A pesar de haberse superado el punto álgido de la crisis, el conflicto desatado por las asociaciones agropecuarias en marzo y que aún sigue latente plantea «un desafío político extraordinario» a la presidenta Cristina Fernández, que quedó «debilitada y en situación de aislamiento extremo».
Así lo describió en entrevista con IPS Isidoro Cheresky, doctor en ciencias sociales y profesor de Teoría Política Contemporánea y Sociología Política en la estatal Universidad de Buenos Aires, además de ser autor, entre otros libros, de "Poder presidencial, opinión pública y exclusión social" y "La política después de los partidos".
Afecto a respuestas largas que van develando una lectura conceptual de una realidad compleja y dinámica, Cheresky parece ajeno a los espasmos políticos cotidianos de los últimos meses. De modo calmado, reflexiona ante cada pregunta como si merodeara entre distintas vías de respuesta hasta desembocar en definiciones precisas, contundentes.
En su interpretación, la puja del llamado "campo" fue creciendo desde un reclamo sectorial hasta generar un movimiento social que canalizó un descontento general con el modo de gobernar, un modo que, en su opinión, elude o más aún desprecia la deliberación pública y la argumentación en busca de consenso.
Para Cheresky, el gobierno centroizquierdista de Fernández, además de acumular tensiones que vienen desde la gestión de Néstor Kirchner (2003-2007), predecesor y esposo de la actual mandataria, planteó una relación de "fuerte antagonismo" con el sector agropecuario y transformó esa puja "en una lucha de todo o nada" que derivó en su propia derrota.
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Si bien los gremios empresariales y de productores lograron en julio que el Senado abortara la decisión presidencial de marzo de aumentar y poner móvil el impuesto a las exportaciones de oleaginosas, el clima de conflictividad persiste.
"La renuncia de Alberto Fernández (el jefe de Gabinete ministerial durante la gestión de Kirchner y hasta el 23 de julio) revela que el aislamiento llegó hasta el interior de la mesa chica del oficialismo", señaló.
Cheresky recordó que la gestión de Kirchner, hoy presidente del gobernante Partido Justicialista (peronista) "era hermética" y se "ejercía el poder sin dar explicaciones". Esa forma de gobernar, que le permitió ganar apoyos, "correspondió a un período de excepcionalidad" tras el colapso económico, social y político de 2001.
El ejercicio del poder "enérgico, decidido" sirvió para salir de la crisis. Pero comenzó a mostrar un "deterioro ético político" al final del mandato, cuando emergieron denuncias de corrupción, de manipulación de datos estadísticos, y sobre todo frente a la negación de la inflación que afectaba logros de la gestión.
El malestar incipiente se trasladó a las elecciones de 2007, que consagraron a Fernández como presidenta. "Allí se vio un primer signo de desafección. El oficialismo ganó, pero perdió terreno en las grandes ciudades, y entonces se respondió con un viraje en la estrategia", indicó el politólogo.
De la propuesta de construcción de una fuerza de centroizquierda vinculada con sectores no justicialistas se pasó a la idea de reconstruir el partido como sustento de poder, pero se hizo con una concepción "administrativa, hermética, sin deliberación", un hecho que deja a la presidenta "sin recursos políticos seguros para gobernar", observó.
Finalmente, el voto contrario del 17 de julio en el Senado al incremento de las exportaciones oleaginosas del vicepresidente Julio Cobos, un aliado de la coalición de gobierno y disidente de la opositora Unión Cívica Radical, acentuó el aislamiento.
La decisión de Cobos, que como titular de la cámara alta desempató y enterró el 17 de julio el proyecto oficialista aprobado en la Cámara de Diputados, resolvió la puja de cuatro meses en favor de los gremios agropecuarios.
Lo que sigue son fragmentos de la extensa entrevista con Cheresky.
IPS: —¿Cómo evalúa el escenario político posterior a la derrota del oficialismo en el Senado seguida por la renuncia del jefe de Gabinete?
Isidoro Cheresky: —La crisis o la emergencia de un movimiento social agropecuario fue un desafío extraordinario que el gobierno no pudo sobrellevar. Pero fue el modo de gobernar lo que provocó la constitución de ese sujeto social llamado campo.
El gobierno, con su resolución (de aumento y movilidad del impuesto a las exportaciones), creó un adversario político que creció de modo espectacular.
Ese movimiento produjo un fraccionamiento político en el Partido Justicialista, en la alianza con los radicales, en la oposición y en el sindicalismo. Con el voto de Cobos, el gobierno queda debilitado y en situación de aislamiento a causa de una lógica de polarización que consolidó al movimiento social agropecuario y transformó la pugna en una lucha de todo o nada.
Lo inquietante es que ahora hay debilitamiento del oficialismo sin peligro institucional, al menos a ojos vista. Las apreciaciones que hablan de intento de golpe o actitud destituyente son prisioneras de visiones ideológicas sin sustento.
Ese modo de ver las cosas alimentaba a la cúspide en su dinámica, y digo cúspide porque la renuncia del jefe de Gabinete muestra que el aislamiento fue extremo y llegó hasta el interior de la llamada mesa chica del oficialismo.
