómetros más larga, tendrá muchas pendientes, costará 50 veces más y causará tremendos impactos ambientales, insumirá miles de millones más en energía y combustible. Además, llevará 15 años construirla, mientras por la costa serán sólo dos años y sin necesidad de dinamitar ninguna zona.

Hay 3.000 personas viviendo en la costa sin ruta, y sólo 75 pumalinos en el interior que no reclaman una carretera allí. Socialmente, no hay duda sobre cuál debería ser la prioridad, pero los políticos con nociones geopolíticas obsoletas están peleando por el trayecto interior.

— ¿Usted se opone a la construcción del complejo hidroeléctrico de Aysén, en el sur de Chile? ¿Cómo cree que debería enfrentar Chile la falta de energía?

— ¿Quién ha probado que a Chile le falta energía? Se lo toma como un hecho incuestionable, pero quizás lo que tiene es exceso de demanda. Lo mismo pasó en California en los años 70, hasta que se descubrió que se puede desvincular el crecimiento económico y el aumento del consumo energético.

Chile debería trabajar en conservación y eficiencia y luego en fuentes alternativas y no en esas gigantescas centrales obsoletas.

Gran parte de la energía de Chile se va literalmente por la ventana. Probablemente 75 por ciento de la energía para calefacción se pierde por filtraciones de techos, paredes, ventanas y puertas. Argentina no está mejor. Chile necesita un cuidadoso plan de desarrollo para mantener valores paisajísticos, un futuro gran negocio turístico y la calidad de vida de sus habitantes.

— ¿No teme que sus posiciones conservacionistas en países como Argentina y Chile puedan ir contra las necesidades de desarrollo de estos países?

— Su pregunta está llena de preconceptos e implica que la conservación debe relegarse a un segundo plano. Pero la naturaleza funciona en sus propios términos, y no como a los humanos les gustaría. El punto de vista dominante, que siguen casi todos los gobiernos del mundo, nos ha traído pobreza, catástrofes ambientales, cambio climático y extinciones masivas. Si continuamos por el mismo camino, lo próximo será el colapso ambiental.

— ¿Cómo ve a las empresas que construyen terraplenes en los Esteros del Iberá?

— El caso más interesante es el de Forestal Andina, que lleva casi tres años desafiando a las leyes para construir terraplenes destructivos en el Iberá. El mal manejo y la estupidez de esta empresa son impresionantes. Ignoró órdenes judiciales y provocó un caos ambiental en sus tierras.

Pero, por primera vez en la historia, los ciudadanos se levantaron, llevando a los tribunales a (Eduardo) Maquiavelo, dueño de Forestal Andina, y ganando cada una de las instancias. El juez le dio a Maquiavelo 72 horas para comenzar a desmantelar el terraplén y restaurar el daño, o irá a la cárcel. Es una señal de que el sistema judicial puede funcionar en Argentina pese a millones de quejas que oímos de los ciudadanos.

— ¿Qué les diría a quienes creen que es necesario ocupar tierras, aunque sea dentro de una reserva, para producir mayor cantidad de alimentos?

— Lo que está implícito en su pregunta es que todo el territorio mundial debe estar sujeto a la producción. Si siguiéramos esa lógica no alimentaríamos al mundo sino que lo mataríamos de hambre. Debe haber un desarrollo cuidadoso de actividades compatibles con la manera en que los ecosistemas funcionan y son capaces de mantener una biodiversidad sana y vigorosa.

Esto está muy claro para la ciencia, pero no para nuestros políticos y empresarios, que si tuvieran el camino libre intentarían extraer la última gota de fertilidad de nuestros suelos para ganar el último dólar o peso sobreexplotando la naturaleza.

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