Lo que hay en verdad es una desafección ciudadana con una forma de gobernar, un gran malestar por la exasperación del conflicto. Hay que ver que el reclamo comenzó entre los que cultivan soja y girasol y se convirtió en un movimiento al que convergieron de modo negativo, de rechazo a la forma de gobernar, amplios sectores rurales y también urbanos.
Ahora hay malestar, desconfianza y una escena política caracterizada por la fragmentación. El gobierno titubea y no está claro que vaya a cambiar la forma, porque no renovó el elenco gubernamental. Mantiene a personas muy comprometidas con ese estilo de gobernar.
—El protagonismo de Kirchner ¿refuerza o debilita a la presidenta?
—Una fuerza política puede tener una diversidad de protagonistas con distinto grado de responsabilidad. En este caso, los problemas mayores son comunes a ambos. Pero es indudable que a lo largo del conflicto, el gran protagonismo de Kirchner (que convocó a ruedas de prensa y a sucesivas manifestaciones de apoyo al gobierno) ensombreció, empalideció la imagen de la presidenta.
Efectivamente, una situación en donde hay otro centro de decisiones descalifica a la autoridad legítima y crea malestar.
—¿Cómo es posible que Kirchner, que fue un presidente sensible al humor social durante su gestión no perciba ahora este malestar?
—Es que la fragmentación política lleva al subjetivismo. Hay un tema que va más allá de la realidad argentina y es que los partidos políticos se han debilitado y los que cobraron relieve son los líderes de popularidad.
El líder hoy tiene un rol decisivo. Eso se vio claramente en las elecciones presidenciales de 2007, en las que los candidatos se autoproclamaron, incluso en la oposición.
Lo mismo ocurre con las coaliciones, que son acuerdos entre organizaciones en torno a una mesa de negociación. Acá son absolutamente personalistas y ello puede llevar a una gravitación extrema del arbitrio de las personas, de su subjetividad, su idiosincrasia y hasta su neurosis.
—¿Cree, como sugirieron algunos analistas, que esta situación política requiere convocar a un psicoanalista o a un terapeuta de pareja?
—(Ríe) Bueno, eso que se dice con ironía responde a lo que ocurre cuando un líder, no sólo un gobernante, no tiene pares. La existencia de pares opera como control o, como dirían los psicoanalistas, como principio de realidad.
Yo veo, efectivamente, los problemas de las personalidades y los de la pareja, pero los veo asociados al hecho de que el proyecto de reconstitución del Partido Justicialista fracasó, al menos si entendemos como partido una organización de pares que deliberan.
Fíjese que, para hacerse escuchar, el secretario general del partido (el ahora ex jefe de Gabinete) tuvo que irse dando un portazo. Eso es ilustrativo del problema. A eso se pueden agregar los componentes de personalidad, pero los líderes de oposición también los tienen.
—Con esta crisis en el justicialismo, el resquebrajamiento de la relación con Cobos y la pérdida de otros aliados ¿corre riesgo la base de sustentación de este gobierno?
—Sin duda que la fragilidad del gobierno consiste en eso, en la ausencia de recursos políticos seguros para gobernar. Pero para tener esos recursos lo primero que necesita la presidenta es un rumbo y lo que reveló la crisis con el sector agropecuario es un alto grado de improvisación y dificultad de hallar ese rumbo.
El gobierno invocaba la necesidad de políticas distributivas para justificar el alza de impuestos— pero ese principio resultaba inverosímil frente a la sociedad.
—Los movimientos sociales de apoyo al gobierno, ¿seguirán siendo leales si persisten los aumentos de precios y los bajos subsidios por desempleo?
—En las sociedades democráticas modernas las lealtades son frágiles en todo contexto. Este es uno de los problemas de este gobierno: entender cómo funciona la sociedad contemporánea. En estas sociedades, un gobierno gana las elecciones, pero eso no es suficiente para decidir. Cada decisión requiere de legitimidad propia.
Hay una concepción muy antigua, de manual, que concibe que en la democracia se elije a un gobierno que tiene un mandato legal por un período determinado, pero la vida de una sociedad democrática es continua y para gobernarla en forma eficiente hay que argumentar.
—¿Y a usted le parece que este gobierno lo entiende así?
—No, y ese es el problema mayor. La argumentación o deliberación pública permite madurar una decisión política. Si un gobierno quiere aumentar el impuesto a una renta extraordinaria hace falta un debate público, escuchar a los sectores. No para hacer lo que ellos quieren sino para ver si esas decisiones son viables o si tienen una resistencia que fuerza a esperar una maduración o a trabajar para un consenso mayor.
Lo que no se puede es dar una batalla mortal contra un adversario político.
—¿Qué opina de versiones no desmentidas acerca de la voluntad de renuncia de la presidencia, impulsada por Kirchner, tras la derrota en el Senado?
—Yo creo que es verosímil, pero sin entrar en el tema del grado de certeza de esas versiones, el problema es que efectivamente hubo una dinámica que transformó una pugna sectorial y luego social en un descontento más general con el modo de gobernar.
Y las sociedades democráticas son así, son inestables y conflictivas cuando se las gobierna sin sintonía fina. Esto es inherente a ellas. Ahora, el desafío político que plantean las sociedades, no puede transformarse en una amenaza al régimen.